29 septiembre 2011

No pienso dar las gracias

Sí, ya estoy trabajando. Tras cinco años dando clases de manera ininterrumpida con vacantes de curso completo (y tras tres oposiciones aprobadas), este año sólo he conseguido una sustitución de tres meses. De momento. Pero ya estoy trabajando. Ya debería estar más tranquilo O eso parece que piensan muchos. “Al menos trabajas”, me dicen antiguos compañeros bienintencionados, cuando se me acercan en las concentraciones y manifestaciones que seguimos realizando. “No te puedes quejar, fíjate como están los profesores interinos de otras materias”, comentan otros con mirada intensa. “Ya les gustaría a otros estar en tu situación”, escucho en tono de regañina si empiezo a expresar algunos de mis argumentos en contra de este tipo de planteamientos. “No pasa nada por sustituir”,  me reprenden algunos, “yo me tiré muchos años así, es lo que hay si eres interino”. Pues vale, me digo, como si no supiéramos cómo se ha llegado a esta situación y no supiéramos lo mal que están las cosas. Parece que debiera estar alegre y feliz, agradecido por tener trabajo y no verme abocado a las fauces del paro. Debería bajar la cabeza, ser más humilde y consecuente, tolerante, casi melifluo. Sonreír con gratitud. Pero no lo hago. No me sale. No lo siento. No lo entiendo. No lo acepto. Lo han conseguido. Han conseguido que tener un trabajo, el que sea, con las condiciones laborales que sea, sea un privilegio. El mayor de los privilegios. Y cuando trabajar es un privilegio, el objetivo final y último del trabajador, cuando no se tienen más opciones, cuando no se encuentra ningún canal mediante el que reivindicar los más básicos derechos, cuando la amenaza del despido es una constante porque la precarización permite disponer de otros cuya desesperación coloca más cerca del abismo y los hace aún más maleables y dóciles que tú, entonces, en ese momento, el trabajador ya sabe que ha perdido antes de comenzar su labor; ha vuelto a ser derrotado. Como tantas veces a lo largo de la historia: porque ha perdido su derecho a la dignidad, a mantener su orgullo, a expresarse en libertad, a no ser el esclavo que tan sólo puede acatar, otra vez, la voz de su amo.

No pienso hacerlo. No pienso dar las gracias por trabajar. Trabajar es un derecho, no una dádiva caritativa. No nos hemos formado y demostrado nuestra capacitación para andar ahora agradeciendo a nuestros empleadores el mero hecho de tener un sueldo mensual. Mediante la labor que hacemos se obtienen beneficios. Ahí es donde se mide nuestro valor. En el campo de la empresa privada esos beneficios que se obtienen gracias a nuestra productividad se los lleva un empresario. En el campo de lo público  pagamos entre todos, mediante los impuestos y la justicia social, a unos trabajadores para que nos eduquen, curen o protejan, obteniendo unos beneficios que no por no ser mensurables de manera económica podemos olvidar valorar y defender. Ya está bien de minusvalorarnos. Ya está bien de no entender nuestro papel en la sociedad. Ya está bien de no comprendernos entre nosotros mismos y equivocar de manera continua las prioridades de nuestros discursos político y social.

Porque lo están consiguiendo. Desde hace varios años, dentro de la propia clase trabajadora, se escuchan cada vez con más asiduidad insultos e improperios dirigidos hacia otros trabajadores. En el fondo, sin darse cuenta, se insultan y menosprecian a ellos mismos, o a sus familiares, o a sus amigos. Insultos e improperios que se hacen dolorosamente más patentes durante las jornadas de huelga que los distintos colectivos se ven obligados a convocar ante el acoso constante a sus derechos. La comprensión y la solidaridad de antaño se han convertido en una irracional inquina rencorosa que no tiene ninguna base ni justificación: los funcionarios son unos vagos insolidarios y privilegiados que deberían ser castigados sólo por levantar la voz; los conductores de metro, unos salvajes sin derecho a la queja y la protesta porque “disfrutan” de un trabajo estable; los empleados de la limpieza son unos irresponsables porque no recogen la basura dejándonos las calles sucias y malolientes; los trabajadores de AENA amenazan nuestra imagen internacional provocando caos aéreos propios de países tercermundistas. Siempre hay una excusa, una justificación que pretende ser objetiva, casi científica, siempre económica, que invalida todas y cada una de las protestas sociales aunque estén perfectamente justificadas. Y lo más doloroso, lo más extraño, lo más injustificado, lo más imbécil es que al final los primeros que censuran la defensa de los derechos laborales de los trabajadores son precisamente los propios trabajadores. Y así nos va.

No, no pienso dar las gracias por trabajar. Trabajar supone un esfuerzo mediante el que se consigue una contraprestación. Es un contrato de dos que debería beneficiar siempre a las dos partes. Dejemos que sea nuestro trabajo y rendimiento el que avale el juicio que se haga sobre nosotros. Dejemos de agradecer lo que es un derecho y comencemos a defenderlo como tal, como nuestro único patrimonio. Derecho a trabajar y a mantener el estado de bienestar social como el único garante de una mínima igualdad de oportunidades. Como la única posibilidad de alcanzar cierto grado de libertad dentro de nuestra sociedad.

Escuela pública de tod@s, para tod@s

15 septiembre 2011

Telemadrid y su manipulación torticera

Aclaración: ante el número inusitado de visitas y tras el comentario que me hace un amigo parece ser que tal vez los datos que ofrecía la televisión eran tan sólo de los SMS, llamadas y mails mandados en directo. No los datos de la encuesta en la web.  En tal caso no habrían invertido los resultados sino tan sólo habrían ocultado lo que se estaba votando en la web. No se podría hablar de manipulación. Valga esta aclaración como rectificación porque no pienso caer en lo mismo que critico.  Borro Cambio la entrada y dejo la aclaración para aquél que entre aún en el blog buscando la información.

Sabemos que Telemadrid es la televisión más partidista, manipuladora y casposa de España.

Sabemos que sus telediarios sirven para hacer una loa constante a la lideresa y para ocultar o minimizar cualquier posible error que cometa, así como ocultar o ridiculizar cualquier acción o movilización que vaya en contra de sus designios

Sabemos que sus programas de debate, tanto los diurnos, cutres y cochambrosos, como los nocturnos, con una puesta en escena pretenciosa y grandilocuente, son espacios donde sólo se escucha una solo voz política monocorde, levemente matizada por alguna voz pretendidamente socialista que sirve de contrapunto (in)útil.

El otro día, en uno de estos programas de debate (Madrid Opina), decidieron hacer una encuesta sobre si se estaba de acuerdo o no con aumentar las horas lectivas de los profesores. Para ello se pedía que se mandaran mensajes SMS o se llamara a unos determinados números de teléfono. Al mismo tiempo, una encuesta en los mismos términos estaba colgada en la página web de la cadena

En un momento dado del programa se hizo una primera aproximación de cómo iba la encuesta. Se puede ver en este pantallazo (como los demás los he cogido de un compañero que lo colgó del Foro de la sur). Parece claro, por los datos, que los encuestados que votaban estaban a favor de las medidas de Aguirre. Eso sí, no se daba ningún dato de participación.

 
Al final la brecha se amplía. Ningún dato de participación. Por supuesto.


Mientras tanto, a la misma hora en que se estaban publicando estos datos en la televisión, éstos eran los datos que ofrecía la propia web de Telemadrid (se puede ver la hora y los tantos por ciento en el pantallazo, al pinchar en la foto)



Los resultados eran casi exactamte inversos a la encuesta televisiva. Curioso. No les importó. Al parecer esta información no era relevante para darla en directo y complementar los datos de la otra encuesta. Al fin y al cabo, con los primeros datos se transmitía a la audiencia que las conclusiones a las que los "distinguidos" contertulios estaban llegando en el plató, eran compartidas en una "encuesta imparcial"... Eso sí, con un dato del 3,4% de audiencia, no hubiera esta mal conocer el número de personas que había participado en esa encuesta en directo… Debió ser un número tremendo…

Pues eso. Poco más que añadir.

Bueno, sí, una cosa: ¿si en lugar de preguntar acerca de las dos horas lectivas de los profesores hubiesen preguntado si se estaba de acuerdo o no con los recortes llevados a cabo en la educación pública, mientras se beneficia a la educación privada no concertada con desgravaciones fiscales, cuyo importe es superior al pretendido ahorro que se va a conseguir… qué hubiera pasado?

Bueno, claro... Estamos hablando de Telemadrid... Vaya tontería... Como si esa pregunta pudieran siquiera habérsela  planteado.


11 septiembre 2011

Un viejo amigo


Su mensaje llegó a mi móvil de improviso, en la calle, entre otros que requerían mayor inmediatez, en medio de la marea verde que el miércoles comenzó a rugir en la calle contra los recortes aplicados a la educación pública por el Gobierno de Aguirre. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de él y de repente nos convocaba, a Carol a y mí, a tomar algo el sábado, en Madrid, donde estaba de visita. En otras épocas de mi vida he mantenido un discurso cínico sobre las amistades y lo efímero de las mismas. No soy de los que ha sido capaz de mantener el contacto con los amigos de la infancia o la adolescencia. Ni tampoco lo he pretendido con mucha intensidad. Con el tiempo incluso, casi he perdido a los de la universidad. Nunca me ha importado demasiado porque siempre he creído que las amistades responden a una especie de ciclo vital, en el que inicialmente se consolidan gracias a que diversas personas confluyen en un lugar, en un tiempo y en un contexto específico; posteriormente se convierten en un eje gravitacional alrededor del cuál gira gran parte de la vida emocional de cada uno de los que disfrutan de ellas; y finalmente, en muchas ocasiones, se diluyen lentamente cuando las distancias personales de los proyectos vitales se acentúan, aparece cierto grado de aburrimiento o alguna otra circunstancia puntual varía. Nunca me ha parecido algo triste, ni motivo de enorme pena o desazón, porque en general el hecho de que en mi vida algunas amistades pasasen a segundo plano ha significado la aparición de otras nuevas con las que disfrutar de diferentes experiencias que siempre me han hecho crecer. Pero en algunos casos, en los mejores casos, nunca mueren del todo. Han sido demasiado importantes, demasiado significativas para que eso les suceda. Tan sólo permanecen en estado latente, congeladas, sustentadas en un cariño indisoluble y sobreviviendo gracias a pequeños contactos esporádicos. Son aquéllas sin las que uno es consciente que no podría escribir su biografía emocional. Este amigo, el del mensaje, es uno de esas amistades. Mis primeros (y excitantes) años en Madrid giran fundamentalmente en torno a dos personas: la primera fue (y sigue siendo) Carol. La segunda, sin duda, fue él. Tardes y noches de sueños, conversaciones, alcohol, risas, cine e incluso algo de teatro permanecen en mi memoria con enorme nitidez, dando forma y sustancia a una parte muy importante de mi vida. Fue una época de absoluta libertad, caóticamente extraña, salvaje y plácida a la vez, en la que el tiempo parecía dilatarse y no había ninguna necesidad de doblegarse a ningún compromiso social ni laboral, por nimio que pareciese. Después, por supuesto, el tiempo pasó y cada uno de nosotros comenzó a transitar por caminos cada vez más alejados, desde los que cada vez costaba más trabajo salir para volver a encontrarnos, para recobrar sensaciones y atmósferas anteriores. Finalmente marchó con su mujer hacia tierras templarias, autoimponiéndose un exilio rural, construyendo un discurso anti-ciudad que necesariamente no podíamos compartir. Da igual. He compartido muchas de sus alegrías, sus miedos, sus fracasos, sus victorias, su búsqueda constante de encontrar su lugar en el mundo sin ceder a lo que parecía ser su destino por estudios o familia. Lo he admirado por eso. Durante los últimos años, cada vez que nos hemos vuelto a ver, una nube oscura sobrevolaba todas sus historias, ensombreciendo su vida injustamente, haciendo que perdiera poco a poco parte de esa jovialidad que siempre le ha caracterizado. La naturaleza nunca se ajusta plenamente a nuestros deseos y cuando éstos son tan intensos la no obtención del objetivo termina pasando inevitablemente su factura. Pero el sábado su cara era diferente. Su sonrisa volvía a ser más plácida. Su mirada, limpia de preocupaciones. Mientras nos contaba la buena nueva y su mujer nos confirmaba la noticia con una leve caricia a su barriga, sentí cómo un extraordinario sentimiento de felicidad me embargaba. Por él. Por su búsqueda. Por sus desvelos. Por las tristezas sufridas. Por los años pasados. No sé si eso se lo pude transmitir con el fuerte abrazo que le di. O sí. Pero desde aquí, ahora, se lo quiero decir de nuevo:

Un fuerte abrazo, viejo amigo. Muchas felicidades y que todo vaya bien. Te lo mereces. Os lo merecéis los dos.