15 diciembre 2012

Gotas de cine (1): Grupo salvaje


Su mundo ha muerto. La civilización estrecha cada vez más el cerco sobre ellos. Ford lo había narrado antes en El hombre que mató a Liberty Valance. Nos brindó el emocionante relato, tan desesperado como coherente, de Tom Doniphon, representante salvaje de un mundo sin leyes que desaparecía, un tipo que aceptaba su fin, el fin de su prevalencia, de sus propios sueños, para que un país agreste se construyese sobre los huesos de sus muertos. Ford lo contó desde la épica heroica del perdedor. Peckinpah quiso contar algo parecido pero de manera más brutal, más sucia, más polvorienta. Quiso narrar la misma historia pero sin el mito, sólo desde la vertiente humana de la épica del perdedor. Y hoy aún emociona su relato. No hay redención ni justificación posible para las acciones del Grupo Salvaje que comanda Pike Bishop (William Holden). No hay justificación ni redención porque ellos no rinden cuentas a la moral de la civilización, sólo a su propio código moral, ése en el que nada hay peor que no cumplir la palabra dada, aunque lo importante no sea esa palabra dada sino a quién se le da. Son salvajes que cabalgan ya sin rumbo ni futuro. Han envejecido, se sienten cansados, derrotados, acosados como alimañas. Hace años que debieran estar muertos pero han sobrevivido en un mundo que les da la espalda. Deambulan por las tierras que antaño creyeron dominar, añoran sus sueños quebrados, su vitalidad, el tiempo aquel en el que aún creían disponer de un futuro. Nunca les preocupó nada más que su pellejo y el posible botín a conseguir. Lo intentan de nuevo, una vez más, se embarcan en otra de tantas historias que nunca salieron bien. Los pobres rara vez se enriquecen delinquiendo. Los acompañamos en la que creemos que es su última aventura, nos transmiten su cansancio vital, somos testigos de cómo intentan creerse sus propias mentiras, sus proyectos, ésos que nacen muertos antes de salir de sus bocas. Sorprendentemente salen indemnes. El negocio les sale redondo. Tal vez sea éste el golpe que realmente los retire. Como si eso pudiese suceder… Sólo han tenido que cometer una indecencia más: simple, lógica, natural. Han dejado en manos de aquellos que les contrataron a uno de sus compañeros. Aceptando una vez más que los otros, los que detentan en cada ocasión el poder, los que son aún más miserables que ellos pero tienen detrás el dinero y la fuerza, decidan arbitrariamente sobre uno de los suyos. Sobre uno de los miserables. Sobre uno de los que no tienen nombre. Sobre uno de los que nadie vendrá nunca a salvar.

Bishop (Holden) se viste mientras la prostituta con la que acaba de estar se peina y el bebé de ella, en la misma habitación, llora desconsolado. Acaba de follarse a una puta. Otra más. Como tantas. Como tantas veces. No hay concesiones al espectador. Se siente mayor, se siente agotado, incapaz de volver a construirse la ficción de una nueva vida. Siente que su historia está cerca ya de su final, lo acepta, casi lo desea.  Está hastiado, derrotado, cansado de caminar, cansado de luchar. Mira una vez más a la puta. Los ojos azules de Bishop (Holden) refulgen en la pantalla transmitiéndonos su enorme fatiga. Sólo queda hacer lo que hay que hacer. Termina de vestirse, se enfunda su revólver, sale del cuartucho y se enfrenta a dos de sus hombres que disputan miserablemente con otra prostituta el precio de sus servicios. Se hace el silencio. Los tres se miran. Bishop es el primero en hablar: “let´s go”. La respuesta tarda unos segundos en llegar: “why not?”. Ese diálogo resume la película, resume sus vidas, sintetiza su vacío: 

-“Vamos
 -"¿Por qué no?"

Sólo queda hacer lo que hay que hacer. Fuera les espera Dutch (Ernest Borgnine). Los cuatro se miran un segundo, sonríen, no hace falta nada más. Saben lo que les va a suceder, saben que esta vez va en serio, que su historia está acabada, que les ha llegado la hora y que, por fin, para terminar, van a hacer una última cosa bien, sin sentido, sin lógica, sólo porque saben que deben hacerla a pesar de las circunstancias

Sólo queda hacer lo que hay que hacer