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01 agosto 2017

Gotas de cine (4): John Ford, el poeta de lo cotidiano

John Ford, el gran poeta de la cotidianidad del cine americano. En mi opinión fue el mas grande entre los grandes maestros de Hollywood. Conseguía que la vida traspasara la pantalla, que lo ordinario se convirtiese en extraordinario ante los ojos del espectador, que los detalles convirtiesen en verdad el producto de su ensoñación, de su obsesión por la familia, por la camaradería y la lealtad. Su cine se alimenta de la nostalgia por un mundo menos civilizado, más libre, menos encorsetado por las necesarias leyes que vinieron a ordenar las sociedades modernas. Da igual que ese mundo jamás existiera realmente. Él lo creó para nosotros. El cine de Ford, como el de todos los grandes directores, gravita sobre un puñado de ideas-fuerza sobre las que reflexionó toda su vida, permitiéndonos viajar con él a través de sus grandes contradicciones vitales. Pocos cineastas permiten la extraordinaria diversidad de lecturas que se han hecho de su obra gracias, sin duda, a la enorme libertad que destilan sus películas.

Pero en esta ocasión no voy a escribir sobre los grandes temas del cine de Ford. Quiero centrarme tan solo en su extraordinaria habilidad para la dirección. En cómo conseguía exprimir al máximo lo que para otros solo son momentos muertos del relato cinematográfico. Esta secuencia de Centauros del desierto es oro puro. Es de esas secuencias que todo veterano aficionado al cine recuerda aunque no sepa exactamente por qué. Es su aparente simpleza la que la hace tan grande. No hay alardes técnicos. No hay audaces movimientos de cámara. No hay actores mostrando angustia existencial. Nada de eso es necesario. Merece la pena analizar la que para mí es una de las mejores secuencias de la historia del cine.


Han robado algunas vacas de uno de los colonos de la zona y el reverendo Samuel Johnson Clayton (también capitán de los exploradores de Texas) está montando un grupo para perseguir a los ladrones. A partir del segundo 13 la secuencia explota. Todos los actores (que interpretan a personajes que terminarán resultando trascendentes en la historia) se sitúan delante de una cámara fija y se ponen en movimiento. Y de qué manera.  Respiran vida en cada fotograma. Como espectador aspiras el aroma de ese café y saboreas esas galletas. Sientes que esos personajes son de carne y hueso, que existen y estás presenciando un momento de su vida. Ese mundo de normalidad y alegría se rompe en el segundo 48. Una puerta se abre al fondo y de la oscuridad surge Ethan (John Wayne). El espectador siente la perturbación. Bajo el discurso del reverendo se escucha el sonido ominoso del taconeo de las botas de Ethan mientras se acerca hacia él. Tensión. Mientras Ethan se desplaza la cámara comienza levemente a moverse, cerrando el espacio de visión. En el 1:13 Ethan termina encarándose con el reverendo/capitán, que hasta ese momento no ha notado su presencia. El sarcasmo de Ethan cuando exclama "¡capitán!" hace daño. El reverendo se levanta. El tono de la secuencia ha cambiado. Desde que Ethan aparece al fondo el movimiento de la cámara va asfixiando al espectador y a los personajes. Finalmente solo Ethan, el reverendo y Debbie quedan centrados en la imagen. No es casual que Debbie permanezca hasta ese momento. Ese tramo de la secuencia acaba en el 1:20, cuando el reverendo se levanta. El plano general se ha transformado, elegantemente, en poco más de un minuto, en un plano medio de dos personajes que se encaran. Lo que comenzó pareciendo una secuencia cualquiera, casual e intrascendente (no lo era) desemboca en enfrentamiento crucial que determinará la historia que se va a contar. Y todo en un minuto y medio. Brutal.

19 abril 2014

Gotas de cine (3): Centauros del desierto

 
Ethan cabalga lentamente, con su sobrina entre sus brazos. Se dirige al rancho de los Jorgensen. Tal vez el último lugar en el mundo que pueda considerar un refugio, triste remedo del que durante un instante pensó que podría volver a ser su hogar, el rancho de su hermano, el rancho de Martha, antes de que primero el pasado y después la violencia destruyesen para siempre lo que nunca fue otra cosa que un sueño equivocado, tan ingenuo como doloroso. Tal vez durante un instante es capaz de vislumbrar la verdad, de asumir que su tiempo llega a su fin. Que su existencia carece ya de ningún sentido. Nada tiene que hacer, nadie a quien querer, nadie que lo necesite, sólo le resta dejar pasar los días recordando lo que se fue, lo que dejó marchar, lo que nunca se atrevió a intentar. Se siente viejo, terrible y desesperadamente viejo, se sabe ya de otra época, pertenece a una realidad que ha de desaparecer para que sus huesos sirvan como abono legendario de un país que le debe tanto como tanto se siente ya avergonzado de él. Ha cumplido con su obsesión. Ha recuperado a Debbie. Su enfermiza búsqueda del paradero de la última hija de la que fuera el amor de su vida, la mujer de su hermano, Martha, ha llegado a su fin. No siente satisfacción alguna, no puede sentirla, está muerto por dentro, desde hace mucho tiempo, desde que miró con horror los restos ennegrecidos de aquellos cuerpos humeantes. Años han pasado desde entonces, años de búsqueda perturbada, años persiguiendo a una sombra que se le escapaba siempre entre los dedos, años rastreando a Scar, siniestro reflejo de sí mismo. Ahora todo ha acabado. Scar está muerto. Como él. Aunque aún respire. Baja del caballo y camina hacia la puerta del rancho con Debbie aún entre sus brazos. La deposita con delicadeza en el suelo para que el matrimonio Jorgensen pueda hacerse cargo de ella y acompañarla a través de la puerta, con cariño, hacia el hogar, hacia ese hogar fuera de plano, oscuro, en negro, que no vemos pero que como espectadores percibimos trascendente. Esa puerta es la divisoria final, la frontera entre el pasado y el futuro, entre un tiempo que se fue y otro que está llegando. Ethan se aparta, deja paso a Martin y a Laurie, jóvenes dispuestos a dejar atrás traumas de generaciones pasadas, que ni notan su presencia, que parecen haber olvidado ya su existencia. El tiempo se dilata. Es entonces cuando Ethan parece mirarnos, desafiante, durante un instante, a nosotros. Nos mira desde el pasado y no espera nada, nada nos pide, no le importa nuestro juicio, en absoluto. Nos da la espalda y se aleja, bamboleante. De vuelta a un pasado que ya no existe.