28 abril 2010

El profesor que miraba fijamente a la gallina

Ayer El País nos ilustró de nuevo con uno de esos artículos melifluos en los que lentamente, mientras parece tan sólo informar sobre el fracaso educativo en nuestro país, va intentando inocular en el lector la posibilidad de soluciones "radicales" al problema. Entresaco algunas de las mejores y más "divertidas" ideas expresadas por los "expertos" consultados, para que su lectura ordenada nos lleve al meollo de la tesis. Dejo que sea el avispado lector el que note la transversalidad ideológica de las voces elegidas, y cómo consiguen sus ¿dispares? intereses confluir en una camino único que aboca a la educación obligatoria a un cambio de paradigma que la despoje de sus ambiciones humanistas y culturales y la transforme en un aparcadero infantil, un espacio temporal meramente preparatorio para el mercado laboral (con excepciones, claro, pero ya sabemos quién no podrá acceder a ellas) :

Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca deja caer: "Nuestro fracaso educativo nos cuesta en conjunto el triple que la crisis"

La Fundación Primero de Mayo, de CC OO propone imaginativas soluciones al problema: "acabar con la "rigidez" del sistema y ofrecer a los estudiantes con problemas alternativas al abandono o "la denostada e ineficaz repetición". A su juicio, si los recursos destinados a los repetidores se empleasen en clases de refuerzo, el sistema ahorraría y los alumnos mejorarían.

Enguita parece de acuerdo con eliminar la repetición de curso y lo argumenta (menos mal que los expertos nos iluminan): "En términos lógicos es una barbaridad que por no superar una parte menor de los objetivos se haya de repetir el 100%"

Juan Antonio Gómez Trinidad, diputado del PP aporta su granito de arena para no dejar puntada sin hilo, ni perder de vista el objetivo final de la educación a la que nos quieren abocar: "Todos los jóvenes deben saber expresarse correctamente, ser capaces de recurrir una multa y conocer sus derechos, una serie de destrezas básicas que serán más necesarias que los contenidos que hemos diseñado en el siglo XIX"

Y para terminar en un suelto nuestra querida ex ministra de Educación, Mercedes Cabrera procura que no olvidemos para qué sirve la educación y quién debe decidir sobre su futuro: "Tenemos la obligación de actuar para que el sistema educativo acompañe, o mejor dicho preceda y prepare el cambio social. Sin dramatismos, pero con constancia; escuchando a quienes son parte fundamental de él, a los profesores pero también a los estudiantes y a quienes desde fuera, desde la sociedad y el mundo de la empresa y el trabajo, tienen tanto que decir sobre qué debería ser la educación en el siglo XXI; evitando quiebras y vértigos al sistema educativo, pero sin ahorrar propuestas de renovación."

Pues esto es lo que hay. Nuestro presente educativo. Y la idea de un pacto educativo entre estas voces sólo puede provocar escalofríos. Como un amigo me comenta, ha llegado el momento de la emancipación social de la gallina. Así es señores. La gallina tiene el perfil necesario para ser nuestra próxima titulada de la ESO. No se rían. No se extrañen. No he enloquecido. Sólo piensen en ella: imagínensela, ahí, sentada en su silla, en el aula, tranquila, sin molestar. Según las programaciones de muchas asignaturas de la ESO ya tiene por lo menos tres puntos por comportamiento. Es cierto, a veces se pondrá pesada y cacareará sin control. No pasa nada, se le baja un poco la nota, pero no hay que preocuparse, con esfuerzo, constancia y por sus huevos (de gallina, se entiende) conseguirá el aprobado. ¿Que no lo consigue? Tampoco importa, se la pasa de curso para que no se estrese, porque ya sabemos que una gallina estresada no pone huevos y eso sería perjudicial para el desarrollo integral de su personalidad gallinácea. Tal vez no aprenda a recurrir multas (objetivo fundamental de la educación, como nuestro estimado político pepero nos ha mostrado) pero nuestra gallina tendrá un horizonte laboral claro, enriquecido por una formación pedagógica continua e integral, adaptada a sus necesidades, y mediante la cual podrá adquirir las destrezas y habilidades básicas que toda gallina requiere para sobrevivir en el difícil mundo del corral, sirviéndole para impedir que caiga rendida ante cualquier gallo fanfarrón que le haga ojitos. No. Nuestra gallina tendrá estudios, no querrá convertirse en una simple ama de casa y parir decenas de polluelos sin futuro que el Estado tenga que alimentar. No. Nuestra gallina accederá a un módulo de grado medio enfocado al mundo laboral y afín a sus intereses y capacidades (“Módulo de ponedora de huevos enriquecidos con proteínas ESO”), demostrando así al mundo la inutilidad de los contenidos diseñados en el siglo XIX y siendo todo un referente, casi un mito diría, una leyenda incluso, para los futuros estudiantes del siglo XXI.

20 abril 2010

Delirios de cafeína

Hoy en 20minutos una madre incapaz y con un problema irresoluble recurre al consultorio psicológico del periódico:

"Hola María Jesús, mi hija tiene 13 años y ya me dice que quiere tomar café después de las comidas, a mí me parece muy pronto. Creo también que me engaña cuando la pregunto si bebe por ahí. ¿Cómo puedo descubirlo, pero mejor, cómo puedo reconducirla para que no beba tan pronto? [...]"

Respuesta de la experta:

"Haces bien en estar atento a estos temas, pues el consumo de alcohol y sustancias estimulantes se ha disparado en los menores y muchos chicos y chicas con 13 años empiezan con sus primeras "hazañas". El café no está indicado para una niña de esa edad; [...]. En relación a si bebe o no, me temo que si quiere tomar café es más que posible que esté bebiendo [...]" (las negritas son mías)

"... si quiere tomar café es más que posible que esté bebiendo..." Y se te queda tan ancha. Yo siempre lo supe. La primera vez que pedí café a mi madre noté el miedo en sus ojos, pero también lo irremediable de la nueva situación. Quería probar el café. Iba a ser un alcohólico. Seguro. Si algún día tengo un hijo pequeño y me pide café sabré que ya está perdido. Futuro drogadicto. Junto al café le serviré un chupito de Jameson. Por lo menos que sea capaz de apreciar la calidad.

Desde esta mañana miro a mi alrededor con otros ojos, como si me hubiera colocado unas gafas con las que descubrir una realidad que estaba ante mí sin que yo lo notara. Estoy aterrorizado. Esta sociedad está repleta de peligrosos drogadictos bebedores de café. Se camuflan, quieren hacernos creer que tomar esa perniciosa infusión es natural, pero a mí ya no me pueden engañar, la psicóloga me ha hecho ver la luz. Nuestra civilización caerá consumida en una peligrosa espiral de autodestrucción. Todo comienza con el consumo de esa peligrosa droga de diseño: la cafeína. Probar el resto de drogas una vez probado el traicionero café es cuestión de tiempo.

Me acabo de levantar de la siesta. Me he tomado un café. Me siento nervioso. Tenso. Necesito algo más. He abierto la espita. Mi cuerpo me exige un whisky. O varios... ¡Maldito café!

08 abril 2010

Revelaciones

"¿Soy el único que desconfía de las películas galardonadas por el público en los festivales de cine? Cualquiera diría que los asistentes de a pie están empeñados en ejercer durante los certámentes como quitacolumnistas de lo que consumen a diario en las salas comerciales y la pequeña pantalla, distinguiendo a la postre casi sin excepción la película más pueril de entre las programadas."

Diego Salgado en Cahiers du Cinema a propósito
de la película Siempre hay tiempo de Ana Rosa Diego

La fina línea que separa la pedantería del análisis lúcido La asfixia de la coacción invisible, que exige respetar de manera acrítica y artificial, buscando la aquiescencia y la complicidad de la masa, que reivindica su mediocridad como canon rector, su ignorancia como derecho inalienable y su inviolable honra como elemento amenazador: cualquier ofensa será origen de linchamiento público (el conocimiento y la erudición como síntomas de enfermedad o frikismo, que deben llevarse en silencio, sin ostentanción y hasta con cierta vergüenza). Con su coro de intelectuales que asumen el signo de los tiempos y se postulan como tutores de la vulgaridad en nombre de una extraña democratización de las obras culturales. La visceralidad sincera cimentada en argumentos como máximo elemento perturbador, que a veces permite vislumbrar las sombras, intuir Matrix. El esnobismo como amenaza latente, siempre parcialmente presente, la otra cara de la moneda, tan difícil a veces de discernir.

Una crítica que estimula y se moja sin disparar desde una trinchera. Un soplo de aire fresco.

04 abril 2010

Miseria moral

A través de Europa Press el insigne coordinador general de IU, el señor Cayo Lara:

"El coordinador federal de Izquierda Unida (IU), Cayo Lara, ha explicado que cuando vio la primera imagen del disidente cubano Guillermo Fariñas el día que éste anunció que iba a ponerse en huelga de hambre, "estaba tan delgado que parece que venía ya de cuarenta o cincuenta días en huelga de hambre". "Que se busque en la hemeroteca las fotografías que aparecieron de Fariñas", propuso en una entrevista con Europa Press."

No sé si lo que más asco me da es la indiferencia que manifiesta, lo molesto que parece que es para él tratar el asunto, la incapacidad del partido que representa para desligarse de las viejas consignas o saber que a esta gente llevo dándole mi voto muchos (demasiados) años ante el miserable, execrable e infecto panorama político nacional.

21 marzo 2010

Sobre educación, profesores, bilingüismo...

Esta mañana en el post de Perlas boloñesas recibí un comentario que me invitaba a reflexionar sobre los porqués del deterioro educativo en Madrid. Rápidamente comprendí que el tema requería de mayor espacio para la reflexión, que no podía dejarlo en un simple comentario Entre otras ideas de valor Elba planteaba lo siguiente:

"...Intentaré concretar: me dirijo a ti para preguntarte, como profesor y persona implicada en la difusión de la cultura que pareces ser, si puedes explicarme por qué no se produce una oposición dentro del sector educativo hacia las continuas barbaridades que nos caen del cielo político. El que los padres veamos en un bilingüismo pobremente aplicado la esperanza de salvación ante todos los fantasmas que nos hacen ver en la educación pública me parece hasta lógico, porque no conocemos, no sabemos, y nos dejamos llevar fácilmente (y pido disculpas para quienes no lo vean así y no se consideren dentro de esta masa de incultos en la que yo nado), pero que ni siquiera los profesores digan ¡hasta aquí hemos llegado! no consigo entenderlo."


"... imponer el bilingüismo importido por profesores que no son bilingües, además de otras consideraciones que no incluyo por conseguir abreviar, me parece un error tan gravísimo, tan maquiavélico y tan obvio que no entiendo cómo no son los propios profesores los que se nieguen a hacerlo. Si un alumno medio de la ESO ahora mismo ya no entiende las instrucciones de la lavadora, ¿las va a entender si le explican geografía e historia en inglés?"

El problema que plantea Elba es fundamental en la situación actual de la educación pública de España (no sólo Madrid), un punto de inflexión, y espero que para después del verano tanto ella como el que quiera pueda disponer aquí de un artículo más largo analizando las posibles consecuencias de la implantación en nuestras aulas de este bilingüismo segregador, absurdamente elitista y nocivo para la formación en contenidos y para el dominio de la lengua española, que, unido a la nueva moda de educar en competencias (preparar trabajadores) reduciendo contenidos, permite vislumbrar un futuro nada halagüeño para una educación pública que tendrá que lidiar con todas la dificultades que traerán semejantes despropósitos.

Ni Francia, ni Alemania (por poner dos ejemplos de peso) plantean modelos tan radicales en el aprendizaje de los idiomas, y los modelos de enseñanza bilingüe funcionan en aquellos países donde su implantación es reflejo de un verdadero bilingüismo social (véase los países nórdicos), cosa que evidentemente no sucede en España. La astracanada es intentar crear un bilingüismo artificial desde la escuela en una sociedad en la que el inglés no se utiliza porque falta costumbre y necesidad. Y eso no va a cambiar de la noche a la mañana. Lo que sí va a pasar es que una o dos generaciones de españoles van ser objeto de un experimento cuyos resultados no han sido contrastados por ningún estudio serio y que  la transversalidad social va a hacer de este modelo un elemento más de estratificación socioeconómica (¿los hijos de quién accederán a este modelo educativo?).

La implantación del bilingüismo en Madrid es una estrategia política (nunca un error aunque tal vez sí tenga algo de maquiavélico) que va a servir para desactivar completamente los mínimos intentos de contestación desde el ámbito educativo a la destrucción del tejido público educativo. Va a provocar recelos y disputas entre los propios profesores puesto que los que se adapten al modelo y se habiliten para impartir las materias en inglés (o para parecer que lo hacen) cobrarán más y darán clase a los mejores grupos en los que se convertirán en los mejores institutos, lo que unido al refuerzo (económico e institucional) que se ha hecho de la figura del director convirtiéndolo definitivamente en una marioneta de los poderes políticos permitirá que la poca energía que quede en los centros se gaste en reyertas (que preveo sangrientas) internas. De esta manera se dispondrá del margen de maniobra necesario para completar el proceso de privatización en el que anda embarcado el PP de Madrid (no estoy muy seguro por cierto, por informaciones que nos van llegando, que el PSOE hiciera algo muy distinto) desde hace muchos años. Convertir la educación en un negocio es una demanda (legítima o no, eso sería objeto de otra discusión) liberal para conseguir de esta manera reducir el gasto público trasladando parte de los costes (que en conjunto se aumentan mediante la introducción de banalidades en forma de extraescolares y demás bagatelas) al consumidor directo, unos padres que (dicho con todo el respeto) sirven de “tontos útiles” en toda esta historia, ya que a pesar de haber sido ellos mismos, en su gran mayoría, educados gratuitamente a través de los impuestos en escuelas públicas ahora, deseosos de demostrar el amor y la preocupación por sus hijos de la única manera que esta sociedad permite (es decir mediante el gasto y el consumo), e imbuidos de ese miedo visceral que se ha conseguido inocular a la población en esta sociedad decadente que demanda continuamente más seguridad aún a costa de asumir la pérdida de libertades y derechos, matriculan masiva y compulsivamente a sus hijos en la privada-concertada en busca no ya de una mejor calidad educativa (eso es lo que se dice, pero mi experiencia me demuestra que no suele ser el motivo real del abandono de la educación pública. Por otro lado todo el que conoce la educación sabe que no es una verdad objetiva que el nivel de formación que se ofrece en la privada-concertada sea superior al que ofrece la pública en condiciones similares) sino en un desesperado intento por conseguir que  sus retoños no entren en contacto directo con problemas sociales a los que afortunadamente la pública intenta dar respuesta.

Respecto a lo que Elba comenta sobre los profesores está claro que evidencia una realidad constatable cada día en los institutos: su tremenda apatía política que afortunadamente no es siempre trasladable al ámbito profesional. A pesar de lo que se intenta transmitir a la sociedad mi experiencia en diferentes centros me lleva a concluir que el profesorado en general es gente que intenta cumplir con su labor de la forma más correcta posible, aunque en un tema tan sensible como la educación siempre se echa de menos más compromiso, más responsabilidad y menos quejas en un colectivo que tiende siempre a un victimismo exasperante. Pero la apatía política (que debe entenderse no en términos de adscripciones a partidos o sindicatos sino en términos de activismo social y preocupación por las consecuencias sociales de la labor desarrollada) es manifiesta, es brutal, y el silencio del profesorado ante los envites de la administración y el general desafecto e incluso desprecio de la sociedad es ensordecedor. A pequeña escala la actitud de este colectivo no es más que una muestra representativa de esa sociedad insolidaria y vacía que tan sólo se preocupa por su propio bienestar. Porque aquí es donde quería llegar, la responsabilidad de los profesores es importante, ellos deberían ser una luz que sirviera para ayudar a esclarecer los verdaderos problemas educativos que nunca son los que airea la prensa amarilla (en ella englobaríamos a 100% de la prensa generalista española) ni los que provocan los políticos. Pero no se nos puede olvidar que al final la educación publica es un servicio que nos ofrecemos a nosotros mismo a través del estado, y por tanto toda la sociedad como padres potenciales, padres con hijos en edad escolar o padres que lo fueron, deberían preocuparse y luchar en los conflictos planteados.

Al final en nuestra sociedad cada uno termina viviendo sus propias ficciones y los padres se dejan dominar por sus miedos y no por los datos objetivos que les dicen que la educación pública funciona tan bien (o tan mal) con la privada-concertada pero que al menos en ella sus hijos no van a estar en manos de profesores coartados por las directrices ideológicas de las empresas o cultos religiosos que controlan las segundas y restringen la esencia de la educación: la libertad para poder expresar ideas (algo que debería ser innegociable en democracia). Y para que quede claro lo que planteo, cómo los profesores han asumido a la perfección ser intrascendentes como colectivo y han decidido eludir la responsabilidad de defender aquello en lo que trabajan, es necesario conocer el altísimo porcentaje de profesores de la pública que llevan a sus hijos a la privada-concertada, defendiendo su elección (como no dudo que harán los que metan a sus hijos en los programas bilingües) con las mismas ideas peregrinas que el resto de la sociedad, pero poniendo de manifiesto una incoherencia laboral e ideológica de tal magnitud que al menos nos sirve para empezar a comprender la magnitud del problema y las razones ocultas por las que nada de lo que pasa provoca contestación de ningún tipo, y sólo una enorme desazón, soledad y rabia en los pocos que todavía pretendemos intentar pensar en una educación realmente pública y de cierta calidad

19 marzo 2010

Regresión musical

Por este motivo y gracias a 90 eurazos (por persona) no estoy este fin de semana visitando a la familia en Sevilla

Nostalgias personales obligan

13 marzo 2010

Diez razones (subjetivas) para odiar a Spielberg


  • El puñetero oso de Inteligencia Artificial: la secuencia sin sentido en la que recoge los pelos de la madre adoptiva del niño-robot para, de manera meliflua, casi una hora de metraje después, poder utilizarlos en una clonación inverosímil que permite a Spielberg un final que raya la pornografía sentimental (y produce arcadas al espectador).
  • El final de La lista de Schindler: el grosero tránsito de la elegante, distanciada y adulta fotografía en blanco y negro con la que se destapa el horror nazi a un vulgar y chillón color para mostrarnos el homenaje, artificioso e impostado, de actores, familiares y supervivientes colocando una piedra en una tumba al son de la sensiblera música de John Williams.
  • El niño raptado de Minority report: el insistente uso de las imágenes del niño en el lago vistas por un Cruise yonkarra que sirven para justificar sus facistoides métodos y para que el espectador comprenda que, finalmente, habrá redención para ese padre con sentimiento de culpa.
  • La guerra de los mundos, toda ella, enterita, menudo bodrio, infumable: otra vez Cruise dispuesto a demostrar que se puede ser un padre de mierda incapaz de conectar con tus hijos en la vida cotidiana pero que, ante un ataque alienígena (algo de lo más habitual, vamos), hará lo que sea por su afligida prole para lograr la medalla de "padre del año". De nuevo la obsesión por la familia de Spielberg nos deja momentos, miradas y secuencias que nos revolverán el estómago.
  • El final de Salvar al soldado Ryan: Spielberg plagiándose a sí mismo con la secuencia que cierra la película, en la que un Ryan envejecido visita con su familia la tumba del tipo que lo salvó (matando por el camino a los otros siete u ocho miembros de su compañía, cuyos felices familiares nunca nos muestran…) para que al espectador no se le vaya a ocurrir reflexionar sobre la inutilidad de la guerra y de los supuestos actos heroicos que ha presenciado.
  • Esa cosa espantosa, empalagosa, azucarada y deplorable llamada Always: ¿alguien se acuerda de ella? Normal…
  • El Peter Pan más detestable de la historia: esa cara de panocha de Robin Williams haciendo el imbécil al principio de Hook simulando un duelo de pistoleros con un compañero de trabajo para mostrarnos la alienación capitalista del personaje. Otra vez las arcadas…
  • El plano retocado por ordenador de ET, veinte años después: para evitar que posteriores generaciones pudieran considerar que se había planteado la (horrenda e inverosímil) posibilidad de que unos policías apuntaran con sus armas a un grupo de niños en bicicleta. Menudo personaje...
  • El mundo perdido: o cómo conseguir destrozar el recuerdo de una buena película construyendo una secuela innecesaria, aburrida, con personajes planos y acartonados que consiguen que sean los velocirraptores los seres con más personalidad de los que deambulan por esa isla.
  • Y aunque suene a herejía, la plúmbea, pretenciosa, insoportable e intrascendente Encuentros en la tercera fase: pocas películas han envejecido tan mal como ésta en los últimos treinta años

28 febrero 2010

Relecturas

Las conversaciones imposibles. Las que nunca terminan porque se parten de presupuestos diferentes de imposible comunión. La desazón de saber que jamás se convencerá de nada al otro, y que conseguirlo debe ser el inaplazable objetivo a conquistar. No hablamos de arte o de religión, de literatura o de cine, hablamos de cómo configurar una sociedad, de cómo mejorar una parte pequeña de las cosas. Imposible. Envejecer. Empiezo a desconfiar de la gente que relee. O que dice releer. ¿Cómo se puede sólo releer cuando se tienen menos de cuarenta años? No soporto a la gente que dice o escribe que él ya sólo relee. Es irracional, lo sé, e incluso injusto, pero me parecen pedantes y condescendientes. La condescendencia es otra de las cosas que detesto. A veces los condescendientes se camuflan y visten con ropajes humildes y sencillos. Todo comprensión. Tolerantes, es la moda. Prefiero a los viscerales, a los que defienden lo que piensan y atacan lo que no les gusta. Son más sinceros, menos taimados, miden menos sus probabilidades de supervivencia social. Hay que ser muy presuntuoso para considerar que en poco más de quince años de vida adulta se ha leído lo que se tenía que leer, se ha descubierto lo que se tenía que descubrir y uno está ya en la situación de despreciar lo que crea la época en la que vive, salvo mínimas excepciones interesadas. “Releo a Plutarco y a Virgilio, no tengo tiempo para lo que se escribe hoy”, explica Pérez Reverte en una entrevista. Y yo admiro su cultura y su dominio de los clásicos, al tiempo que no puedo evitar apenarme por los síntomas de vejez que su declaración supone. Pero al menos él camina hacia los sesenta años. El problema es cuando este tipo de declaraciones las suelta un tipo que no llega a los cuarenta. Tal vez sea porque sin darse mucha cuenta uno deja de leer, de tener ganas de estar al tanto, de tomar al pulso a la sociedad en la que se vive; y se ve más la tele, y se pasa más tiempo jugando con los hijos o tomando cervezas. Nada de ello es criticable pero la excusa de la relectura sirve para encubrir un vacío, una vacilación interior. Una duda que se oculta en la intimidad. Cuando ya no sientes el impulso, cuando falla el ímpetu, cuando el tiempo pasa y te arrolla.

25 febrero 2010

Descubriendo Twin Peaks

Debo ser de los pocos que nunca supo quién narices mató a Laura Palmer, aunque la sensual e hipnótica música de la serie se introdujera en mi subsconciente allá por los 90, recordándome que me estaba perdiendo algo diferente

En pleno proceso de reivindicación de David Lynch, alejándome de mis propios prejuicios y adentrándome en uno de los universos más fértiles que ha dado el cine americano, os dejo con uno de los más grandes momentos que la televisión me ha dado. Albert le explica al sheriff Truman su "ideología"




Voy a echar mucho de menos al agente Cooper

07 febrero 2010

Un día de furia

Es jueves, el único día que mi horario me permite escapar de mi exilio rural un poco antes y así llegar a casa a una hora decente para almorzar. Llego a la parada del autobús que une la estepa con la civilización justo cuando éste comienza a distinguirse al fondo de la calle. Subo rápido las escaleras y al ir a saludar al autobusero el primer proyectil horrísono impacta en mi cerebro vía nervio auditivo: sin yo saberlo hoy Julio Iglesias ofrecía un concierto gratuito sólo en mi autobús, y a esta hora, para celebrar sus cien años en el mundo del espectáculo. Qué suerte la mía. Miro al autobusero y observo que no pasa de los 25 años. ¿Cómo es posible? ¿Cuál es el trauma infantil que provocó esta perversión musical y el placer sádico de compartirla con los viajeros? Igual perdió la mano de su madre de pequeño en un concierto de Julio, o quizás es uno de sus hijos perdidos, fruto de una noche de pasión con una groupie. Huyo veloz hacia el fondo del bus y despacio me voy acomodando: me quito el abrigo, los guantes, la braga que me protege el cuello en este duro invierno, y las dejo en el asiento del fondo, yo me siento en el del exterior y saco el Ipod, el periódico y el libro, al tiempo que apoyo las dos rodillas sobre la parte posterior del asiento delantero (aún libre) y me dispongo a disfrutar de una hora tranquila de lectura. No será así. Los jueves a esa hora mucha gente de los pueblos viaja hacia Madrid, por lo que a medida que vamos llegando a las paradas a recogerla yo me hago el dormido y finjo dar cabezadas al aire para evitar que nadie intente sentarse en el asiento contiguo (podrá parecer misantropía, pero yo alego defensa propia: es un coñazo aguantar la cháchara de una señora que quiere contarte la vida de su hijo, o a un señor que apesta a campo y tabaco y habla como mugen las vacas). De pronto aparece. Camina velozmente hacia mis posiciones de defensa y se sienta sola un par de filas por detrás de mí. Es menuda, no pasará de lo veinte, cara pálida, pelo largo, lacio y sin gracia, y la pobre (qué mala suerte) debe tener algún tipo de problema o tara en su extremidad superior derecha porque siempre la lleva a la altura de la oreja. Por ese motivo, imagino, y para aprovechar el gesto, siempre va con un jodido móvil pegado a esa oreja que nunca he llegado a vislumbrar. La pena es que la tara no le impide hablar. Bueno, hablar. Esta chica no habla por el móvil: vocifera, grita, vocea, usa las palabras como proyectiles contra el aparato. Llora, ríe y vive a través de ese móvil, e impúdicamente comparte su intimidad más miserable con sus sufridos compañeros de viaje. Es una Truman rural, autodidacta y encantada de serlo. Siento mi cuerpo mientras se tensa, sé que voy a sufrir. Recuerdo otros jueves: su voz aflautada que se pega a mi piel, el grado de nerviosismo que su cháchara entrecortada provoca, los minutos que pasan sin que jamás corte la comunicación inalámbrica, su vida retransmitida al detalle, su trabajo de mierda en el que libra uno de cada dos domingos, el jefe que la putea, el puto gato que no quería acoger pero su novio la obligó a ello tras diez minutos de discusión airada…Su novio, el Jonathan, madre mía, qué personaje debe ser, ya he compuesto un retrato robot a través de sus discusiones telefónicas, espectaculares, dramáticas, de ésas que si estuvieran juntos terminarían en un polvo brutal de reconciliación (temo que algún día imite a Meg Ryan y lo hagan a través del móvil), el Jonathan, yo lo imagino como una especie de chimpancé enloquecido, un Maguila local, siempre gritando y gruñendo al otro lado del teléfono, mientras la chica trata de apaciguarlo, de atenuar sus temores, su celos (¡¡sus celos!!), como aquella vez que nerviosa trataba de evitar que hiciera dos kilómetros a pie para ir a recogerla a la parada porque ella tenía que ir directa al trabajo, y se lo repitió, vaya si se lo repitió, no menos de diez veces, con las mismas palabras, con los mismos argumentos, como una roca, sólo que elevando su voz chillona un poco más en cada ocasión. Hoy el Jonathan debe estar más nervioso de lo habitual porque la chica está más alterada, lo cuál se traduce en un tono y un volumen de voz que rozan lo denunciable, mientras intenta contarle que su abuela también la jode mogollón, pero que ella aguanta, y se lo cuenta, nos lo cuenta, con detalle, hasta que viendo que el otro está aún más tarado que ella decide conectar el piloto automático y empezar a repetir la consigna, la frase que debe servir para cortocircuitar la ira de Maguila: "¡cálmate Jonathan! ¡Cálmate!" Una y otra vez, una y otra vez, pero esta vez no sirve, y el otro no se calma y ella grita cada vez más, y yo enciendo el Ipod pero la música no consigue que la deje de escuchar, y ella sigue con la cantinela, "¡Jonathan que te calmes!" Y sigue, y sigue repitiéndose, gritando, me giro hacia ella, para mirarla, no puedo creer lo que está pasando, ya parece una broma, suelto un bufido y algún taco en voz alta, una señora de 50 años que se había cabreado al subirse al bus con ella porque se le había colado, me mira cómplice, pero en ese momento su móvil suena y se transforma en otra agente de Matrix, su vida es apasionante, y excitada le comenta a su interlocutor (y amablemente a todos nosotros al constatar nuestro enorme interés) nosequé de unas compras y de cómo estaba el tiempo este año, me remuevo en mi asiento, no debiera poder ser peor, pero sí, lo puede ser, porque en ese momento una negra alta y hermosa que se había sentado delante de la tía del Jonathan responde al “agradable” sonido de su móvil y comienza a charlotear en un idioma ininteligible con un volumen de voz tan brutal que enmascara la conversación de la cincuentona, y un bebé berrea y berrea sin parar en la zona delantera del autobús, y Julio Iglesias continúa desgranando uno a uno sus grandes éxitos inmortales, y el Jonathan que no se calma ni aunque le peguen un tiro, y Madrid que todavía está a 15 kilómetros… Me acurruco en mi asiento mientras pensamientos homicidas invaden mi cerebro y pienso en Michael Douglas, y casi comprendo y aplaudo su día de furia…