05 octubre 2011

Ni respeto, ni comprendo

Tal vez sea porque la gente confunde el significado de las palabras, pero llevo unos días escuchando decir a algunos compañeros, profesores como yo, que hay que respetar a aquellos que toman la decisión de no hacer huelga en el que es uno de los momentos más críticos para la supervivencia de la educación pública (tal y como la conocemos) de la historia de la democracia. Yo no comparto esa idea, yo no respeto a todos aquellos que no hacen huelga. Ni los respeto, ni soy comprensivo con sus posturas, ni tampoco voy a aceptar como válidas o razonables algunas justificaciones que se dan sólo porque hay que ser correctos para no romper la (supuesta) armonía de los claustros. Cuando empezamos a trabajar en la educación aprendemos rápido que el respeto no se impone ni se exige a los alumnos actuales. El respeto hay que ganárselo. Pues lo mismo sirve para este caso. Me explico.

A pesar de que pueda sonar extraño sí me parece respetable y lógico que aquellos profesores que se alinean con las tesis del PP no se adhieran a las huelgas convocadas. Son compañeros que en su alienación consideran que en momentos de crisis los profesores deben trabajar más horas lectivas auque eso contravenga las leyes y redunde en una peor calidad de las clases impartidas; que creen que las consecuencias académicas de que un excesivo número de profesores no especialistas se haga cargo de materias que no domina puede ser suplido con voluntad y esfuerzo (aunque ellos tampoco vayan a esforzase demasiado, al fin y al cabo tienen un alumnado que, según ellos, no lo merece); que defienden (o no les molesta) la parcial privatización de la educación, porque en el fondo trabajan en la educación pública como mercenarios infiltrados y nunca han creído en la importancia de este tipo de oportunidades generales; que están siempre dispuestos a volcar sobre los alumnos y las familias la responsabilidad de la mala calidad que la educación pública dicen que ofrece, obviando siempre su propia responsabilidad y la de la Administración que defienden. Es normal que no hagan las huelgas, han hecho una elección ideológica, han tomado una postura cuya existencia se debe respetar, aunque ello no signifique que haya que respetar sus argumentos manipulados y falaces. Porque estas huelgas las hacemos también contra ellos, ya que son el caballo de Troya del Gobierno de Aguirre en el seno de los claustros.

Pero a los que no respeto ni comprendo son a los que sí consideran que la educación pública se degrada a posta en Madrid; sí entienden que las nuevas normas significan un ataque directo a la educación pública; sí son conscientes del caos organizativo que se está generando en los centros educativos; sí participan activamente en los corrillos de los pasillos o en la cafetería mostrando su indignación por lo que se está haciendo… Pero con el paso de los días, cuando han de volver a definirse, a mojarse, a actuar como parte de un colectivo laboral ejerciendo su legítimo derecho a huelga contra estas políticas educativas, cuando llega el momento de defender sus derechos laborales y los derechos a una educación digna de sus alumnos, no dan el paso al frente y reculan cobardemente. Nadie está obligado a hacer una huelga, lo sé, pero por higiene mental y por dignidad deberían al menos evitarnos escuchar sus peregrinas excusas a los que sí las hacemos. Suelen hacerlo con el gesto contrariado, aludiendo siempre a oscuras abstracciones que nunca se pueden constatar, utilizan el supuesto derrotismo de otros para justificarse, y ejercen de falsos profetas anunciando un seguro fracaso al que precisamente aboca su propia actitud. Por supuesto, siempre encuentran responsables del fracaso de las huelgas y de la no obtención de los objetivos deseados en otros grupos de compañeros: sin son profesores con plaza arremeten contra los equipos directivos porque deberían haber dimitido o acusan a los interinos (sin pruebas) de ser poco participativos en las reivindicaciones, sin ser capaces de mirarse ellos mismos al espejo para no encontrarse con su triste realidad; si son profesores interinos se lavan las manos y dejan que sea el rencor el que hable por su boca para acusar a sus compañeros con plaza de insolidaridades pasadas con las que justificar su miserable y suicida inacción presente. Cuando algún otro compañero les desmonta algunas de estas tesis o apela a la necesidad de mantenerse unidos en estos momentos de lucha, el gesto anteriormente crispado desaparece y deja paso a un gesto lastimero, casi lacrimoso, adecuado para aportar la última y definitiva excusa, ésa que la corrección social obliga a aceptar sin hacer preguntas y con un gesto de comprensión: “no me puedo permitir perder el dinero de los días de huelga”. No es políticamente correcto decirlo, ya lo sé, pero para mí es la más miserable de las excusas, la menos respetable de todas ellas. Cuando algunos profesores empiezan a cabecear, compungidos, con la mirada perdida, aludiendo a que no pueden mantenerse en huelga por una cuestión económica siento como me hierve la sangre. De media cada día de huelga supone una pérdida entre 75 y 100 euros.  Llevamos tan sólo cinco días de huelga  en casi mes y medio de curso, y si se cumple lo que proyectan los sindicatos en total serán seis días de huelga los convocados para los meses de septiembre y octubre. Seis puñeteros días en dos meses. Menos de 600 euros de un total de entre 3500 y 4000 euros netos.

Desde el principio le hemos explicado a la sociedad que estas huelgas y estas reivindicaciones no eran por motivos salariales sino por mantener unas condiciones de trabajo que permitan alcanzar una mínima calidad en la enseñanza pública. Pero estos compañeros, curiosamente, sí priorizan el dinero y su propia calidad de vida, y encima pretenden que les comprendamos por ello. Apesadumbrados terminan afirmando con firmeza que cuentes con ellos para las manifestaciones y las concentraciones (aunque evidentemente esto tampoco suele ser verdad) pero que no harán huelga (o que se lo pensarán, porque tampoco les gusta soportar la presión de grupo) porque no se lo pueden permitir. Es cuanto menos sorprendente, lo reconozco, sin acritud (o con ella): no era consciente de que hubiera en Madrid tantos profesores de Educación Secundaria que vivieran al borde de la indigencia. Pobrecitos. Sobre todos los que ya tienen su plaza fija. Algunos de ellos son los mismos interinos que años anteriores no hicieron las huelgas porque no podían perder ese dinero puntual de un día, ya que tenían que pagar la hipoteca u otras historias… ¿Cómo estarán pagando ahora esas hipotecas? Con el dinero del paro no puede ser, porque no les llegaría, tal era su grado de endeudamiento por entonces (o al menos lo que sugerían sus palabras). Otros son los mismos que, sin darse cuenta, semanas antes de estas jornadas de lucha, te relataban alborozados sus aventuras veraniegas por Asia o Europa. Seguro que no les escuché con la suficiente atención y estos viajes los hicieron en plan mochilero, haciendo autostop y comiendo frutos salvajes de los bosques que atravesaban. Porque está claro que estos viajes realizados de manera turista convencional no son precisamente baratos, y es imposible que los disfrutaran los mismos que hoy tratan de apelar a mi comprensión hablándome de estrecheces económicas. Y por supuesto habrá casos (los menos, seguro) de compañeros que tienen problemas reales por diversas circunstancias personales y la pérdida del dinero de estas huelgas realmente les supone un gran perjuicio…Los hay, claro, pero no creo que nadie pueda aducir que por hacer estas huelgas sus hijos se van a quedar sin comer. Simplemente durante un par de meses se tendrían que apretar el cinturón un poco más fuerte de lo habitual. Es más, casualmente conozco al menos tres casos de este tipo (dos de ellos son amigos personales), que a pesar de encontrarse en situaciones realmente apuradas están al pie del cañón, son honestos con sus discursos y participan activamente de las huelgas y movilizaciones

Por lo tanto, lo dicho: ni respeto, ni comprendo. Por supuesto sí respeto a la persona y mantengo la necesidad de ser educados entre nosotros como  premisa fundamental para poder vivir en sociedad. Pero que no me vengan con más milongas, que no me vengan con sus dudas interesadas, que no me vengan con su derrotismo calculado, que no pretendan mi empatía. No la van a tener. Sólo mi indiferencia y mi desprecio.

2 comentarios:

  1. La fuerza se va por la boca. En casos como estos, esa frase se cumple al pie de la letra.

    Antes de producirse el movimiento del 15-M, todas las personas con las que hablaba se sentían insultadas con la situación económica que atravesaba (y atraviesa) España. No es una, ni dos, ni son tres veces las que he escuchado las ya conocidas frases de: "esto es una mierda", "este sistema no funciona", "al trabajador se le pisa mientras al banquero se le paga", "siempre pagamos los mismos", etc.

    Cuando explotó todo y se comenzaron a organizar manifestaciones, asambleas y acampadas, todas esas personas que antes bramaban en contra del sistema comenzaron a poner excusas:

    "Es que yo no puedo ir porque tengo que hacer X", "tengo que atender al niño", "me viene fatal, si fuera un poco antes.."... y luego finalmente la guinda que colmaba mi paciencia:

    "Ahora os toca a vosotros manifestaros".

    Es algo que nos afecta a todos, ¿qué me estás contando? A ti que tienes 40 años te revienta tu jefe igual que lo hace con el chaval de 20 años que curra 9 horas en el bar de debajo de su casa los fines de semana. ¿En serio es una excusa? Porque yo vi personas de todas las edades en las asambleas.

    Otros decían que estaba politizado, y todo eso desde la comodidad de su casa, desde la silla del bar donde charlábamos cerveza en mano. Gente que no había pisado una concentración, que no había ido a una asamblea, que no había visto la gente que yo vi en esas concentraciones (de toda índole), que no había oído a 6000 personas gritando al unísono no hay banderas en lugar de estar de cerveceo (típico por estos lares a esa hora un viernes por la tarde) y que me trataba de convencer a mí, que, joder, no he vivido en las Setas de la Encarnación los 8 días de acampada, pero he asistido a varias asambleas, concentraciones, manifestaciones y he pernoctado allí.

    Supongo que la gente piensa: vamos a vender humo en forma de excusa: quedamos bien porque nadie va a entrar a rebatirme mis principios políticos y la excusa cuela. Igual en público cuela, pero pienso que eres imbécil: imbécil por juzgar sin conocer e imbécil por no tratar de luchar por lo tuyo y por lo de las personas que están a tu derecha y a tu izquierda, ya sea por el empleo o por la educación (más importante si cabe). Es tan sencillo como ir,si no te gusta te largas. Ahora ya tienes capacidad para opinar habiendo conocido, y no sin conocer (es decir, conocer viendo Intereconomía).

    Esta misma semana leía en 20Minutos una entrevista a Loquillo, en la cual quedaba recogida la siguiente frase:

    "Es el final de un estilo de vida y el principio de otro en el que el control del individuo es total. Eso da miedo. Hay que gritarlo alto, como hizo el punk. Yo ya hice mi guerra. Ahora que la hagan otros.

    Olé tus huevos.

    Conformismo, puro y duro.

    Yo de todo esto que ha ido pasando en el último año y medio me ha quedado claro algo que yo ya sabía pero que no por ello ha dejado de sorprenderme, y es el conformismo de la sociedad en la que vivimos. Tócale los empleos y no se quejará o, de hacerlo, será de forma tibia. Tócale el impuesto al alcohol y al tabaco o, como dicen por aquí por Sevilla, cierra la fábrica de Cruzcampo y verás cómo la sociedad sevillana se echa a la calle convocada por "Derechoalcerveceo YA!".

    Esto es así, y no creo que cambie a corto-medio plazo. Otros llevan en la sangre y en su historia (escrita con ella) un espíritu más inconformista, como Francia, donde hay huelgas y protestas cada dos por tres (8 huelgas generales llevaban allá por Noviembre de 2010... cuando nosotros hemos hecho 1 y ha sido un semifracaso).

    Gente así hay por todas partes. Muchas bocas y demasiado grandes. Más sencillo es quedarse en casa viendo Sálvame y pensar que las cosas se arreglan solas.

    Siento la chapa. Abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Brillante disertación, Ángel, poco que añadir a lo que expones. Aunque tal vez te equivoques al no asumir que el motor de cambio necesario en la sociedad actual es tu generación, porque al no tener todavía nada que conservar y con un futuro como el que le parece esperar tiene margen (escaso) para repensar la sociedad en la que quiere vivir y trabajar. La generación de la nocilla, los mileuristas, los hijos del baby boom, los de la nostalgia continua por la adolescencia perdida, es decir, los que nacimos en los 60 y 70 estamos amortizados desde hace mucho tiempo.Los de los 70 y 80 ni siquiera hemos encontrado un espacio desde el que respirar porque no teníamos ni las ganas ni el ímpetu necesario para hacernos sitio a empujones. Creíamos que la formación superior bastaría para forjarnos un futuro y ahora miramos desorientados, sin coordenadas ideológicas ni colectivas a las que seguir, cómo pasados los treinta somos arrojados a las fauces del paro y del futuro incierto en una sociedad que exige más y más formación sólo para ofrecer trabajos de superviviencia temporales (puro capitalismo posmoderno)

    Los jóvenes de hoy al menos tenéis ya una cosa ganada: sabéis que vuestros títulos por sí solos no van a valer una mierda. Sabéis que sólo con más formación no vais a conseguir mejores puestos de trabajo. Y sabéis que sin ella aún tenéis menos posibilidades si cabe. Estáis jodidos. Y sólo desde ese agujero, desde la miseria, y con mucha, mucha rabia se pueden cambiar ciertas cosas.

    Tampoco es que espere mucho de las nuevas generaciones, la verdad. Tampoco nos vamos a engañar. Aunque siempre podrán decir que no hicieron menos que nosotros. Porque eso es imposible.

    ResponderEliminar