26 octubre 2016

Esquiroles contra la marea verde. Apuntes para una taxonomía esquirola

Una nueva huelga educativa contra la LOMCE, una ley tan inútil para solucionar problemas reales como peligrosa por provocar otros nuevos. Una ley profundamente retrógrada en sus principios ideológicos. Una ley que conlleva absurdos cambios burocráticos en los centros educativos que ahogan la labor de los profesores mientras permite ratios desorbitadas, segregación en las aulas, institucionalización de la enseñanza concertada (incluso la que separa por sexos), recortes en los cupos de profesores de los centros o precariedad laboral en los interinos. Que permite que la religión contabilice en la nota media con la que un alumno compite para entrar en uno u otro grado universitario. Una ley que aplicada en Madrid permite pasar de curso sin que cuenten los suspensos en Tecnología o Música mientras que suspender religión sí podrá hacer repetir a un alumno el curso. Una ley que además incorpora ese engendro que son las reválidas, el mayor absurdo, la mayor imbecilidad, tan injustas como inútiles. Una ley educativa que tras la reivindicación de la cultura del esfuerzo esconde una ideología decadente y elitista, que promueve el éxito educativo solo en aquellos sectores sociales adaptados al sistema. Una ley que, salvo contadas excepciones, solo genera rechazo y desconfianza en la gran mayoría de los profesores de la educación pública. Los que realmente pasan cada día dentro de las aulas y conocen de primera mano los problemas reales que los recortes educativos han provocado. Tal vez por eso una huelga como ésta es tan útil para conocer cómo respira la comunidad docente. Y por eso es un buen momento para completar y actualizar el catálogo de esquiroles educativos, cuya primera entrega escribiera hace unos años centrándome entonces, particularmente, en aquel al que denominé esquirol lúcido. Acometamos pues la construcción de un primer acercamiento a una taxonomía esquirola basada en mis experiencias en diferentes institutos. 

-El esquirol lúcido: es consciente de la gravedad de la situación en la que se encuentra la enseñanza pública y del punto de inflexión que las políticas actuales van a suponer para el futuro de miles de jóvenes. Conoce de primera mano las injusticias que genera la doble red pública/concertada porque su capacidad intelectual y cultural le permiten estar al tanto de todo lo que va sucediendo. Gracias a eso es capaz de encontrar siempre alguna razón por la que, finalmente, no debe juntarse a la infantería que, con sus propias dudas y contradicciones, se compromete con una huelga tras otra. Asienta su argumentación sobre dos o tres recias ideas construidas siempre desde una posición de seguridad laboral (nunca será un interino) que le permiten no terminar de ensuciarse las manos (ni perder su tiempo, ni su dinero) con huelgas a las que predice nulo éxito, en un ejemplo diáfano de profecía autocumplida que él mismo se encarga de ayudar a que se satisfaga acudiendo el día de huelga a trabajar. Es un peligroso agente desmovilizador en los claustros de profesores ya que su opinión suele ser escuchada y respetada, por lo que su decisión anunciada de no participar en las huelgas permite encontrar la excusa final a muchos otros (que suelen sufrir una acusada indigencia intelectual) que tan solo esperan la ocasión perfecta para escabullirse de sus responsabilidades ciudadanas. 

-El esquirol pusilánime: es una raza curiosa esta de los pusilánimes. Suelen ser interinos, de cualquier edad, que viven siempre con temor a todo, con desconfianza perpetua, inmersos en un silencio ideológico autoimpuesto con el objetivo de no hacerse notar, de pasar desapercibido. Cuando se equivocan y se les deja hablar muestran un indisimulable rencor de fondo por esos otros funcionarios, los de la plaza, a los que acusan de nunca apoyarlos lo suficiente en sus reivindicaciones laborales. Paradójicamente, ellos mismos siempre encuentran la excusa perfecta en sus bajos sueldos (por las jornadas parciales) o en su situación laboral inestable para no apoyar ni siquiera las huelgas contra los recortes que han precarizado hasta la humillación su figura laboral. Fui testigo de cómo especímenes de este biotipo se arrugaban y se convertían en esquiroles de las huelgas convocadas precisamente para impedir su propia precarización. No se lo podían permitir económicamente, argumentaban, pesarosos. A día de hoy aun pienso en ellos, en cómo se las arreglaron cuando no fue un día o dos de sueldo los que les quitaron por las huelgas (que no hicieron), sino dos meses de sueldo al año cuando empezaron a despedirlos en junio. 

-El esquirol ruin: suele ser relativamente joven, menor de 40 años, urbano, sin demasiadas cargas familiares. Lleva años contando sus aventuras en países exóticos o sus vacaciones a todo tren en playas o alojamientos rurales. Cuando llegan las huelgas, aunque ideológicamente, de manera superficial, parece compartir las reivindicaciones, nunca termina de ver claro públicamente la utilidad de las mismas: "esta no es la estrategia a seguir" o "no sirve de nada", argumenta con cara de circunstancias, sin profundizar demasiado en ninguna de esas ideas. Finalmente, en privado, a alguno de los que sí hará la huelga le comentará, misterioso, exigiendo comprensión, que ahora mismo no puede permitirse perder ese dinero por una cuestión personal e insoslayable pero que, sin duda, los apoya. Que es terrible lo que están haciendo. Que vaya desastre todo. Un crack. En unos meses se olvidará de las contradicciones y la coherencia y te empezará a contar dónde va a pasar el verano, en ese país extranjero, tan exótico, tan lejano, por un precio bajísimo, casi un regalo... 

-El esquirol ideológico: tan coherente como miserable. Como buen funcionario liberal (siempre con plaza), como buen tonto útil del sistema, vive de lo público mientras apoya su desmantelamiento en todo aquello que no afecte demasiado a su sueldo y privilegios. Asumirá incluso una mayor carga laboral porque tampoco el que sus alumnos aprendan o no le suele preocupar demasiado. Al fin y al cabo, no serán sus hijos los que pisen una escuela pública y considera, en el fondo, a muchos de sus alumnos desahuciados sociales. Tras aprobar un oposición, como buen defensor de la meritocracia y la competencia constante,  se dedica a mirar desde su barrera de funcionario cómo son los demás los que se matan por sobrevivir mediante trabajos de mierda. Y considera los días de huelga como días perfectos para no trabajar cobrando.

-El esquirol inane: el ejemplo perfecto de cómo tener una carrera universitaria nunca es sinónimo ni de cultura ni de capacidad. Hay personas que deciden, tras terminar esos estudios mínimos que le permiten acceder a la profesión docente, no volver a preocuparse jamás por seguir leyendo, conociendo, aprendiendo o reflexionando. Y se convierten en amebas intelectuales. En la sala de profesores, el esquirol inane hace como que se interesa algo por esa huelga, esa anomalía cósmica sobre la que varios compañeros discuten. Pregunta extrañado los motivos de la convocatoria, parece incluso escucharlos con atención, y se hace el sorprendido ante las injusticias que pretenden denunciarse, como si los motivos de la reivindicaciones fuesen un conocimiento arcano al que solo unos pocos privilegiados pueden acceder. "Es que aquí no ha venido nadie de ningún sindicato a contarnos nada y claro, yo no estaba enterado". Lo de internet y la autonomía en la búsqueda de información no van con él. Su cara transluce la nada interior. Volverá a sentarse a corregir sus exámenes. E irá a trabajar el día de huelga sin ni siquiera recordar que esa huelga estaba convocada para ese mismo día. 

-El esquirol  hipócrita: una raza a la que tengo especial aversión. Será capaz incluso de ir a trabajar el día de huelga enfundado en su camiseta verde. Su mayor interés es desmarcarse del resto de esquiroles y generar empatía y comprensión en el grupo de los huelguistas, al que pertenece por ideología. El esquirol hipócrita o indignadito supone, egoísta y miserablemente, que es el único con problemas económicos, familiares o personales. Considera que no puede permitirse perder un solo día de sueldo (o varios) y, aun manteniendo artificialmente un discurso crítico hacia los recortes, asume que los demás tenemos que entender que su contribución a la causa es manifestarnos públicamente su apoyo mediante la dichosa camiseta, mientras también se ocupa de desmovilizar aduciendo, cuando se le presiona, que las huelgas no son la salida a nuestros problemas, que hay que ser más creativos. Igual, si se tercia, no llueve y no le viene muy mal, se paseará por la tarde por la calle en la manifestación de turno. Asume con desparpajo que él también está luchando a su manera, aunque nunca le encontrarás jugándose un euro de su bolsillo o un ápice de su seguridad laboral mediante algún acto subversivo contra aquellos que asfixian a la educación pública. A lo más que llegará será a hacer encendidas y pueriles defensas abstractas del valor de la enseñanza pública mientras critica a la rancia derecha y en su perfil de Facebook cuelga lacitos verdes, videos empalagosos y demás chuminadas con las que cree contribuir a la causa. 

El esquirol novato: es joven, muy joven, acaba de empezar a trabajar en la enseñanza pública. Ha sido criado en una burbuja académica y familiar y el azar, o sus capacidades, le han permitido acceder a un puesto docente a muy temprana edad. Está tan contento de trabajar y de ganar un buen sueldo fijo todos los meses que se olvida incluso de leer algo que le sirva como sustento intelectual a su labor docente. No le llega. Siempre sonriendo de manera juvenil observará y escuchará las quejas de los estresados y encabronados huelguistas como el que oye llover. Nada de esto va con él. Vive en otra parte y sus motivaciones son fundamentalmente hedonistas. La seriedad de la vida le aterra. En su evolución terminará mutando sin esfuerzo en algunos de los anteriores esquiroles descritos. 

-El esquirol de CCOO: una  singularidad de difícil explicación ideológica. O no. Es un profesor que en su esquizofrenia ideológica discrimina la acción reivindicativa según la apadrine o no #SUsindicato. Ese que procuró boicotear las aspiraciones de autoorganización de la Marea Verde allá por 2011. Tiene el superpoder de ignorar sin bochorno alguno las convocatorias de huelga impulsadas por sindicatos y colectivos diferentes a #SUsindicato. Aunque las reivindicaciones sean exactamente las mismas que él defiende y sean iguales a las que utilizará #SUsindicato para convocar la huelga siguiente. Cuando #SUsindicato sea el que convoque pondrá en el grito en el cielo y denunciará con acidez la apatía de sus compañeros esquiroles. "Asco de esquiroles", clamará. Y cuando le hagas ver que hace pocos meses él no apoyó la huelga anterior, esa que hizo como que no existía y de la que nunca habló en la sala de profesores porque no la convocaba #SUsindicato, te mirará con extrañeza, como quien escucha hablar a un mono. Porque él, por supuesto, solo podrá hacer una huelga si la convoca #SUsindicato. Porque él es muy de izquierdas y mucho de izquierdas. Y es de izquierdas y mucho de izquierdas porque está afiliado a #SUsindicato, claro. Y #SUsindicato es el único de izquierdas y mucho de izquierdas con legitimidad para defender a la escuela pública. Y a ver si nos enteramos de una vez y no se lo hacemos repetir. Hombre, ya. 

-El esquirol kamikaze: un grande este tipo. Está o estuvo en contacto con sectores muy movilizados y críticos con el sistema. Suele tener un discurso incendiario en el que apenas deja resquicio a duda alguna. Lleva ya unos años de profesor pero no olvida (y no va a dejar que los demás profesores olviden) sus radicales orígenes sociopolíticos y el asco que le da un sistema social y político que considera putrefacto y nocivo. Despotrica continuamente de compañeros y sindicatos por melifluos, cobardes y débiles en sus formas de lucha social. Y, por supuesto, nunca apoyará una huelga de un solo día. Él considera que al menos deberían ser tres. Tampoco apoyará una huelga cuando sea de tres días. Porque lo que ahora se debería hacer es convocar una huelga de tres días, sí, pero todas las semanas al menos durante un mes. También despreciará la convocatoria de una huelga indefinida de tres días a la semana. Cobardes, pensará, porque lo que tocaba ahora era hacer una indefinida de verdad. Y no firmar las actas de junio. Ni las de septiembre. Finalmente, el esquirol kamikaze nunca podrá hacer una huelga. Todo es poca cosa para él. E irá a trabajar ese día con la sonrisa despectiva en la boca mientras piensa que él tenía razón, que el sector educativo nunca estará a su altura. El reino reivindicativo del esquirol kamikaze no es de este mundo. 

-El esquirol hastiado: uno de los más tristes. Ha participado en muchas de las huelgas anteriores (nunca en todas) y afirma ya no poder más ante la supuesta irrelevancia de las mismas. Asume que no hace lo que debe pero asegura que el cansancio ha carcomido sus ganas de presentar batalla. Mantiene una cierta dignidad, ese aire de viejo luchador derrotado, pero suele esconder en lo más profundo de sí a algunos de los esquiroles anteriores, pugnando desde hace años por surgir, a la espera de unas condiciones ambientales más adecudas para un esquirolismo no traumático en sus relaciones sociales. Evidentemente, eso es algo que nunca reconocerá.

Hoy todos ellos estarán en los institutos y colegios públicos. No darán clases porque la mayoría de los alumnos no irán hoy a los centros. Y disfrutarán de ese café continuo, ese café tan miserable, durante toda la mañana, sin trabajar, cobrando, sin hacer nada, a costa de los que sí hacen huelga. A costa de nosotros. Que disfrutéis el día, compañeros.

01 octubre 2016

Los últimos estertores de El País

Tal vez estemos asistiendo al principio del fin de El País como el periódico que todos conocimos. Comienza a recordar a ese Jiménez Losantos con el que tantos conectaban en la COPE, en los años de Zapatero, porque a la gente le excitaba oír cada mañana su siguiente barbaridad, la nueva barrabasada de un tipo que terminó devorado por los adjetivos. En realidad esa atención mediática no es más que un canto de cisne, un camino sin retorno. Una vez que pierdes el prestigio y la credibilidad, que tiras por el desagüe tantos años de artificio perfectamente diseñado, solo queda la mofa, la ira, el desprecio y el desdén final. Le pasó a Jiménez Losantos, cuando la gente se cansó de tanta visceralidad interesada y llegó el choteo. Cuando sin que él lo pretendiera mutó de periodista a personaje, a caricatura. Por ahí sigue. Nadie le hace ya caso. 

El País hace ya tiempo que dejó de ser referencia para nadie. Su línea editorial, la que durante tantos años marcó el rumbo sociológico de este país, ahora solo se lee con fruición para constatar la desquiciada deriva de un periódico que durante décadas trató de construir una imagen de mesura e imparcialidad, de distancia reflexiva, que finalmente ha cristalizado en un sectarismo rencoroso y endiosado, cuya pretensión de influencia provoca la risa y la indignación, la vergüenza ajena y el repudio intelectual. Sus editoriales han alcanzado el nivel de pitorreo que provocaban hace unos años las portadas de la ya extinta La Gaceta y cuyo testigo recogieron hace unos años las portadas de La Razón, cuando cada noche en Twitter el cachondeo se instalaba a la espera de que Marhuenda hiciera pública la última majadería de un periódico convertido en chirigota. El camino ya estaba marcado. El País lo siguió a pesar de las señales.

Toda deriva encuentra su final, el punto de inflexión a partir del cual ya no hay vuelta atrás y, como le pasara a Losantos, teóricamente en las antípodas ideológicas, la chirigota finalmente se transforma en irrelevancia cuando nadie puede ya asumir como verdad el relato de la realidad construido por el periódico de PRISA. El papel de El País en la actual crisis del PSOE ha superado cualquier expectativa. Sus ataques a Pedro Sánchez por no inmolarse dejando gobernar a Rajoy para que la maquinaria extractiva de las élites económicas del país continúe funcionando sobrepasa los límites de cualquier manual básico de decencia periodística. Somos testigos de los estertores finales de un periódico trascendental para entender a nuestro país. Sacrificado finalmente por Cebrián como último servicio a esas élites de poder a las que vendió su alma y su dignidad.

El País sobrevive a duras penas desde hace años gracias a la memoria de una parte de la sociedad (fundamentalmente mayor de 50 años) que lo sigue asociando con ese "intelectual colectivo" del que hablara Gregorio Morán. Durante años muchos fueron incapaces de asumir la orfandad que les provocaba alejarse del discurso prefabricado del grupo PRISA. Era excesiva la obligación de construir uno propio a través de voces fragmentarias. Demasiado esfuerzo para los que solo querían mantener una imagen de progre de salón crítico con la estética de la derecha cavernaria. Y disfrazaron su incapacidad para rebelarse mediante el elogio huero de ese periodismo nominalmente "serio y de calidad" que se convirtió en la marca de El País. Pero el problema persistía. Porque tras ese periodismo "serio y de calidad" el hedor se fue haciendo insoportable y el lector fiel no pudo seguir mirando hacia otro lado ante los posicionamientos sociales, políticos y económicos de un periódico al servicio de bastardos intereses empresariales. Después llegó la crisis, Y surgió Podemos, y llegaron los despidos, los vetos, el miedo y las contradicciones. El supuesto periodismo "serio y de calidad" se reveló como un periodismo mutilado, dócil con el poder y agresivo con las alternativas sociales que iban surgiendo. El País ha ido perdiendo su aura y su credibilidad al mismo ritmo que los bancos y los fondos de inversión se iban haciendo con PRISA con la aquiescencia de Cebrián.

El desastre económico al que abocó Cebrián a PRISA hizo que las costuras ideológicas de El País saltaran por los aires. La libertad de prensa es una de las grandes ficciones de las democracias capitalistas. La libertad de prensa no es más que libertad del gran capital para imponer su agenda y defender sus planteamientos Los editoriales del último año de El País deberían publicarse en una antología del disparate periodístico. Como muestra del suicidio de un periódico que un día fue referencia de un país y construyó el relato de un época. Tal vez entre todos los editoriales el más sonado ha sido el dedicado hace poco a Pedro Sánchez, ese "insensato sin escrúpulos".

Un editorial que el propio Comité de Redacción del periódico ha criticado sin que Antonio Caño, actual director, se dé por enterado. Doloroso para muchos ha sido también el atronador silencio de todas esas plumas "de calidad" del diario, tan dispuestas siempre a luchar por causas justas. Siempre que ello no les amenace el bolsillo, claro. Ni una palabra de Millás, Muñoz Molina, Elvira Lindo, Azúa, Jabois...


El País ha implosionado. Más allá de lo que finalmente suceda con el PSOE, su apoyo editorial a un gobierno del PP de Rajoy por el bien de la "gobernabilidad de España" es la gota final que desborda el vaso de unos lectores que se encuentran desnortados, incapaces durante mucho tiempo de reconocer los indicios que mostraban la manipulación informativa de un medio que era su referencia intelectual, pero que ahora ya no tienen más opción que asumir, aunque sea de mala gana, que El País hace mucho tiempo que solo sirve como punta de lanza de los poderes económicos del país para que nada amenace al sistema desde la izquierda del arco parlamentario. El País es ya esa caricatura a la que aludí al comienzo. El País es una chirigota. Tratará de seguir influyendo en la sociedad española, intentará cada vez con mayor desesperación y menor disimulo imponer sus opiniones interesadas. Pero una vez descubierto el artificio muchos de sus lectores no podrán ya seguir dejándose engañar con la facilidad con la que antaño lo hicieron. A El País se le ha perdido el respeto y ha dejado de ser intocable. Ha tirado por la borda su prestigio convirtiéndose en un lodazal de informaciones y editoriales sin mesura ni decencia. Apenas unas pocas voces aisladas resisten el temporal. Este es el legado que deja Juan Luis Cebrián, el gran muñidor de nuestra democracia, el hombre tras la tramoya.