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17 noviembre 2018

El apocalíptico integrado: una historia de la izquierda

En esa amalgama social a la que llamamos izquierda convivimos una enorme diversidad de personalidades con diferentes aspiraciones, necesidades, prioridades y emociones que terminan cristalizando en una masa de votantes extrañamente heterogénea, en la que aparecen desde esas pijas amantes de la homeopatía y los baños de bosque hasta esos viejos que apuran su vida ahogados en un machismo miserable mientras proclaman seguir siendo comunistas. Nada nos une con más fuerza a mucha de esa gente de izquierdas que elude el sufrimiento económico del día a día que la vanidad, cierta superioridad moral que no podemos nunca dejar de translucir, una manera de mirar al mundo con la que satisfacer nuestros egos y (sobre)valorar nuestros sesudos análisis sociopolíticos. Lo cierto es que esta actitud tan solo sirve para distanciarnos de esa realidad que creemos desentrañar tan lúcidamente, elevarnos sobre ella para no mancharnos y, de esta forma, impedir cualquier posibilidad real de acercarnos al dolor diario de ese pueblo, de esas clases populares a las que decimos defender e, incluso, de manera arrogante, representar. Hasta cuando votamos pretendemos distinguirnos, diferenciarnos, advertir a los demás, a los que deberían ser nuestros compañeros y a los que deberían ser nuestros enemigos que nuestro voto tal vez sea como el suyo o tal vez sea contrario a él (la verdad es que para algunos eso es lo de menos), pero que nosotros lo hacemos desde nuestra atalaya moral, desde una posición de superioridad intelectual, con la nariz tapada, con condescendencia, como mal menor, a sabiendas de que los que nos han de representar no estarán jamás a nuestra altura. Al final, lo único que dejamos claro es que, en ocasiones, para muchos de nosotros, nuestra posición (radical) es más estética que ética y que en el fondo no somos peligrosos. Y los que lo tienen que saber lo saben, claro. Y se descojonan.

Entre todo los tipos de miembros de nuestra tribu hay uno que últimamente me subyuga en particular, uno en el que no puedo dejar de pensar. He decidido llamarlo el apocalíptico integrado. En los últimos años me he encontrado personalmente con varios, también los he leído en redes y ensayos. Suele ser gente preparada, con lecturas, que ha reflexionado de manera cabal sobre política y sociedad; son tipos formados, cultos, intelectualmente atractivos, potentes, pero que no pueden evitar mirar por encima del hombro a todo lo que huela a intentos de reformismo, a mejoras parciales, a parches que ellos desdeñosamente califican como buenistas. Son aquellos a los que el Tony Judt de Algo va mal les provoca una urticaria mortal, al tiempo que la apelación a sus últimas ideas provoca la aparición de una sonrisa de desprecio en sus caras. Aprovechan cualquier error de la izquierda política representativa para reforzar sus tesis. Se alimentan emocionalmente de las contradicciones que han de asumir aquellos que, pretendiendo ser de izquierdas, detentan de manera precaria el poder. Han llegado a una conclusión que pretenden hacer pasar por "científica": no hay solución dentro del capitalismo. El capitalismo destruirá siempre cualquier alternativa que pretenda modificarlo o matizarlo sin eliminarlo. Sus  razones son de peso, sus argumentaciones impecables, sus diagnósticos inapelables. Desprecian cualquier intento de reforma aunque mejore parcialmente las condiciones de vida de los mas desfavorecidos; pertenecen a una élite intelectual fantasma a la que nadie presta atención pero que sobrevive políticamente alimentándose de sus propias expectativas. Ante cualquier circunstancia social siempre encontrarán un motivo para reafirmarse en su planteamiento radical original, ese que les permitirá diferenciarse, encontrar razones para el nuevo fracaso reformista, evaluar de manera condescendiente los resultados de ciertas políticas sociales y refugiarse en la ironía cobarde, en el sarcasmo estéril, sin aportar más solución que una fantasmagórica teoría del colapso como elemento regenerador de una sociedad enferma de capitalismo. Incapaces ya de vislumbrar esa implosión capitalista que predijeran Marx o Rosa Luxemburgo, ahora prefieren especular con un próximo colapso climático, con una naturaleza implacable que vendrá remediar nuestra incapacidad revolucionaria, una naturaleza esquilmada que derrotará al capitalismo a través de una crisis ecológica que la arrogante ciencia humana no será capaz ya de contener. 

Conversar con un apocalíptico integrado es siempre un placer. Leerlo siempre es una puerta abierta al conocimiento. Su bagaje cultural y su curiosidad le permiten no solo estar al tanto de lo que se pensó en el pasado sino también de lo que el actual presente convulso plantea. Lo que resulta sorprendente es que, en el fondo, poco de todo eso le importa. Ha decidido levitar en el vacío, no ensuciarse en el fango de la realidad, no tener que enfrentarse a ninguna contradicción. El apocalíptico integrado de izquierdas ha decidido detener el tiempo, salirse del mundo, no cree necesario ya involucrarse en ninguna lucha, solo resta esperar a ese horror que se avecina y que, en su inconsciencia, termina invocando en sus discursos. Se ha convertido en un milenarista absurdo a la espera del gran colapso social. Su horizonte de futuro solo contempla el fin del capitalismo a través del final de un planeta que, según ellos, siempre está al borde del abismo ecológico.
 
La radicalidad de su planteamiento intelectual haría pensar que, descartado un inútil activismo subversivo o terrorista, la vida de estos apocalípticos integrados se convertiría en una ascética espera de un final inevitable o en un desquiciado intento de proteger a los suyos de la convulsión social que acarrearía ese colapso ecológico que consideran inevitable, al estilo del protagonista de Take Shelter, la magnífica película de Jeff Nichols.
 
Pero no. Aquí aparece la paradoja. Sus vidas, extrañamente, no reflejan ninguna de sus convicciones: se casan, tienen hijos (a los que según ellos abocan a un futuro terrible), trabajan cada día como todos, se convierten en funcionarios, aceptan convenciones sociales conservadoras y degradantes, se relacionan con suegros fachas o liberales, participan del consumismo occidental, mantienen amistades con machistas y reaccionarios en nombre de lealtades inextricables... ¿Realmente desean que este mundo, como aseguran, se acabe? Y si no se va a acabar próximamente, ¿es honesto despreciar continuamente cualquier intento de construir socialdemocracias (siempre defectuosas) que mejoren las condiciones de vida de los más jodidos?
 
Reconozco que disfruto con ellos. Disfruto de su conversación, de sus agudos análisis de la realidad, admiro su inteligencia. A veces, incluso, en ciertos momentos de debilidad, envidio su calculada indiferencia hacia una realidad con la que nunca se ensucian, pero no puedo evitar poner siempre cierta distancia emocional con ellos, mantener cierta frialdad hacia ellos, procurarme cierta protección frente a unas ideas que parecen sugestivas pero que, finalmente, tan solo son enormemente cómodas. No puedo evitar que el fantasma del postureo aparezca ante mis ojos, que haya algo que nunca termine de encajar entre el discurso intelectual y la realidad vital. Al final, siempre termino encharcado en una de mis obsesiones, la coherencia, la puñetera coherencia.

21 agosto 2018

La huelga, esa piedra en el zapato del precariado


No recuerdo una sola gran huelga en los últimos 20 o 25 años que a los pocos días los grandes medios de comunicación no hayan empezado a demonizar de manera indecente y que la opinión pública, más o menos manipulada, no se haya vuelto contra ella con mayor o menor virulencia. Dio igual que fueran mineros, estibadores, controladores, profesores, taxistas o basureros. Poco importó que fueran trabajadores de la limpieza, de AENA, los del metro o los de astilleros. Cuando no fueron lo suficientemente trascendentes para ser mediáticamente criticadas, las huelgas tan solo fueron dolorosamente ignoradas.

Siempre parecen existir excusas para criticar cualquier lucha por los derechos de los trabajadores, todos las hemos escuchado alguna vez:

"No defienden sus derechos, defienden sus privilegios".

"Igual tienen razón pero la pierden por las formas, esa violencia es inaceptable".

"Si ellos tienen derecho a la huelga, ¿no tengo yo también derecho a llegar a la hora a mi trabajo?



Una y otra vez la solidaridad con los demás trabajadores es reprimida por un sistema caníbal y cínico que alimenta el enfrentamiento, potencia la singularidad e induce al aislamiento laboral. Últimamente, además, parece que hemos empezado a comprar con gusto malsano ese discurso destructivo. El precariado (sobre)vive en un infierno diario pero no aspira a cambiar el sistema sino a triunfar en él. Ese infierno aspiracional es el motor de un sistema laboral en el que se soporta la explotación y la humillación de empresarios indecentes en silencio, pero luego se reprocha la lucha de otros que solo pretenden no soportar o no alcanzar ese grado de sordidez laboral.

Tal vez una de las causas de que todo esto suceda es que casi nadie se asume como trabajador precario a jornada completa (el señuelo aspiracional), sino como alguien capaz de aceptar sin batalla unas condiciones laborales infames porque vive en una ensoñación perpetua, a la espera de dar el salto a otro nivel, a la espera de un futuro que, en demasiados casos, por pura estadística, nunca llegará.

No nos miramos los unos a los otros como trabajadores. La lucha por los derechos de unos debería ser la lucha por los derechos de todos. Nos miramos con rencor y envidia, con desconfianza, bien adiestrados por unos medios de comunicación siempre dispuestos a fijarse en lo anecdótico del contexto sociolaboral, nunca en lo sustancial, jamás en lo conflictivo.

Es de rigor analizar críticamente el silencio de cada uno de los colectivos que se han ido poniendo en (justa) huelga en relación a las huelgas de los otros colectivos. Vivimos en un tiempo de egotismo tan atroz que incluso las únicas huelgas necesarias parecen ser las nuestras. ¿Y las otras? ¿Nos paramos a pensar en las otras huelgas? ¿Nos solidarizamos con los demás trabajadores en esas huelgas? ¿Nos posicionamos públicamente con ellos sin rodeos?... A veces sí, al menos al principio… Pero que no nos jodan las vacaciones.

Jugamos a ser islas ridículamente independientes en un mar de canibalismo capitalista que se descojona de nosotros. Nos ignoramos, vivimos inmersos en una distopía posmoderna de empatía y emociones positivas, esas que jamás aplicamos al trabajador puteado de enfrente. Cuando la realidad nos mancha desaparecen las caretas. Que el otro se joda. Como nosotros.

Si terminas de leer esto igual piensas que no va contigo, claro. Que menudo coñazo. Estás por encima de estas mierdas, no te va a convencer de nada un puto hilo de Twitter o este post. Que tampoco es para tanto. Igual todavía eres joven. Igual hoy acabas de llegar a casa tras trabajar 10 horas de las que solo 6 aparecen en tu contrato. Estás reventado. Igual has decidido pedir comida por Uber o por Glovo. E igual, al ir a pedirla, has recordado que por fin los riders se han puesto en huelga. Te cabreas: "joder, ¿ni siquiera voy a poder comer por estos gilipollas?"

Pero no, esto no va contigo, claro.

07 abril 2018

Campo de batalla: la Educación

A veces es necesaria la autocrítica, la reflexión pausada. Las redes sociales son un lugar privilegiado para analizar comportamientos humanos y hace tiempo que vengo constatando una realidad: en cualquier ámbito profesional nos irrita en sobremanera que vengan desde fuera a explicar(nos) o criticar(nos) nuestro trabajo, salvo que vengan a darnos la razón y a asumir nuestra autoridad. En tal caso, solemos aceptar los aplausos sin mucho problema. Y eso es algo que resulta contradictorio.

¿Es razonable, deseable o útil  que solo puedan opinar y dictar sentencia sobre una materia en particular tan solo los profesionales implicados en dicha materia diariamente? ¿Son ellos las únicas voces autorizadas? ¿No habría que especificar sobre aquello de lo que se discute en relación a esa materia? ¿Queremos una tecnocracia o una democracia de ciudadanos informados? ¿Qué pasaría si extrapolásemos esa idea a todos lo ámbitos? ¿Sólo deben hablar sobre periodismo los periodistas o sobre política los políticos? ¿Deben ser los economistas los únicos que tengan una voz autorizada para establecer las bases ideológicas con las que construir el sistema de impuestos de un país?

Tal vez sea el periodismo un campo fértil para ampliar el preámbulo de esta reflexión. ¿Es razonable que tipos como Francisco Marhuenda (La Razón), David Alandete (El País) o Eduardo Inda (sus labores) puedan ser considerados como profesionales con la autoridad intelectual necesaria para establecer las bases de lo que debe ser la deontología del periodismo español?

Sé que esto que escribo puede resultar en principio controvertido. Todos los días en los medios de comunicación aparecen cantamañanas que ejercen de gurús visionarios ofreciendo soluciones peregrinas a problemas sociales profundos, en un lacerante espectáculo intrusista que desprecia la experiencia profesional. Pero seguro que este planteamiento inicial parecerá menos subversivo (y le gustará menos a algunos de los que ahora se frotan las manos) al profundizar en él. De momento sigamos haciéndonos preguntas. Para ello me centro ya en mi actividad profesional, en la enseñanza: ¿es honesto afirmar que todos los docentes, por el hecho de serlo, son expertos en educación y por tanto voces lúcidas a las que escuchar con atención y respeto cuando se discute sobre los problemas de la enseñanza en España? La respuesta es sencilla: no, no es honesto. Porque no, no es verdad. Una gran parte de los docentes ni siquiera se ha planteado con una mínima profundidad cómo construir las bases de un sistema educativo público, equitativo y exigente en el que los alumnos adquieran conocimientos (y con ello la capacidad de convertirse en ciudadanos críticos). Todos conocemos a profesores que trabajan cada día en el aula y cuya opinión sobre los alumnos, o sobre la actividad docente, o sobre la organización de un centro educativo, o sobre la organización general del sistema educativo no compartimos, no nos representa, nos resulta indiferente, nos provoca rechazo o directamente nos da vergüenza ajena. No todos los que enseñan cada día son voces interesantes ni autorizadas para hablar sobre la enseñanza. Sí es verdad que conocen la realidad de las aulas (faltaría más, las pisan cada día) pero ese hecho no implica automáticamente que de sus experiencias sean capaces de extraer una sabiduría que vaya más allá de la supervivencia profesional. Y todo esto es algo que desde nuestras trincheras muchas veces, interesadamente, obviamos.

Vivimos tiempos en donde lo emocional impera y ese exceso de sentimentalidad se ha extendido, inevitablemente, a unos profesionales hartos de la avalancha de opiniones "externas", delirantes e interesadas, que les intentan explicar cómo realizar su trabajo. Como consecuencia, de manera reactiva, casi defensiva, se ha construido un discurso dentro de cierto sector del profesorado que, a falta de las matizaciones necesarias, pretende trasladar a la sociedad el mensaje de que nadie puede hablar de la educación, ni pedir cuentas a los profesores sobre su labor porque estos son los únicos que poseen el bagaje necesario, debido a su experiencia, para enjuiciar dicha labor y la de sus compañeros. Y esa actitud, que linda con una arrogancia equivocada, genera una brecha y un desafecto con unos alumnos, unos padres y una opinión pública incapaces ya de aceptar (nos parezca eso mejor o peor) que el profesor tiene la razón en todo momento y que todas las decisiones que toma son las mejores y las más adecuadas para la formación de los alumnos

Entonces...

Habría que empezar por diferenciar dos planos. Por un lado está cómo elige dar sus clases un profesor, qué estrategias de enseñanza elige y cómo enfoca su labor diaria, ateniéndose siempre a las especificaciones obligatorias que los currículos oficiales establecen. En ese ámbito (uno de los que más cuestionados, curiosamente, desde fuera de la Escuela) debería respetarse escrupulosamente la autonomía del docente, aceptar sus elecciones metodológicas sin cuestionamientos externos y comprender el enorme valor que tiene una educación pública en la que cada docente aporta su visión personal sobre cómo debe diseñarse el aprendizaje de los alumnos. No existe una única manera de enseñar válida, al igual que no existe una única forma adecuada de aprender. Lo que sí existe es un enorme ruido social, alimentado por los poderes económicos, en torno a esta cuestión metodológica. Se pretende uniformizar el aprendizaje, asumiendo que la visión competencial neoliberal de la educación (abrazada de manera incomprensible por ciertos sectores de una izquierda desnortada) es la única posible, despreciando el valor del aprendizaje de conocimientos como única vía real para un cuestionamiento crítico de la sociedad en la que vivimos. He escrito sobre esto en otro lugar por lo que no me extenderé sobre ello.

Por otro lado, de manera más general, la sociedad española debe enfrentarse de una vez a la cuestión educativa. Una vez superada la inercia inicial de aquella democracia que hace 40 años conseguimos establecer, el relato de la educación como motor de ascenso social, que tan bien funcionara durante dos décadas, está hoy profundamente cuestionado. Es un relato que ha entrado en decadencia, que ya no traspasa los muros de las casas de una clases populares que viven golpeadas por una precariedad dolorosa y ven cómo sus hijos parecen abocados a unas vidas aun más precarias que las suyas. Un cinismo, tan equivocado como comprensible, ha hecho carne en ellas. Hay que dignificar la Escuela, revalorizar la cultura como forma de crecimiento personal más allá de lo económico, conseguir que esa formación inicial sea el cimiento real sobre el que edificar la vida laboral, la mejor manera de disponer de diferentes opciones de futuro. Y al mismo tiempo esa Escuela está obligada a ofrecer una manera (nunca será la única, claro) con la que conseguir esos ropajes intelectuales mínimos con los que enfrentarse a una compleja realidad política y social que los grandes poderes intentarán siempre simplificar a su favor. Nada de lo que planteo es cuestión baladí. También están en cuestión permanente aspectos claves como cuál debe ser la relación docente-alumno, los derechos y deberes de unos y otros en los centros o la integración de la Escuela en su entorno social. Y qué decir sobre la implantación de programas bilingües como el de Madrid, construidos para segregar a los alumnos y diseñar una educación de varias velocidades en la que los padres (de clase media) terminan eligiendo el entorno social al que sus hijos se verán "expuestos" y muchos docentes, funcionarios "habilitados", participan pasivamente en la selección de los alumnos a los que darán clases. La Escuela, a diferencia de lo que pretenden los vendemotos y sueñan los utópicos, no es tanto un agente de cambio social sino una consecuencia, un espejo de la sociedad en la que se construye. Y no encuentro manera alguna de considerar que en este (re)planteamiento total de lo que debe significar la educación reglada en España las voces de los docentes puedan (o deban) ser escuchadas con especial consideración solo por provenir de dentro la Escuela. Serán valiosas (o no) por los argumentos que aporten.

Respecto a cualquier realidad sociopolítica (y la enseñanza lo es, como lo es la economía o el periodismo) el acercamiento a ese segundo plano que describo puede ser experiencial, teórico o ambos al mismo tiempo. No podemos permitirnos asumir que lo experiencial se convierta automáticamente en dogma porque hay un montón de profesionales de la enseñanza cuyas voces son absolutamente inútiles en cualquier debate educativo con cierto nivel de profundidad. Hay voces lúcidas de padres, periodistas, sociólogos o pedagogos preocupados por la educación que deben ser tenidas en consideración, más allá de que lo que defiendan parezca poner en cuestión, en un primer momento, nuestro prurito profesional.

¿Qué determina finalmente que una opinión cualquiera deba ser tenida en cuenta en un debate sobre la educación? La respuesta es evidente: argumentos, datos, conocimiento de la realidad sobre la que se opina más allá de lo anecdótico. Esa es la clave. Y lecturas. Se olvida demasiado ese "pequeño" detalle. Para profundizar sobre lo que sea hay que leer mucho sobre ello aunque, evidentemente, la experiencia sea clave para poder construir un discurso realista. No se le puede negar a nadie la posibilidad de construir una opinión fundamentada sobre cualquier asunto si le dedica el suficiente tiempo a ello. Ese tiempo puede ser solo experiencial o solo teórico. Las voces más interesantes suelen ser las que son capaces de mezclar ambos aspectos pero es absurdo desdeñar lo que aportan por separado. Cada una en su ámbito, cada una con su capacidad de contribuir al debate necesario.

De hecho, ¿no es ese uno de los objetivos más importante de la educación? Con conocimientos, datos y una estructura mental/ideológica (propia) en la que enmarcarlos pretendemos que los estudios reglados nos den a todos la oportunidad de reflexionar y llegar a conclusiones sobre diversas cuestiones, más allá de nuestra especialidad profesional. Existe una inclinación (inevitable, tal vez) en todos los ámbitos profesionales por desdeñar opiniones no por los argumentos esgrimidos sino por proceder de personas de fuera del gremio  Es hora de discriminar y entender que ni todo lo de viene de fuera es equivocado ni todo lo que proviene de dentro tiene valor.

Todos vamos a terminar opinando sobre casi todo (lo queramos o no). Defendamos la experiencia como un valor incontestable pero sin dejar de lado la formación intelectual, las lecturas y la reflexión. Y solo después, sin avergonzarnos de ello, dejemos que la ideología sea el filtro final a través del cual construyamos nuestra cosmovisión.

10 agosto 2017

Decálogo fundacional del nuevo "nuevo periodismo" español

Ha terminado por ser imprescindible que los grandes medios de comunicación de este país, esos diarios de referencia, esas cadenas de radio de prestigio y esas cadenas de televisión de calidad nos iluminen y publiquen especiales (a ser posible dominicales) sobre qué, cómo y cuándo algo nos debe indignar, molestar y preocupar. Ya son demasiados años de libertinaje intelectual. Internet nos abrió demasiadas puertas que deben ser cerradas y sólo con la guía de las mentes privilegiadas del periodismo patrio volveremos a la senda del consenso y la construcción común de nuestro país. ¡España! Necesitamos unas pocas ideas-fuerza y muchas emociones primarias. O, dicho de otra manera: ¡orientadnos que nos perdemos, coño! Ofrezco mi ayuda. Modesta, lo sé. Pero aporto ideas:

1. "No se puede criticar al turismo, imbéciles. Gracias a él os hemos hecho creer que tenéis presente aunque sepáis que no tenéis futuro."

2. "No es verdad que deban existir esos derechos laborales que tú no tienes. En tal caso son privilegios. Si tú no disfrutas de esas condiciones laborales los que hacen esa huelga para defenderlas tampoco las merecen. Ódialos." 

3. "No te preocupes del porqué de una huelga. ¿Para qué? Nosotros, los medios de comunicación de prestigio de este país, te contaremos lo importante: ¿cómo te afecta esa huelga a ti, ciudadano? No lo dudes, solo se hace para joderte." 

4. "No tiene trascendencia alguna que el CIS diga que el tema catalán te importa un carajo. Eso es porque no tienes muy claras tus preocupaciones. Afortunadamente nos tienes a nosotros para reevaluar tus prioridades: has de encabronarte (y mucho) con este asunto. Odia y calla. No, mejor: odia y vocifera." 

5. "Que el Banco Santander compre por 1 euro el Banco Popular y después consiga un beneficio de 5000 millones de euros por vender su patrimonio inmobiliario a un fondo buitre como Blackstone (el que compró las VPO a Ana Botella en Madrid) es completamente normal. ¿Te extraña algo de la operación, algo te huele mal? Eso es porque no entiendes de economía. Pobre. Déjanos explicártelo." 

6. "Es absolutamente natural pagar con dinero público casi 4000 millones de euros por unas autopistas de peaje privadas y quebradas para, tras sanearlas, volver a privatizarlas. Solo los rojos no lo entienden. Tú sí, ¿no?"

7. "¿Te encabrona que al final perdamos más de 60.000 millones de euros de dinero público por esas ayudas a la banca que siempre te aseguraron que el sector financiero nos devolvería?... ¿Qué eres? ¿Un crío? Entre todos hemos conseguido superar la crisis... ¿Que cobras una mierda en un trabajo de mierda? Pues emprende, coño, emprende."  

8. "Cuando dudes, vaciles y tu cuñado podemita te dé demasiado la brasa solo has de volver a nosotros y beber de la fértil fuente de nuestros imparciales y lúcidos columnistas: Arturo Pérez Reverte,  Javier Marías, David Gistau, Edurne Iriarte, Javier Cercas, Jorge Bustos, Carlos Herrera, Alfonso Ussía, Francisco Marhuenda, Arcadi Espada, Ansón, Isabel San Sebastián, Hermann Tertsch... También fueron nuestros columnistas Esperanza Aguirre, Ignacio González... Disfruta y aprende. Son lo mejor de este país. Calidad. Nuestro ADN." 

9. "Existe un país, Venezuela, con el que España mantiene una relación tan especial que cada día nos vemos en la obligación de contarte todo lo que en él sucede. Venezuela nos duele. Nos hace sufrir. En los 90 se llamaba Cuba. Qué cosas."

10. "¿Empiezas a estar cansado de tanta política, de tanto enfrentamiento, de tanta  tristeza social? Lo entendemos. Casi que es mejor que vuelvas a  pasar de todo (otra vez). Goza de nuestros programas de mierda y de nuestro basureo emocional. ¿Qué hay mejor que llenar tu vida de mierda con la mierda de las vidas de otros?"

31 julio 2016

Jugamos como nunca, perdimos como siempre: la derrota de una ilusión

Perdimos. Como siempre. Ya tenemos material para un nuevo relato melancólico de una derrota que se parece demasiado a las de siempre. Perdimos. Y volveremos a perder. Nacimos políticamente perdiendo, eligiendo a los perdedores como receptores de los votos de nuestra escasa confianza representativa. Perdedores a los que en ocasiones, hace años, incluso tuvimos que votar tapándonos la nariz, mirando hacia a otro lado, para no ver de frente su convivencia con el sistema, su conexión con el poder, su miserable confortabilidad de outsider, solo con la esperanza de cambiar algo con nuestros votos y poner límites a un bipartidismo asfixiante. Cumplí la mayoría de edad a mitad de los 90, cuando el partido en el poder, el PSOE, presentaba síntomas inequívocos de descomposición, corrupción y putrefacción, sin que sus fieles fueran capaces de abandonar el barco. Con los años, en los albores del nuevo siglo, muchos de ellos dieron finalmente ese paso para, ¿sorprendentemente?, votar al PP de Aznar y dar la mayoría absoluta a aquel iluminado. Cuánto voto oculto entonces. Qué significativo que fueran tantos de los que destrozaron la imagen pública de Anguita (ese, el de esa puta pinza con la que se le llenó la boca a tanto hijo de puta) los que se pasaran en silencio (cobarde) a la desatada modernidad neoliberal de un PP que por fin se mostraba ante su público sin complejos. Ansiosos todos por pillar cacho. El PP consiguió mayoría absoluta. Ese partido tan eficaz, tan pragmático, tan moderno. Con Rodrigo Rato al frente de una economía liberal que surfeó la ola de la burbuja inmobiliaria para terminar mostrando sus miserias al tiempo que él se hundía en el fango de la corrupción más despreciable. Rato, paradigma junto a Bárcenas de ese PP que, apenas 10 años después de llegar al poder, nos mostró su enorme capacidad de emulación y superación de la vieja y paleta corrupción socialista. Al fin y al cabo, ellos habían nacido en las mejores familias patrias por algo. Podían hacerlo mejor, mucho mejor. Y lo hicieron. Dejando, de paso, esquilmado al país. Su corrupción era modernidad; sus políticas, el futuro; la competitividad pregonada, capitalismo de amiguetes. En esa mentira compartida el español medio creyó vislumbrar el camino para alcanzar sus sueños más húmedos consumistas. Neoliberalismo en vena para todos. El real, no la utopía. Inoculado a través de todos los medios de comunicación del poder. Con PRISA haciendo de caballo de Troya entre tanto pijoprogre mutado en gilipollas en su casa de Pitufilandia. Allí, en las afueras. Una sociedad española que respondía entusiasmada al llamado del dinero sin importarle las reformas laborales, los recortes del Estado de Bienestar en nombre de la modernidad individualista, la privatización de servicios, la concertación de la educación para segregar correctamente (de manera educada) a los inmigrantes, la privatización de la sanidad para convertir la salud en negocio... Nada importaba porque la promesa de la riqueza estaba instalada en todos nosotros. Imbéciles. Como si al final, cuando la cosa se jodiera, fuera a ellos (a esos, sí, a esos políticos en los que estás pensando) o a los otros (sí, a esos otros que son los realmente manejan el cotarro) a los que la crisis que tenía que llegar les fuera a afectar.

Llegó el 15M. Y volvió a ganar el PP (cuántos olvidan eso; cuántos olvidan las enseñanzas del Mayo del 68). Pero no importaba, decían, se estaba gestando un cambio. Mientras, Esperanza Aguirre con su mayoría absoluta (esa que no importaba) llevaba a cabo en Madrid el mayor ataque a la educación pública de la democracia española. Daba igual, aseguraban, el cambio ya estaba en marcha. El desafecto hacia los dos grandes partidos era algo que ya era imposible detener. Cuánta confianza equivocada. Qué incapaces somos de analizar correctamente la realidad cuando los deseos y la esperanza nos ciegan. Confiar en los demás. Nunca fue mi fuerte. Y llegó Podemos, llegó la ilusión, llegó la nueva era de la televisión, de las tertulias, de las redes sociales ensimismadas en su propio ruido. Abandonamos las calles. Para qué continuar en ellas, nos dijimos. Se reían de nosotros, no les hacíamos daño. Ahora sí, ahora por fin los veíamos asustados. Nos emocionamos. Nos crecimos. Nos equivocamos. Mientras nos arrogábamos un liderazgo moral que nadie nos pidió y muchos detestaron en silencio, la sociedad española iba metabolizando lentamente la depravada corrupción del PP. Como antes había metabolizado la del PSOE. Hoy ningún votante de esos dos partidos puede siquiera intentar aparentar defender a su partido de las miserias que sus dirigentes han cometido. Pero eso ya no importa un carajo. Lo que debiera haber significado una catarsis se ha transformado en una especie de espejo de Dorian Grey de nuestra sociedad, que ha utilizado a la política (y a los políticos) como el basurero moral mediante el que expiar sus culpas, abandonar la rabia y refocilarse en un cinismo estúpido, tan casposo y tan cuñado como perverso: todos van a robarnos, todos los políticos son iguales, nada va a mejorar. Todos dan asco ergo podemos seguir votando a los mismos cabrones. No vaya a ser que el cambio, aunque necesario, nos venga mal. ¿Y qué piensa esta gente de los nuevos? Odian a Podemos. Detestan su mera existencia. Es el partido que más rabia les provoca. Sobre todo a los gurús intelectuales de la vieja izquierda. La socialista y la comunista. Qué pena. Tiene sentido. Es el partido que les obligó a bajar la cabeza durante un rato a todos. Eran incapaces de contrarrestar sus verdades, incapaces de esconder sus propias vergüenzas, andaban huérfanos aun del relato justificatorio que el sistema no les alcanzaba a dar durante los años más duros de la crisis. Ahora ya ha pasado el tiempo. Y el tiempo todo lo pudre. Todos los delitos (o presuntos delitos) y todas la contradicciones (o presuntas contradicciones) de los podemitas se jalean con fervor y se difunden con rencor, no hay  atisbo de gradación, asesinato vale lo mismo que hurto y ya no hay posibilidad de réplica si no quieres que te vean como un fanboy sin criterio. El ruido se ha hecho insoportable y sirve para enmascarar la realidad de un país depauperado, precarizado, depresivo y sin futuro, en el que la vieja política vuelve a imponer su agenda mientras no hay una sola posibilidad de que algún cambio concreto y fundamental se produzca en la organización de nuestra sociedad.

En las ultimas elecciones no había una sola razón para dejar de votar a Unidos Podemos que permitiera votar al PP, al PSOE o a Ciudadanos si realmente se defendía la necesidad de un giro social. Lo paradójico es que muchos lo sabían, se dieron cuenta, así lo entendieron. Y por eso se fueron a la playa (o se quedaron en casa). Para no tener que equivocarse ellos. A la espera de que fueran otros, los otros, esos otros a los que llevaban años criticando, los que les permitieran no tener la responsabilidad de dar el poder de nuevo a los de siempre para que todo siguiera igual. Tal vez los dirigentes de Podemos lo que no terminaron de entender fue que el votante tipo del nicho electoral que los elevó, el que los jaleaba en las redes sociales, nunca fue el trabajador precario de origen humilde (el gran olvidado) sino el (nuevo) trabajador precario de origen acomodado y menor de 45 años, el antiguo mileurista, al que la rabia le dura el tiempo que tarda en descargarse su móvil y que en el fondo lo que desea es volver creerse la mentira neoliberal. El desencantado con ansias de volver al redil. 

Radicales, nos llamaban. Totalitarios, decían. Intentaron (con éxito) generar un patético miedo propio de otro tiempo hacia nosotros pero lo cierto es que salvo naturales (e infantiles) manifestaciones de descontento en las redes sociales (¡que también juzgaron!), salvo desahogos puntuales con amigos, salvo exabruptos incontrolados, nosotros, los bolivarianos, los que íbamos a montar soviets en los barrios, los antidemócratas, los estalinistas, los amantes del poder totalitario, hemos traicionado nuestro espíritu despótico y hemos respetado sin atisbo de duda los resultados electorales. No hemos quemado las calles y hemos preferido (románticos que somos) hundirnos en una depresión silenciosa. Destruirnos internamente buscando culpables de un fracaso que jamás debiera haber sido considerado como tal. De fondo se escuchan las risas de los de siempre. Se descojonan. Se descojonan. Mucho. Y nosotros solo conseguimos sonreír con tristeza.

16 abril 2016

Contramanifiesto: contra el "gobierno del Cambio" de los que pretenden que todo siga igual

Esta semana se hizo público un manifiesto promovido por relevantes personajes públicos de la sociedad española que defendía la necesidad de un "gobierno del Cambio". Difundido por medios como El País lo firmaban, entre otros, Joaquín Estefanía, Soledad Gallego, Juan Cruz, Jiménez Villarejo, Ana Belén, Víctor Manuel, Serrat, Cristina Almeida o Ángel Gabilondo. A continuación trato de desentrañar un texto inicialmente abtruso que termina mostrando las miserias de la que muchos ya denominan Cultura de la Transición.

El 20 de diciembre pasado la ciudadanía española cumplió con su deber cívico al elegir un nuevo Parlamento. El mensaje fue claro: queremos un cambio en las políticas que se han venido practicando en los últimos años y la obligación de los partidos es elegir un Gobierno que sea capaz de llevar a la práctica dicho cambio. Partidos que representan a más del 70% de los ciudadanos son partidarios de abrir una nueva etapa en la política de nuestro país.

Un clásico de estos apolillados manifiestos: comenzar con grandilocuencia y tono afectado. ¿"Deber cívico"? ¿En serio? Primera apelación al orgullo huero del lector progre para que baje la guardia y así poder colarle esa primera afirmación, tan cierta como absurda en términos de democracia parlamentaria: "partidos que representan a más del 70% de los ciudadanos quieren que se abra una nueva etapa política en el país". Una advertencia, importante: todo el manifiesto está escrito con esa calculada ambigüedad que suele usar la Cultura de la Transición para manipular los afectos ideológicos de la sociedad progresista española. Se evita nombrar hasta al final a partidos o a políticos para conseguir (re)construir un imaginario social progresista en el que la clave sea que el receptor se identifique con sentimientos superficiales y no ceda a la tentación de una interpretación racional de la realidad. Traduzcamos esa afirmación, pues: más del 70% de los ciudadanos no quieren que gobierne Rajoy porque no han votado al PP. Pues claro. Es cierto. La mayoría de los votantes españoles no votaron al PP el 20D. Pero no nos hagamos trampas al solitario. También en 2011 una mayoría de españoles no quería que gobernase Rajoy (un 55% de los votantes). Y en 2008 otra mayoría, un 56% de los votantes, tampoco quería que gobernara Zapatero... ¿Pillamos la falacia? No les importa. Les da igual utilizar un argumento tan inconsistente como éste para empezar a construir la realidad que les interesa. No les perturba apropiarse tanto de los votos de toda la izquierda que, por supuesto, no desea que gobierne Rajoy (ni que sus políticas económicas se mantengan bajo un pátina estéticoprogre, por cierto) o, aun más ridículo, contabilizar los votos de esos independentistas catalanes que no solo no quieren que gobierne Rajoy, sino que no quieren gobierno alguno que represente a España.

La voluntad democrática de los electores ha sido el configurar un Parlamento plural en el que ningún partido goza de mayoría y, en consecuencia, sólo es posible formar un gobierno en base a acuerdos entre diferentes fuerzas políticas. La incapacidad de estas de lograr una investidura de cambio supondría un grave fracaso, un desprestigio de la política y de los partidos, e incluso un desprecio a la ciudadanía pues sería tanto como decirnos que nos hemos equivocado al votar.

Atentos que estamos ante los cimientos de la perversión intelectual que este maniqueo manifiesto pretende hacer pasar por reflexión honesta y comprometida. Se otorga todo el crédito al votante anónimo para atacar con inusitada dureza a unos partidos políticos incapaces de llegar a acuerdos para que España tenga un Gobierno. ¿Por qué ese ataque visceral? ¿De verdad el desprestigio de la política española es debido a que no se alcanzan esos acuerdos y no a su servilismo y corrupción al servicio de los poderes financieros? Y, por cierto, ¿acuerdos? ¿Pero qué tipo de acuerdos? ¿Todo vale para llegar a esos acuerdos? ¿Deben traicionar los partidos el espíritu del voto de aquellos que los apoyaron para así ayudar a la formación de un nuevo gobierno? ¿El que sea? ¿O el que le interesa al sistema? Esas dudas se resolverán muy rápido. Los firmantes del manifiesto está a punto de tener que enseñar sus cartas. 

Las opciones en presencia no son infinitas:
  • Un acuerdo liderado por el PP, en cualquiera de sus formas, no supondría ningún cambio por cuanto significaría la continuidad de las políticas que han conducido a la actual situación y que son las que hay que cambiar.
  • Tenemos tres partidos que abogan por el cambio y la reforma, dos de los cuales han suscrito un acuerdo que ha suscitado el apoyo de 131 diputados lo que, obviamente, no es suficiente para investir a un presidente del gobierno. No obstante, puede significar un inicio para sentar las bases de un programa de cambio que aborde los acuciantes problemas de los ciudadanos.
No seré yo el que niegue que un gobierno liderado por el PP no es deseable para ese 70% de votantes a los que apela el manifiesto, pero... ¿El problema es el PP o sus políticas? Porque lo que va vislumbrándose a partir de lo que leemos es que el problema de los que promueven este manifiesto es más estético que ideológico. ¿Por qué digo esto? Es el momento de centrarnos en la tesis central del manifiesto. ¿Cuál es la alternativa a ese "indeseable" gobierno del PP? De repente la historia esa del "70% de los votantes" se esfuma y todo queda reducido a tres partidos... Tres partidos sin nombre, por cierto. ¡Ay, qué misterio! ¿Quienes serán? Ya es mala suerte que, al contrario de lo que pasó con la clara mención al PP, los promotores del manifiesto hayan olvidado especificar los nombres de estos tres partidos. No pasa nada, tirémonos al vacío (modo ironía on) y especulemos con que son el PSOE, Ciudadanos y Podemos. Hemos pasado del 70% de los votantes al 56,6 %  de ellos pero por qué ser honestos y dejarlo claro cuando siempre fue tan fácil manipular a los biempensantes progres españoles. Total, qué más da. Ha llegado el momento. No se puede retrasar más. Toca mostrar al público el verdadero rostro de Dorian Gray: "dos de los [partidos] han suscrito un acuerdo que ha suscitado el apoyo de 131 diputados [...] y puede significar un inicio para sentar las bases de un programa de cambio que aborde los acuciantes problemas de los ciudadanos"...

¡Por fin! Lo sé, todo lector del manifiesto estaba a estas alturas inquieto, tenso, a la espera de la solución que aportarían tan insignes representantes de nuestra intelligentsia patria. ¿Y qué mejor que apostar por lo de siempre? ¿Por qué no apostar de nuevo por ese socialismo neoliberal, tan ampuloso en la retórica como inofensivo en lo económico? ¿Qué más da que hayan pasado de intentar hacer creer que defendían la posición del 70% de los votantes a proponer que se construya un Gobierno a partir de un acuerdo que tiene detrás menos del 40% de los votantes? Ellos son los intelectuales, amigo, y esos detalles son irrelevantes para mentes tan preclaras. El remedio a todos nuestros problemas era un acuerdo de ¿cambio social? liderado por el PSOE (vaya) apoyado por Ciudadanos (¿cómo?). Ese siempre fue el deseo (oculto) de los que se manifestaron en las plazas y participaron en las mareas: un socialismo inane disuelto en un neoliberalismo de rostro amable... ¿no?

Sería una irresponsabilidad que en los próximos días no fuesen capaces de lograr una mayoría suficiente que evite las elecciones y abra una nueva etapa política en España. Por ello entendemos que el PSOE, Ciudadanos y Podemos pueden y deben, mediante las oportunas negociaciones, complementar, mejorar o ampliar un acuerdo con el fin de recabar el suficiente apoyo que haga posible la investidura de un presidente del Gobierno. Lo que facilitaría que otras fuerzas se sumasen a lo pactado.

Anda, pues al final sí que conocían los nombres de los partidos políticos a los que se referían... ¿Por qué no les habrán puesto nombre cuando hablaban de los acuerdos conseguidos que había que "complementar, mejorar o ampliar"? Igual sería bueno empezar a traducir al lenguaje vulgar tanta pomposa parafernalia retórica. Sería algo así: "el acuerdo del PSOE con Ciudadanos mola mucho, joder, nos cargamos al PP y hacemos como que todo va a cambiar para que finalmente nada cambie. Podemos lo que tiene que hacer es apoyarlo de un puta vez...".

....

El manifiesto realmente acaba aquí. Todo lo que sigue, esos dos últimos párrafos que se pueden leer pinchando en el enlace inicial, no son más que una forma rastrera de volver al tipo de retórica insustancial, decadente y pretendidamente desinteresada con la que se iniciaba texto. Una defensa vacía de valores etéreos relacionados con la regeneración social y política. La última treta con la que intentar enmascarar la ya indisimulable posición conservadora de una intelectualidad cuya triste connivencia con el poder hace años que invalida sus intervenciones en la vida pública.
Pd: Puede que nuestra relevancia sea menor. Es indudable. Pero muchos hemos despertado y ya no volveremos a caer en idolatrías absurdas de intelectuales y famosos cuya fuerza, al final, resultó no estar basada en sus principios éticos sino en los poderes económicos que los promocionaban. Se equivocaron. Es su problema. Encontremos entre todos nuevos caminos.

27 febrero 2016

5 cuñadismos (y 1 tontá)

1) Cuñao: Sí, sí, muy valiente la Rita Maestre poniéndose en tetas en una capilla católica, ¿por qué no hace lo mismo en una mezquita si tiene ovarios?
: Porque lo que se critica es la presencia de capillas católicas en universidades públicas, espacios en los que no tiene sentido que no se respete la aconfesionalidad del Estado...
Cuñao: Bah, gilipolleces, lo que pasa es que no se atreve, a la pijaprogre esta la mandaba yo a algún país árabe una semana para que se le pasase la tontería...

2) Cuñao: Tanto criticar a Rato, a la Púnica, a la Gürtel, al blanqueo de dinero para financiar  al PP, al desfalco de los ERE en Andalucía, todo el puto día con la casta en la boca y ahora viene el alcalde de Zaragoza y compra gomina a cargo del erario público...¡¡Lo ves!! ¡¡Si es que son todos iguales!!
: ¿En serio? ¿Sabes que comparar hechos cuyas consecuencias son absolutamente diferentes para el mantenimiento de este sistema corrupto distorsiona cualquier intento de comprensión y que...?
Cuñao: Que sí, que sí, que lo que tú digas, podemita tenías que ser, pero que vamos, que me da igual, que son todos iguales, son todos unos hijos de puta...

3) Cuñao: Bueno, sí, vale, te lo acepto, Rato habrá defraudado a Hacienda, pero, ¿tú no lo harías si pudieras? Si es que al final todos si pudiéramos lo haríamos, lo que pasa es que cada uno roba en función de lo que puede...
: Pero qué dices, imbécil, intentar responsabilizar globalmente a toda la sociedad de la corrupción estructural del sistema en beneficio de los grande poderes económicos no es más que una manera de distraer la atención, de distorsionar la comprensión de la realidad. Claro que la sociedad debe reflexionar, que las leyes deben ser más contundentes castigando los pequeños fraudes pero estos grandes fraudes significan algo más, nos muestran la misma esencia del sistema...
Cuñao: Aghhhhhh (sonido gutural, despectivo), , , tú que eres un jodido rojo, anda que si no fuera porque a mí me tienen cogido de los huevos con la nómina iba yo a pagar impuestos, y tú igual, no te creas... 

4) Cuñao: Con el paro que tenemos y seguimos aguantando que los putos inmigrantes vengan a quitarnos el trabajo a los españoles. Así no se puede, aceptan salarios de mierda, los cobran en negro y después colapsan los centros de salud... ¡No hay derecho!
: Pero no te das cuenta, tontolaba, que muchos de ellos aceptan trabajos y condiciones laborales que tú, en tu puta vida, aceptarías... Además, si el problema es cobrar en negro y no cumplir los convenios, ¿por qué no te quejas de los empresarios explotadores y de un Gobierno que lo permite?
Cuñao: ¡Anda ya!, pero si vienen nada más que a chupar del bote. Al final siempre se las apañan para que todas las ayudas sociales se las den a ellos, y muchos viven de puta madre, si yo te contara... El otro día me contaba un conocido del hijo de un amigo del cuñao de mi padre que...

5) Cuñao: ¡¡Una injusticia, un escarnio, un robo!! Ningún abuso mayor que el impuesto de sucesiones, qué hijos de puta, ¿cómo es posible tener que pagar dos veces por el mismo patrimonio? Hacienda me roba, me quita lo que es solo mío, lo que mis padres sufrieron tanto por reunir...
: Lo tuyo no tiene cura, cuñao, qué coño vas a pagar tú dos veces nada... Aclaremos la cuestión: mientras vivieron tus padres acumularon un patrimonio y pagaron los impuestos correspondiente por él, sí, claro, pero también gracias a esos impuestos disfrutaron de una sanidad de calidad, tuvieron una jubilación digna, tú pudiste estudiar una carrera... Ahora se han muerto y tú, de la nada, sin ningún mérito (de esos que os molan tanto a los liberales) vas a cobrar una pasta, más de 200000 euros para ti solito... ¿Y te vas a quejar de pagar un impuesto mínimo sobre ese ingreso brutal que te llega sin ningún esfuerzo? ¿Por qué no te quejas también del IVA? ¿O del impuesto de matriculación de tu coche? Vamos, que ese impuesto no tiene nada de especial, es uno más...
Cuñao: Que no, que no, que eso es mío, que eso es lo que mis padres me dejan, toda una vida trabajando y ahora ME lo roban estos cabrones de mierda, para dárselo después a los inmigrantes, a los vagos...


La tontá

Cuñao: ¡A la Luna! ¡Qué coño vamos a llegar a la Luna! Eso es un invento de los americanos, lo sé de buena tinta, si hasta hicieron un documental en el que salía el Kissinger ese diciendo que todo había sido un montaje...
: Ofú, cuñao, que tú no eres real, que eres un cliché en ti mismo, que ese documental era un docufake, un mockumentary, vamos que era mentira, que lo hicieron precisamente para denunciar las conpiranoias de tarados como tú, hay decenas de pruebas de la llegada del ser humano a la Luna...
Cuñao: Jajaja... si es que eres un crédulo, tío, ahora me dirás que lo del cambio climático también es verdad, con el frío que ha hecho esta semana, o que  la homeopatia no vale para nada cuando a mí me funciona de puta madre y la semana pasada me curó de un catarro, o que lo de las vacunas no es una forma de matarnos a todos poco a poco...  ¡¡Ayyy!! Menos mal que hablas conmigo para que puedas escuchar verdades no contaminadas por lo políticamente correcto...

30 enero 2016

Felipe y José María: la vieja casta contraataca

 

Felipe y José María. José María y Felipe. Surgen como ajadas momias de un pasado ya lejano y superado. No es casualidad que sus voces, tantas veces enfrentadas, se coordinen esta vez con enorme precisión para atacar con saña a Podemos. ¿Contra sus propuestas? No, eso es lo que menos les importa, no son tan imbéciles como para creerse las conpiranoias que propagan. Eso no es más que la excusa que necesitaban para volver a ese ruedo mediático que tanto echaban de menos. No, lo que no soportan es a Podemos como nuevo actor sociopolítico que los arrincona ya para siempre en el cajón de la historia. Eso los destroza por dentro. De repente han sentido el gélido hálito del desdén que anuncia su destierro final, y la desmemoria de esa parte del pueblo que representa Podemos lacera dolorosamente a unos egos que hace tiempo ya que solo se sostienen en el vacío de un pasado permanentemente reconstruido. Sus lastimosas declaraciones representan el alarido de rabia final de una generación, la de la transición, que ha sido profundamente desleal con sus hijos y ha pretendido entronizarse en el poder hasta su muerte, construyendo una agenda social y política a su medida que iba dando respuesta tan solo a sus necesidades, a medida que sus miembros envejecían y la revolución dejaba de ser compatible con sus carteras. Las palabras de ambos destilan rencor, exudan decrepitud intelectual y los retratan como líderes de una generación que prefiere mirar a otro sitio mientras sus hijos y sus nietos siguen revolcándose en el lodazal laboral.

Felipe y José María. José María y Felipe. Ellos lo que desean es que la sociedad española continúe por los senderos que ellos desbrozaron. Senderos que parecían muy distantes entre sí pero que, con los años, descubrimos que discurrían ambos paralelos, siguiendo el cauce del río del capitalismo parasitario, ese que naciera en las faldas del franquismo. Las mismas familias, los mismos poderes, los mismos amigos... todos enriqueciéndose a costa de un Estado que los dos fueron vendiendo a precio de saldo. Pero ellos eso no lo recuerdan, tampoco lo aceptan, ¡ellos modernizaron el país!, no se hacen responsables de la gangrena moral que fue desarrollándose en la sociedad española, ni del encanallamiento artificioso que hizo carne en todos nosotros, mientras aprobaban leyes que, una tras otra, iban devaluando nuestros derechos sociales. Quieren morirse escuchando lo grandes que fueron, los importantes logros que alcanzaron, la fuerza y el carisma que tuvieron. Que la sociedad no solo no los olvide en vida sino que los eche de menos al tener que soportar la mediocridad de sus sustitutos, esos a los que aconsejan con desprecio. Y cuentan para ello, para elaborar esa narrativa heroica, esa ficción trascendente que los eleva a los altares de la excepcionalidad, con el apoyo de su numerosa generación, que necesita ese relato para poder justificar su propia evolución ideológica. Por eso han reaccionado con esa virulencia contra Podemos. Porque representa el primer intento de la generación de sus hijos de liberarse del yugo sociológico que les impusieron. Una generación a la que tuvieron adocenada en sus casas hasta los 30 años. Formándose, decían. Una generación a la que nunca criticaron seriamente su indolencia política y social. Porque eso les permitía seguir al mando de todo. Una generación de la que se reían con condescendencia por su debilidad y por su falta de compromiso. Lo que les permitía a ellos seguir manteniendo la ficción de ser los garantes del compromiso social con la democracia mientras la corrupción alimentaba sus cuentas bancarias. Y de repente, tras tantos años de humillación y de desidia, de mileurismo hedonista e imbécil, hartos de hostias, paro y precariedad, algunos de sus hijos, levantaron la cabeza, se miraron los unos a los otros, se encontraron y empezaron a hablar entre ellos de sus verdaderos problemas, de sus ilusiones, de sus prioridades. Y de los cauces políticos para abordarlos, de los nuevos senderos que había que desbrozar para encontrar nuevas soluciones. Dejando por fin atrás ese pasado mitológico que desde la transición habían ido forjando durante décadas sus padres.

Felipe y José María. José María y Felipe. El tiempo los dejó ya atrás. Saben que sus nietos, los nacidos a partir de los 90, los miran y los escuchan con el asombro y la extrañeza con la que ven una vieja película en blanco y negro. Pero se resisten a que los hijos de su generación, esos que nacieron en los 70 y los 80,  renieguen de ellos, no sigan sus consejos, no acaten sus directrices. Ellos que tanto les dieron. Ellos que lo dieron todo por España. Su España, claro. El rencor les corroe las entrañas. No van a rendirse fácilmente. Van a intentar someternos de nuevo, como tantas veces. Quieren seguir controlando las políticas sus viejos partidos zombificados para seguir manejando los hilos de nuestra sociedad del miedo, inmovilista y conservadora. Les gusta así, no quieren que nada cambie y por eso vuelven a la escena, al debate público, a las televisiones, a los periódicos, para dar munición a sus coetáneos, que por primera vez se han visto intimidados por el menosprecio intelectual de las nuevas generaciones, que exigen esta vez estar ellas al timón del cambio social sin la supervisión condescendiente de sus mayores.

Felipe y José María. José María y Felipe. No quieren darse cuenta. Se resisten a aceptarlo. Pero en el fondo ya lo intuyen. El tsunami de la nueva historia política de este país se originó 2011, se hizo movimiento organizado hace solo dos años y aunque fracase, la única certeza es que va a terminar  haciendo añicos a los viejos, caros e inútiles jarrones chinos de nuestra democracia.

11 diciembre 2015

Tu voto a la casta legitima sus políticas (y su corrupción)

Rivera y Ciudadanos no pueden venir a cambiar nada del sistema porque precisamente son la respuesta del sistema a la amenaza que suponía la crisis social. Son sistema. Y es ese sistema que los creó el mismo que cultiva con mimo la corrupción política como eje central de la economía capitalista.

Estaban jodidos, el miedo empezaba no dejarles respirar, ya no era solo de un bache, una crisis pasajera, un problema financiero extranjero, primero, un problema financiero nacional, después, una epidemia que solo afectaría al sector de la construcción, más tarde, o al menos que solo alcanzaría a los trabajadores menos cualificados, a los inmigrantes, a los menos preparados, finalmente... Solo quedaba culpar de todo a la inutilidad de Zapatero y sus mediocres ministros. 2011 llegaba a su fin, el 15M había sido nuestro pequeño mayo francés y, por tanto, los españoles "de orden" decidieron que nada mejor que hacer lo mismo que entonces los franceses: mandar a tomar por saco la utopía y darle el poder a la derecha más rancia. Llegaba Rajoy, ese tipo, ese crack, campechano2, Plasmaman, y con él los miedosos y los pragmáticos de esa particular clase media española (con ínfulas) esperaban que llegara la tranquilidad, la "normalidad", es decir, el puteo de los de siempre atemperado por un estado de bienestar cada vez más frágil. Muchos, como antes cuando votaron a Aznar, dejaron de lado cínicamente sus engolados discursos sobre la necesidad de justicia social y volvieron presurosos y acongojados a echarse en los brazos de esa derecha que se promete liberal pero que solo es siempre elitista, conservadora, injusta y sumisa con el poder económico. Asumían sin vergüenza (desde el silencio de su voto secreto) que ese PP, en ese momento, sería terrible para lo social, sabían que laminaría derechos, que intentaría imponer leyes retrógradas y que sería servil con los poderes financieros. No les importaba. Aterrados ante la posibilidad que el contagio les alcanzara por fin y el país quebrara, sólo esperaban una cosa: que Rajoy  los salvara en lo "económico". A ellos, claro, a esa particular clase media (con ínfulas), a esa extraña mezcla de funcionarios, profesionales liberales, trabajadores con estabilidad de grandes empresas, autónomos sin problemas y acojonados con rentas altas en general... Pero resultó que no. Ni de lejos. Sucedió lo contrario. Todo empeoró: se seguía destruyendo empleo, esa clase media (con ínfulas) sufría y menguaba, nuestra deuda pública se disparaba, se producían dolorosos recortes sociales, se anunciaban otros peores y para lo único que había dinero era para salvar al sistema financiero. Cojonudo. Fue entonces, solo entonces, cuando la inicial estéril indignación del 15M cristalizó por fin en una rabia constructiva, política, en un encabronamiento organizado: había que echarlos, a todos, el problema era el sistema, tenía que haber otra manera de organizar las cosas, y ya no servían los partidos nacidos al amparo de la transición, partidos estructuralmente corrompidos hasta la médula, aciagos instrumentos del poder económico. No sería mediante las siglas enfangadas y putrefactas del PP y del PSOE como se produciría la metamorfosis moral. El instante de lucidez, alimentado por la desesperación, sirvió para que muchos ciudadanos dejaran de lado durante un segundo el miedo y volaran libres, tal vez como nuestros mayores tras aquel carpetovetónico golpe de estado en 1981. Se miraron a las caras, buscaron alternativas, se encontraron con Podemos, escucharon a Garzón, descubrieron economistas alternativos, apoyaron nuevas medios de comunicación, dejaron de lado viejos intelectuales colectivos, discutieron, conversaron... No todos, claro, pero sí los suficientes. Era el momento de intentar algo diferente, ¿no? Porque además, con los sueldos congelados o jibarizados, con la amenaza de que al final también ellos caerían, los integrantes de esa clase media (con ínfulas), que hasta esos momentos habían vivido conscientemente en la inopia, vieron que igual ya tampoco tenían tanto que perder. Pocas cosas más peligrosas para el poder capitalista que una clase media sin expectativas, que se sienta desamparada por el sistema, porque su razonamiento no por cínico es menos peligroso para el sistema:"Vale, normal que si la cosa va mal le toque a los otros hundirse en la miseria, durante un tiempo, sí, a los otros, a los pobres, a los de siempre, pero, ¿cómo es posible que nosotros podamos vernos también finalmente en el arroyo? ¿Cómo es posible que tampoco nuestros hijos, ¡"con estudios"!, no tengan posibilidad alguna de futuro?".

Así fue como en muchas casas, en reuniones familiares, a la hora de la comida, no se pudo mantener por más tiempo ese pragmatismo egoísta, revestido de candor ideológico, con el que se minusvaloraba la importancia de las corruptelas políticas de unos y se criticaba superficialmente las de los otros, para después seguir como siempre, como si nada pasase y nada importase. Ya no, el miedo hacía carne en el cuerpo de los mayores mientras que una rabia lúcida arraigaba entre los más jóvenes: los telediarios y los periódicos, según intereses bastardos, deambulaban desde personajes de Ibáñez como Bárcenas (y un presidente que lo apoyaba a través de indecentes mensajitos de móvil), hasta leyendas socialistas de putas y cocaína; desde catalanes honorables con cuentas millonarias en Andorra y Suiza, hasta socialistas andaluces convencidos de que la justicia social era posible siempre que el dinero público recayera entre los suyos; desde comunistas miserables que disfrutaban de tarjetas black, hasta la pléyade de políticos, afines a Aguirre, corrompidos hasta la médula por Gürtels y Púnicas.... El hedor era asfixiante, y padres y abuelos, durante un breve intervalo de tiempo, fueron incapaces de seguir imponiendo sus hipócritas discursos a unos hijos y nietos que, aspirando poco más que a ser mileuristas temporales, cayeron por fin en la cuenta de que su precariedad iba a ser para siempre. No, ya no servía entonar el discurso progre mientras se votaba con la cartera, era un ellos o nosotros, sin matices. Muchos de los hijos y nietos de esa clase media impostada vieron la luz, por necesidad (solo a hostias aprenden algunos), se dieron cuenta de que su posición y su futuro dependía mucho más del estado de bienestar de lo que su ego y el de sus padres les había permitido hasta ahora aceptar socialmente. Y empezaron a escuchar a tipos como el coletas. A algunos parece molestarles hoy recordar el soplo de aire fresco que Iglesias significó. Por fin alguien era capaz de contrarrestar esa falsas verdades neoliberales que pitufos intelectuales como Marhuenda o Inda intentaban hacer pasar como verdades dogmáticas. Las tertulias políticas televisivas parecieron ser, por un instante, algo más que un pudridero intelectual, parecía que había verdad y dialéctica en ellas, que la controversia iba más allá del espectáculo que augurara Debord. Y lo padres, y los abuelos, tuvieron que bajar la cabeza. Sin argumentos, sin alternativas, dieron la razón a sus hijos y nietos: los que estaban no servían. Todo tenía que cambiar.

Pero el tiempo pasó, y en España hemos descubierto durante esta última legislatura que los meses parecen años, y que los años del PP iban a ser más difíciles de resistir de lo que se imaginara el Wyoming:



Nada peor que el paso del tiempo para convertir en rutina el discurso de excepción y para que las ansias de cambio se pudrieran en muchos antes de conseguir nada. Otra vez. Porque el ser humano es capaz de dar lo mejor de sí en el instante, pero a la larga, con el tiempo, su condición miserable y cobarde suele ser la que gobierna sus acciones. El poder económico y político (no solo en España sino en Europa, porque, ¿qué sería de nosotros y de nuestra economía, y de nuestra prima de riesgo, sin la intervención decisoria del BCE protegiendo a "uno de los suyos"?) lleva un año dedicado a construir una realidad artificial para nuestro país a través de la mejora de nuestro números macroeconómicos. ¡Ya crecemos! ¡Ya creamos empleo! ¡El paro dejó de aumentar! ¡Vuelve el consumo interno! ¡Paren las rotativas! Y aunque la realidad nos diga que tenemos casi tantos parados como cuando se fue Zapatero, que hay menos afiliados a la seguridad social que entonces y que el trabajo que se crea es una mierda que solo permite vidas de supervivencia, muchos integrantes de esa particular clase media española (con ínfulas) empezaron a darse cuenta de que ellos no estaban tan mal, que seguían dentro del sistema, que finalmente la epidemia había pasado de largo sin afectarles y dejaron de tener ese miedo cerval que la cercanía al abismo les había provocado. Y sin ese miedo, ¡ay!, sin ese miedo la rabia abandonó sus cuerpos y surgió de nuevo el más rancio conservadurismo, la desconfianza por el cambio y el hipócrita pragmatismo político. En algunas de esas casas donde se había pedido el cambio a voz en grito se empezó a pedir un cambio, sí, pero diferente, mejor un cambio homeopático, sin contraindicaciones. Pero, claro, había que amansar también a sus jóvenes cachorros. No había problema. Estaban tan acostumbrados por educación a la docilidad que ellos mismos ya empezaban a creerse el discurso de la recuperación, empezaban a pensar que tal vez la cosa realmente estaba mejorando, que a lo mejor ese trabajo precario de mierda se convertía en el futuro en algo más: "no sé, igual es verdad  y me puedo salvar, yo, claro, tal vez ahorrando y esforzándome me puedo comprar un cochecito, yo, claro, tal vez, con el tiempo, incluso una casa, al fin y al cabo el aval de papá y de mamá ya no peligra, no sé, mejor no liarla más, además los otros se han radicalizado demasiado, ya no son como al principio, tal vez ese partido nuevo... ¿Ciudadanos se llama, no? Ese Rivera parece un tío con las ideas claras, además tiene estilo, es joven, habla bien, ¡si hasta le gusta a la abuela! Con su chaqueta, bien vestido, más formal que el coletas... Porque yo a Rajoy no le puedo ya votar, a ver, que al final no lo ha hecho tan mal, entiendo que mis padres lo vayan a volver a votar... ¿la corrupción? ¿los recortes? ¿los parados? ¿el brutal aumento de la deuda? ya, ya, vale, por eso yo no le votaré, ni mis amigos, pero el Rivera éste sí me sirve, sí nos sirve, o incluso el otro, el guapito ese del PSOE, ni me acuerdo de su nombre, qué más da, pero sí, tal vez sea mejor votar a uno de estos dos, que haya un cambio sí, pero tranquilo, que no se note mucho en lo esencial, que no se joda "la recuperación", que todo cambie, sí, pero para que todo siga igual..."

Los votantes como yo llevamos perdiendo años, elección tras elección. Y se acepta. Faltaría más. Ese es el juego democrático, ¿no? Pero lo que ya no es aceptable, lo que es insoportable es el postureo social indecente de algunos. Lo inaguantable es llevar escuchando meses a tanto indignadito de salón para que ahora, a la hora de la verdad, vuelva a inclinarse por la vieja política, por la casta parasitaria, por el sistema fallido. Pues no. El discurso deshonesto no hay por qué respetarlo: no me vendas motos, excusas, ni datos artificialmente retorcidos, votante del PP. No me deslumbres con tu imbecilismo adanista, votante de Ciudadanos. No apeles a tu pasado izquierdista (re)construido, votante del PSOE. Tenéis todo el derecho a votar otra vez a los mismos, a defender el sistema, a defender las políticas liberales que van dejando en los huesos al estado de bienestar. Pero no intentes además apropiarte de la oposición intelectual hacia aquello que con tu voto legitimas: corrupción política a favor de los poderosos, recortes sociales que afectan a los más desfavorecidos y trabajo precario y sin derechos para millones de españoles. Eso es lo que votas. Porque tú, con tu voto, servirás de sostén al sistema. Porque tú, con tu voto, defenderás el tipo de política y de políticos que nos hundió en el barro. Porque tú, con tu voto, solo pretendes, de nuevo, ver si el que se salva eres tú, sin mirar al de al lado, y sin sufrir mucho por él.

13 febrero 2015

Catarsis en la izquierda madrileña

La izquierda madrileña está en plena convulsión. Consecuencia final de la enorme putrefacción de las estructuras cerradas de viejos partidos con viejas formas de hacer política. Qué pena. Ahí está, mírala, con respiración asistida y cuidados paliativos, es IU Madrid, un nido de corruptelas, de puñaladas traperas, de enfrentamientos tribales, que nos muestran de manera dolorosa cómo los que parecieron ser distintos dejaron finalmente de intentarlo y se convirtieron en casta infame, sin ímpetu, sin orgullo, cómodos interpretando un tan irrelevante como fructífero (en el ámbito personal) papel sociopolítico en una Comunidad Autónoma en la que el PP ha campado a sus anchas, aprovechándose del voto acrítico de ciudadanos que, ante el horror que les suponía la política de tierra quemada de la derecha, buscaron desesperados el refugio de una alternativa que nunca lo fue, porque nunca pareció creerse que lo era y vivía de puta madre sin ni siquiera intentarlo. ¿Para qué ambicionar el poder si, sin detentarlo, se puede vivir toda la vida en la oposición sin jamás tener que decidir sobre nada? Recordar los últimos años de IU en Madrid sólo sirve para constatar cómo los que entienden la política como una forma de vida (su única forma de vida) obstaculizaron una y otra vez cualquier intento de regeneración interna. Nada ejemplifica mejor la inmundicia a la que llegó este partido que la elección, tras una cruenta guerra interna, de Eddy Sánchez como secretario general. Este tipo deambuló como alma en pena durante un par de años por la Comunidad sin ser reconocido por nadie como líder de nada. Hombre de paja de la vieja guardia, su “liderazgo” terminó con la aplastante victoria de Tania Sánchez en las primarias del partido, tras las que, en un último gesto de dignidad, dimitió, desapareció, sin que nadie, en ningún momento, lo echara de menos. No estaría mal conocer el grado de conocimiento que tenía Eddy Sánchez entre los votantes de IU para así entender el “valor” de su liderazgo.

Lo de la federación madrileña del PSOE, que acaba de estallar en mil pedazos, es todavía peor. Mi primer contacto con su tenebrosa realidad fue con el Tamayazo, aquel golpe de estado “democrático” que facilitó la aparición de Esperanza Aguirre en la política madrileña, esa mujer que, con el apoyo de su tribu de fanáticos, aprovechó la burbuja económica que a todos enloqueció para dinamitar los servicios públicos y convertirlos en negocio para empresarios afines.  El PSOE de Madrid durante la última década ha sido un partido zombi, dirigido por mediocres, con militantes inanes y con planteamientos políticos que en nada lo diferenciaban de la derecha más rancia (¿un ejemplo? El apoyo que el primer Tomás Gómez hizo a la enseñanza concertada. Buscad en las hemerotecas).

Los partidos que representan la izquierda madrileña han implosionado. Incapaces de soportar la presión interna que suponía por fin verse ante la posibilidad de ganar las elecciones y tener que gestionar el poder. La irrupción de Podemos ha servido para mostrar la desnudez del emperador. La ciudadanía que se piensa de izquierdas se ha cansado de votar a perdedores que estaban encantados de seguir siéndolo. La ciudadanía que vota a la izquierda ha dejado de aceptar que con sus votos se vaya a terminar haciendo la misma política que se hace cuando gobierna la derecha. Es muy simple. IU Y PSOE en Madrid provocan rechazo. Y nada tiene que ver lo que dicen ser. Sino lo que sus actos nos han hecho pensar que son. El tiempo dirá hasta donde conseguimos llegar los que ya no nos creemos nada de ellos. Puede que fracasemos. Tenemos muchas papeletas para ello. Pero en las próximas elecciones, en mayo, en Madrid, los que voten al PSOE y los que voten a IU tendrán pocas, muy pocas excusas para poder explicar el porqué de su voto. Más allá de postureos, más allá de explicaciones de salón, más allá de basuras emocionales y de críticas exarcebadas a otros actores políticos, lo cierto es que estamos a 100 días de intentar que Madrid sea gobernado de otra forma distinta. Y, desgraciadamente, para que ese cambio real se produzca, todos somos conscientes de que tanto votar a IU como al PSOE, es absolutamente inútil.

13 diciembre 2014

Vergüenza

Resopla. Mientras lo hace en su cara se dibuja una extraña mezcla de rabia, vergüenza y cansancio existencial. El tren acaba de llegar a la estación. Abre la puerta y sale al andén, dispuesto a subir al próximo vagón de ese mismo tren para repetir de nuevo su discurso, para volver a humillarse mientras los demás bajamos la mirada y hacemos como que no lo escuchamos, mirando de manera distraída nuestros móviles o desviando nuestra atención hacia un punto ciego del espacio en el que nada hay y en el que en nada nos convertimos. Hace ya demasiado tiempo que viajar cada día en el metro de Madrid supone asistir a una o varias de estas performances: una mujer o un hombre, joven, de mediana edad o anciano, articula "el discurso de la miseria" frente un público cautivo que, incómodo, preferiría no escucharlo. De manera mecánica describe algún tipo de situación límite e infernal que lo obliga a pedir dinero para poder alimentar a sus hijos, a su pareja y a sí mismo. Pero conseguir que lo que se cuenta termine calando entre nosotros cada vez es más complicado. A pesar de que nadie lo mire directamente a la cara, a pesar de que parezca que se ignora su presencia, se nota que todos en el vagón estamos evaluando lo que se dice, cómo se dice, cómo viste quién lo dice, cómo se articula lo que se dice… Durante unos segundos somos los jueces de una perversa variante de “Los juegos del hambre” en la que decidimos si esa persona merece o no nuestro puto euro. Un breve intervalo de tiempo en el que descubrimos que más allá de ideologías de salón la realidad termina convirtiéndonos en basura, en unos mierdas, aunque pretendamos no serlo. En esta ocasión el tipo en cuestión posee un aura terrible de autenticidad y de necesidad. Con voz clara, sin concesiones al drama y de manera breve, pide comida o dinero. No funciona. Apenas consigue una moneda, un jodido euro en un vagón con más de veinte personas. Es lo que hay. Es lo que toca. Pero lo más patético, lo que más asco produce es saber que esa moneda depende tan sólo de la credibilidad de su discurso, de que un tipo sentado en un asiento del metro, después de haberse gastado 20 euros en comer y 6 euros en un whisky, decida ejercer la caridad con alguien en base a un juicio arbitrario, injusto y despreciable que determina que esa persona dice la verdad y merece ser ayudada. Nada de todo eso parece importar. El tipo coge el euro, da las gracias, camina por el vagón por si alguien más se equivoca pero nadie más levanta la mirada. Se acerca a la puerta de salida mientras el tren frena. Es entonces cuando puede dejar de actuar, cuando cree que nadie lo mira, casi de espaldas a todos. Es entonces cuando resopla. Cuando en su cara aparece esa extraña mezcla de rabia, vergüenza y cansancio existencial. Es entonces cuando sin ser consciente de ello, sin pretenderlo, a través de su gesto, ese tipo resume el momento histórico que vive este país. Y nos avergüenza.

26 enero 2014

No es verdad: decálogo de un malestar


No es verdad 
  1. No es verdad, por mucho que lo repitan, por mucho que intenten convencerte de ello, no es verdad que baste con sobrevivir, no puede ser que lo único que importe sea conseguir un empleo miserable con un sueldo de mierda sin una mínima seguridad laboral y con una nula proyección de futuro. 
  2. No es verdad, no lo es, que vivamos en una sociedad de libertades cuando tienes que alquilar a bajo coste el 70% de la vida que no pasas durmiendo en un trabajo que no tiene por qué llenarte, para el que tal vez no te has formado, en el que tu valor no depende exclusivamente de tu rendimiento y para el que debes competir con un número exagerado de tus iguales en una cruenta guerra en la que siempre perderás, de una manera u otra, en algún momento de tu vida.
  3. No es verdad que seas un ciudadano con derechos de una sociedad democrática moderna cuando no tienes la posibilidad real de construir un proyecto de futuro personal y familiar digno porque la precariedad laboral te amenaza cada día, porque el miedo a la pobreza y a la exclusión social limitan tu libertad de acción y de elección y porque sientes demasiado cercano el abismo como para poder dejar de sentir ni un solo instante ese malestar existencial difuso que te corroe las entrañas día tras día.
  4. No es verdad, aunque te engañes y quieras convencerte de ello, que todo lo haces finalmente por tus hijos, con la esperanza de que al menos les darás a ellos una oportunidad para vivir de otra forma, en libertad, con dignidad. Y no es verdad porque en el fondo sabes que salvo que demos un giro a todo esto ahora su futuro será el mismo que el tuyo: trabajarán como esclavos modernos para alguna empresa. Como tú. Serán puteados, exprimidos y finalmente, en alguna de sus crisis, abandonados a su suerte. Como hicieron contigo. Recortarán sus derechos y sus libertades lentamente, al ritmo de las necesidades del sistema. Como a ti. Vivirán y morirán acobardados, indefensos, aislados y angustiados. Como tú. Sí, lo sé, te conozco, tienes la esperanza de que tal vez ellos, tus hijos, se puedan salvar, que a ellos igual la tormenta no les alcanzará, que conseguirán un refugio donde guarecerse. Es posible. Pero también sabes que si lo consiguen tan sólo lo harán para mirar desde su ese refugio como se calan hasta los huesos los hijos de los otros, de nosotros, esos que en el fondo, desde tan lejos, ni siquiera tú serías capaz de diferenciar de tus propios hijos.
  5. No es verdad que puedas mantener eternamente ese ritmo, esta tensión, esos horarios imposibles, la presión que soportas cada día. Hasta ahora has evitado la enfermedad, la has sorteado, ya no eres inmortal porque la has olisqueado de cerca pero crees sentirte fuerte, capaz de superar esos obstáculos en los que ves a otros tropezar y caer. Todavía, a veces, te confundes y caes en el error de juzgar cada situación de manera aislada, descontextualizada. No entiendes por qué no se levantan, por qué no se rebelan, por qué no encaran sus desgracias, sus despidos, sus crisis de otra manera. Los criticas, incluso en ocasiones los desprecias. Desde esa óptica miope en la que has sido educado por el sistema. Pero no, no es verdad que todo el mundo pueda aguantar ese ritmo, esa tensión, esos horarios y esa presión, todo eso que tú aún crees poder manejar, y conciliarlo con sus emociones más íntimas, con sus desarreglos emocionales, con el paso del tiempo, con el transcurrir de la vida. Como desgraciadamente también tú terminarás comprendiendo.
  6. No es verdad que salir de la zona de confort, esa que tanto critican los gurús emocionales, los coaches encorbatados, los sacerdotes del capital, tenga que ser una opción deseable. La única zona de confort indeseable es la ideológica, la que provoca que no seas capaz de aceptar nuevas ideas sólo por la pereza de tener que replantearte las que ya asumías como dogmas. Pero no te dejes convencer, no te lo creas, no caigas en su trampa: una enfermedad grave es una putada, no una oportunidad para ver la vida desde otra perspectiva y replantearte tus prioridades y un despido es otra putada, no una manera de reorientar tu carrera y alcanzar por fin la felicidad emprendiendo tus propios proyectos. Mejor será no enfermar y que no te despidan y que tú mismo decidas, cuando te veas preparado y consideres conveniente, dar un volantazo a tu vida y cambiar tu perspectiva vital o cambiar de empleo. O no. No es verdad que todo cambio es positivo, no es verdad que es mejor vivir en lo provisional, no es mejor vivir en el alambre de no saber si mañana vas a tener un empleo o debes volver a reenfocar tu carrera laboral. Necesitamos anclas afectivos, sociales y laborales para poder pararnos y ser capaces de reconocernos. Y optar, si es nuestra decisión y no lo que otros nos imponen, salir a la mar en busca de nuevos horizontes vitales.
  7. No es verdad que vayas a poder formarte toda la puta vida. Es evidente que  trabajar en el ámbito que sea conlleva una necesaria adaptación continua a los cambios. Por supuesto. Pero eso no es novedoso, siempre fue así. Lo de la formación continua reglada, lo del credencialismo, lo de la maldita titulitis es otra cosa, es una trampa mortal, la zanahoria que el sistema te ha colocado delante para que corras hasta la extenuación y termines sin resuello y medio muerto en algún recodo del camino. Es su manera de volver a robarte el poco tiempo libre que habías conseguido gracias a sangrientas luchas sociales. Ésas que ya no recuerdas. Nada que ver con la maldita empleabilidad con la que se llenan la boca todos aquellos cuyas vidas, curiosamente, suelen estar ya solucionadas. O los que han convertido esa formación continua en su modo de vida, vendiendo humo disfrazado de necesidad. Formarse es fundamental, claro, pero el enfoque que el capitalismo pretende dar a esa formación es sesgado, limitado y mezquino. Y siempre, al final, esa formación será insuficiente, nunca estarás lo suficientemente preparado como para soportar la feroz competencia de los que vienen por detrás con los dientes afilados, educados en un mercado laboral adulterado en el que jamás hay ni habrá espacio para todos.
  8. No es verdad que todo lo que está pasando, el horror de una crisis destructiva, el fango putrefacto sobre el que chapoteamos cada día desde hace años, la tristeza y la rabia que nos devoran por dentro, puedas achacarlo tan sólo a la gentuza que nos gobierna, a los políticos, a esos tipos tan mediocres, tan limitados, tan intelectualmente incapaces. Que cobran cuatro, cinco o diez veces más que tú. Tenemos que ser capaces de ver más allá, de acercarnos a las entrañas de la bestia, de comprender el funcionamiento del sistema, la imposibilidad real de que pueda alcanzar el poder político nadie que no haya mostrado antes su absoluta adaptación al infecto medio en el que desarrollará su labor. Los políticos no son la enfermedad. Su inutilidad es el síntoma. El capitalismo totalitario, como un virus, ha infectado todos los estamentos sociales haciendo casi una utopía encontrarle una alternativa viable en la que podamos concentrar los esfuerzos de resistencia
  9. No es verdad que tú solo vayas a poder salir vencedor de esta batalla que estamos librando. Es la mayor de todas las mentiras. No es verdad que puedas darnos la espalda y hacer como que no notas a los que faltan, a los que ya no están: los compañeros que despiden de un día para otro y dejan de ir a la oficina; los conocidos que tras meses de intentar ocultar la realidad dejan de aparecer en los lugares de siempre porque ya no pueden permitirse pagar esas cervezas; los que abandonan sus casas, sus barrios, sus ciudades o su país dejando atrás ilusiones destrozadas que nunca podrán ya recuperar. Porque no están muertos, siguen vivos, su recuerdo es mucho más difícil de manejar. No para el sistema claro, que puede expulsarlos de manera implacable y para siempre en base a impecables razonamientos económicos. Pero mucho más complicado será que tu memoria pueda olvidarse de ellos. Aunque intentes concentrarte en tus proyectos, convencerte de que la única prioridad es tu familia, la salvación de los tuyos, tu supervivencia. Esos fantasmas ya no te van a abandonar. Ni el miedo, ni el pavor, ni el absoluto terror a quedarte tan solo, tan abandonado y tan desprotegido como los dejaste a ellos cuando vengan a por ti. Porque ya, a estas alturas, sabes que también vendrán a por ti.
  10. No es verdad que sean verdad todas esas patrañas que el neocapitalismo nos vende con certificado de inexorable, no es verdad que no haya alternativa, no es verdad que podamos sobrevivir en soledad, no es verdad que las ciberutopías se vayan a cumplir, no es verdad que las relaciones en la red nos van a salvar del aislamiento, no es verdad que podamos sobrevivir sin los demás, sin cuidarnos los unos a los otros mediante instituciones solidarias; no es verdad que podamos cambiar nada sin cambiar antes el paradigma social, la visión de conjunto, el punto de vista individualista, arrogante y presuntuoso en el que nos hemos educado y hemos creído que era patrimonio cultural de Occidente; no es verdad que podamos cambiar nada sin ser honestos y sin hacer ver a los demás la necesidad de serlo, sin construir normativas que nos obliguen a serlo. No es verdad que podamos salir de esta crisis como entramos porque nada será igual, aunque algunos pretendan confundidos volver a Matrix o atiborrarse de soma para eludir de nuevo la realidad.
No es verdad