24 septiembre 2016

La corrupción moral del PP de Madrid: Lucía Figar, la Púnica y la Marea Verde

Lejos quedan ya los días de la Marea Verde madrileña. Se cumplen ahora cinco años de un movimiento de rechazo visceral a las políticas de recorte y de ataque a la escuela pública por parte de una de las administraciones políticas más despreciables de la España democrática: la dirigida por Esperanza Aguirre en Madrid. Aquel verano de 2011, tras años de priorizar la escuela privada-concertada y socavar a la escuela pública mediante una segregación social enmascarada tras una perversa "libertad de elección" (para algunos, claro), el Gobierno de Aguirre, a través de la Consejería de Educación, dirigida por entonces por Lucía Figar (la que buscaba una empleada del hogar que supiese tagalo), y aprovechando la crisis económica y social en la que estaba envuelto el país, entendió que era el momento de golpear con fuerza y sin compasión a la enseñanza pública para que triunfara por fin su modelo de estratificación social a través de la educación obligatoria, un modelo que además conlleva pingües beneficios para un sector privado ávido por obtener un mayor lucro en el negocio de la educación, algo para lo que necesita obligatoriamente la degradación de la enseñanza pública. Con el innecesario aumento de la carga lectiva de los profesores de Secundaria consiguió prescindir de miles de profesores, sobrecargó de horas de guardias y apoyos a los que quedaban, los obligó a multiplicar las materias afines (de las que no eran especialistas) que tendrían que impartir y, en paralelo, continuó aumentando progresivamente las ratios de alumnos por aula, eliminando programas educativos de compensación social para los más desfavorecidos y precarizando y humillando a los profesores interinos. Una jugada maestra que disfrazaron como ejercicio de necesaria austeridad que la crisis económica demandaba. Nada más lejos de la realidad. Aquello suponía tan solo un ahorro anual de 90 millones de euros. En el mismo año que ACADE (patronal de la enseñanza privada) se felicitaba por conseguir aumentar las desgravaciones para los padres con hijos en la enseñanza privada (NO concertada) hasta los 65 millones de euros. Aguirre y Figar no montaron toda aquella operación para ahorrar, no, eso todos lo sabemos ya a estas alturas. La magnitud de los recortes no era en absoluto relevante en lo económico pero sí era trascendente para la realidad diaria de los IES madrileños. Significaba el tiro de gracia a una enseñanza pública que durante los últimos años había tenido que asumir casi en soledad (debido a la competencia desleal de la enseñanza concertada) el enorme desafío que había supuesto el enorme flujo migratorio que había llegado a Madrid en la época de bonanza económica. Con multitud de centros públicos en el alambre social, apenas sostenidos sobre los hombros de algunos docentes dispuestos al voluntarismo para llegar allí donde no llegaba la Administración, la nueva situación sobrevenida era una bomba sucia que los iba por fin a rematar. Los malos docentes ya tendrían la excusa para seguir haciéndolo mal. Y los buenos, desbordados ante la sobrecarga laboral y el desprecio administrativo y social, tendrían que ir dejando de lado todo aquello que no fuera estrictamente obligatorio, ciñéndose a su horario laboral, sin posibilidad de intervenir en la mejora de la convivencia en unos centros que en no pocos casos están normalmente al borde de la explosión social, con aulas repletas y alumnos con muchos problemas. Por eso fueron los docentes los primeros que se dieron cuenta de la enorme gravedad de la sucia maniobra política de Figar y compañía. No salieron a la calle solo por esas horas lectivas de más que suponían otras tantas horas de guardias y apoyo. No, se rebelaron porque, asustados, fueron los primeros en darse cuenta de que estos recortes significaban el principio del fin de la idea de educación pública como un servicio social prioritario, sufragado por todos para dar a los hijos de todos una oportunidad real de futuro. No voy a volver a construir aquí el relato de esa emocionante reacción de la comunidad educativa. Una reacción que fue tan emocionante como, lamentablemente, insuficiente (a pesar de lo que la leyenda cuente). Ya lo conté en tiempo real desde aquel primer post que escribiera a finales de julio de 2011 (profesores encabronados), a través de varios posts en los que reflexioné, me emocioné, dudé y sufrí nuestra lucha y nuestra derrota.

 
Porque sí, también perdimos aquella batalla, a pesar de que leyendas bientencionadas defiendan que la Marea Verde resultó de algún modo victoriosa en ella. No es verdad. Fuimos claramente derrotados. La victoria fue para esa derecha cavernaria y rencorosa que gobernaba Madrid y que, al poco tiempo, en noviembre de ese mismo año, cuando la Marea Verde se desinfló exhausta por la incomprensión social, las luchas internas y los continuos ataques a su dignidad, alcanzó la mayoría absoluta con Rajoy y Wert al frente, confirmando que lo peor de la política educativa madrileña se iba a extender al resto de España.

Nada de aquello por lo que se luchó se consiguió. Al contrario. Se normalizó la nueva carga laboral de unos docentes que, desfondados y sin ilusión, bajaron la cabeza y asumieron el sobreesfuerzo abandonando proyectos extraescolares, renunciando a organizar actividades complementarias para sus alumnos e impartiendo materias afines que no dominaban en unas aulas que volvían a estar repletas de alumnos que en demasiados casos presentaban problemáticas sociofamiliares o médicas difícilmente tratables en esas circunstancias. Tras unos meses de activa movilización y de conformación de redes de lucha (ajenas incluso a unos sindicatos adocenados y acomodados), todo terminó diluyéndose ante la fuerza brutal de un enemigo que sacó todas sus armas mediáticas a la calle para destruir el ya escaso prestigio social de los profesores, destrozando sin contemplaciones su reputación mediante la difamación y la mentira. Los mismos a los que años atrás se les llenaba la boca reclamando leyes para defender la autoridad docente.

Y ahora, de repente, se confirma lo que muchos sospechábamos.

Según la Guardia Civil, Lucía Figar pagó con dinero público a la trama Púnica para que montase una campaña en internet y en redes sociales contra la Marea Verde en los momentos más álgidos de aquella lucha social. El objetivo no era solo era mejorar la depauperada imagen de la propia Lucia Figar, sino también difamar a los profesores desde cuentas falsas y a través de medios de comunicación afines y periodistas autónomos. Brutal la desvergüenza. Y los que tenemos memoria recordamos. Y rastreamos las hemerotecas. Y recordamos cómo trató aquella lucha Telemadrid, o Intereconomía. Recordamos las visitas de Figar y Aguirre a estos y a otros medios, mintiendo sin vergüenza, jaleadas por tertulianos enchaquetados, tan dignos ellos, tan serios, tan corruptos, tan miserables. Recordamos las barrabasadas que soltaba por la boca Jiménez Losantos desde su púlpito radiofónico, ese periodista de raza, tan independiente él, tan íntegro. Casualmente siempre babeando en antena por Esperanza Aguirre (¿o era por las licencias que sus gobiernos le daban a Libertad Digital en Madrid?). Libertad Digital, ese medio libre de ataduras, decían, y que al parecer fue financiado con el dinero negro del PP. Qué liberal todo.

Resulta tremendamente ilustrativo unir esta noticia a esta otra que muchos ya habrán olvidado: en pleno conflicto educativo, en octubre de 2011, el PP denunció a diversas asociaciones educativas por la "venta ilegal" de las camisetas verdes. La denuncia la presentaron los que entonces eran Consejero de Asuntos Sociales y Secretario General del PP en Madrid: Salvador Victoria y Francisco Granados... ¿Les suenan?

Salvador Victoria está actualmente imputado, al igual que Lucía Figar, por su relación con la trama Púnica. ¿Y qué decir de Francisco Granados? Solo un apunte, tal vez: al tiempo que denunciaba la venta de estas camisetas al parecer se llevaba mordidas de 900.000 euros por la adjudicación de suelos para colegios concertados. Impresionante. Porque al final, para muchos de ellos, detrás de los ataques a la pública ni siquiera había ideología, sino tan solo miseria moral y ambición de riqueza.

Es todo tan vomitivo, tan repugnante, que el hecho de que esto no vaya a incendiar los centros educativos y solo vaya a generar arrebatos de indignación (como este) a través de Internet explicita a la perfección el lamentable estado de ánimo en el que se encuentra el colectivo docente en estos momentos. Pero hay que recordarlo, hay que repetirlo, tantas veces como sea necesario: con dinero público, con el dinero de nuestros impuestos, también con el dinero de los impuestos de los profesores interinos que despidieron o precarizaron, esta gentuza pagó a una trama corrupta para que machacara a un movimiento social contestario con el poder que solo trataba de defender la enseñanza pública.

Y parece que ya a nadie le importa que sigan gobernando. Ellos o sus herederos.

31 julio 2016

Jugamos como nunca, perdimos como siempre: la derrota de una ilusión

Perdimos. Como siempre. Ya tenemos material para un nuevo relato melancólico de una derrota que se parece demasiado a las de siempre. Perdimos. Y volveremos a perder. Nacimos políticamente perdiendo, eligiendo a los perdedores como receptores de los votos de nuestra escasa confianza representativa. Perdedores a los que en ocasiones, hace años, incluso tuvimos que votar tapándonos la nariz, mirando hacia a otro lado, para no ver de frente su convivencia con el sistema, su conexión con el poder, su miserable confortabilidad de outsider, solo con la esperanza de cambiar algo con nuestros votos y poner límites a un bipartidismo asfixiante. Cumplí la mayoría de edad a mitad de los 90, cuando el partido en el poder, el PSOE, presentaba síntomas inequívocos de descomposición, corrupción y putrefacción, sin que sus fieles fueran capaces de abandonar el barco. Con los años, en los albores del nuevo siglo, muchos de ellos dieron finalmente ese paso para, ¿sorprendentemente?, votar al PP de Aznar y dar la mayoría absoluta a aquel iluminado. Cuánto voto oculto entonces. Qué significativo que fueran tantos de los que destrozaron la imagen pública de Anguita (ese, el de esa puta pinza con la que se le llenó la boca a tanto hijo de puta) los que se pasaran en silencio (cobarde) a la desatada modernidad neoliberal de un PP que por fin se mostraba ante su público sin complejos. Ansiosos todos por pillar cacho. El PP consiguió mayoría absoluta. Ese partido tan eficaz, tan pragmático, tan moderno. Con Rodrigo Rato al frente de una economía liberal que surfeó la ola de la burbuja inmobiliaria para terminar mostrando sus miserias al tiempo que él se hundía en el fango de la corrupción más despreciable. Rato, paradigma junto a Bárcenas de ese PP que, apenas 10 años después de llegar al poder, nos mostró su enorme capacidad de emulación y superación de la vieja y paleta corrupción socialista. Al fin y al cabo, ellos habían nacido en las mejores familias patrias por algo. Podían hacerlo mejor, mucho mejor. Y lo hicieron. Dejando, de paso, esquilmado al país. Su corrupción era modernidad; sus políticas, el futuro; la competitividad pregonada, capitalismo de amiguetes. En esa mentira compartida el español medio creyó vislumbrar el camino para alcanzar sus sueños más húmedos consumistas. Neoliberalismo en vena para todos. El real, no la utopía. Inoculado a través de todos los medios de comunicación del poder. Con PRISA haciendo de caballo de Troya entre tanto pijoprogre mutado en gilipollas en su casa de Pitufilandia. Allí, en las afueras. Una sociedad española que respondía entusiasmada al llamado del dinero sin importarle las reformas laborales, los recortes del Estado de Bienestar en nombre de la modernidad individualista, la privatización de servicios, la concertación de la educación para segregar correctamente (de manera educada) a los inmigrantes, la privatización de la sanidad para convertir la salud en negocio... Nada importaba porque la promesa de la riqueza estaba instalada en todos nosotros. Imbéciles. Como si al final, cuando la cosa se jodiera, fuera a ellos (a esos, sí, a esos políticos en los que estás pensando) o a los otros (sí, a esos otros que son los realmente manejan el cotarro) a los que la crisis que tenía que llegar les fuera a afectar.

Llegó el 15M. Y volvió a ganar el PP (cuántos olvidan eso; cuántos olvidan las enseñanzas del Mayo del 68). Pero no importaba, decían, se estaba gestando un cambio. Mientras, Esperanza Aguirre con su mayoría absoluta (esa que no importaba) llevaba a cabo en Madrid el mayor ataque a la educación pública de la democracia española. Daba igual, aseguraban, el cambio ya estaba en marcha. El desafecto hacia los dos grandes partidos era algo que ya era imposible detener. Cuánta confianza equivocada. Qué incapaces somos de analizar correctamente la realidad cuando los deseos y la esperanza nos ciegan. Confiar en los demás. Nunca fue mi fuerte. Y llegó Podemos, llegó la ilusión, llegó la nueva era de la televisión, de las tertulias, de las redes sociales ensimismadas en su propio ruido. Abandonamos las calles. Para qué continuar en ellas, nos dijimos. Se reían de nosotros, no les hacíamos daño. Ahora sí, ahora por fin los veíamos asustados. Nos emocionamos. Nos crecimos. Nos equivocamos. Mientras nos arrogábamos un liderazgo moral que nadie nos pidió y muchos detestaron en silencio, la sociedad española iba metabolizando lentamente la depravada corrupción del PP. Como antes había metabolizado la del PSOE. Hoy ningún votante de esos dos partidos puede siquiera intentar aparentar defender a su partido de las miserias que sus dirigentes han cometido. Pero eso ya no importa un carajo. Lo que debiera haber significado una catarsis se ha transformado en una especie de espejo de Dorian Grey de nuestra sociedad, que ha utilizado a la política (y a los políticos) como el basurero moral mediante el que expiar sus culpas, abandonar la rabia y refocilarse en un cinismo estúpido, tan casposo y tan cuñado como perverso: todos van a robarnos, todos los políticos son iguales, nada va a mejorar. Todos dan asco ergo podemos seguir votando a los mismos cabrones. No vaya a ser que el cambio, aunque necesario, nos venga mal. ¿Y qué piensa esta gente de los nuevos? Odian a Podemos. Detestan su mera existencia. Es el partido que más rabia les provoca. Sobre todo a los gurús intelectuales de la vieja izquierda. La socialista y la comunista. Qué pena. Tiene sentido. Es el partido que les obligó a bajar la cabeza durante un rato a todos. Eran incapaces de contrarrestar sus verdades, incapaces de esconder sus propias vergüenzas, andaban huérfanos aun del relato justificatorio que el sistema no les alcanzaba a dar durante los años más duros de la crisis. Ahora ya ha pasado el tiempo. Y el tiempo todo lo pudre. Todos los delitos (o presuntos delitos) y todas la contradicciones (o presuntas contradicciones) de los podemitas se jalean con fervor y se difunden con rencor, no hay  atisbo de gradación, asesinato vale lo mismo que hurto y ya no hay posibilidad de réplica si no quieres que te vean como un fanboy sin criterio. El ruido se ha hecho insoportable y sirve para enmascarar la realidad de un país depauperado, precarizado, depresivo y sin futuro, en el que la vieja política vuelve a imponer su agenda mientras no hay una sola posibilidad de que algún cambio concreto y fundamental se produzca en la organización de nuestra sociedad.

En las ultimas elecciones no había una sola razón para dejar de votar a Unidos Podemos que permitiera votar al PP, al PSOE o a Ciudadanos si realmente se defendía la necesidad de un giro social. Lo paradójico es que muchos lo sabían, se dieron cuenta, así lo entendieron. Y por eso se fueron a la playa (o se quedaron en casa). Para no tener que equivocarse ellos. A la espera de que fueran otros, los otros, esos otros a los que llevaban años criticando, los que les permitieran no tener la responsabilidad de dar el poder de nuevo a los de siempre para que todo siguiera igual. Tal vez los dirigentes de Podemos lo que no terminaron de entender fue que el votante tipo del nicho electoral que los elevó, el que los jaleaba en las redes sociales, nunca fue el trabajador precario de origen humilde (el gran olvidado) sino el (nuevo) trabajador precario de origen acomodado y menor de 45 años, el antiguo mileurista, al que la rabia le dura el tiempo que tarda en descargarse su móvil y que en el fondo lo que desea es volver creerse la mentira neoliberal. El desencantado con ansias de volver al redil. 

Radicales, nos llamaban. Totalitarios, decían. Intentaron (con éxito) generar un patético miedo propio de otro tiempo hacia nosotros pero lo cierto es que salvo naturales (e infantiles) manifestaciones de descontento en las redes sociales (¡que también juzgaron!), salvo desahogos puntuales con amigos, salvo exabruptos incontrolados, nosotros, los bolivarianos, los que íbamos a montar soviets en los barrios, los antidemócratas, los estalinistas, los amantes del poder totalitario, hemos traicionado nuestro espíritu despótico y hemos respetado sin atisbo de duda los resultados electorales. No hemos quemado las calles y hemos preferido (románticos que somos) hundirnos en una depresión silenciosa. Destruirnos internamente buscando culpables de un fracaso que jamás debiera haber sido considerado como tal. De fondo se escuchan las risas de los de siempre. Se descojonan. Se descojonan. Mucho. Y nosotros solo conseguimos sonreír con tristeza.

14 julio 2016

Migue

Fue Luke cuando yo me pedía ser Han. Fue Kyle cuando yo me pedía a Donovan. Fue Benji mientras yo me emocionaba haciendo de Oliver. Fuimos juntos Indiana Jones luchando contra los Togui. Algunos años después asumimos a Mulder como líder espiritual de la batalla contra la conspiración gubernamental que nos ocultaba la verdad (mientras Mercedes, todo corazón, nos ayudaba a sufragar las pizzas). Construimos fuertes de los clicks para defendernos de los indios, disfrutamos juntos de aquellas noches de reyes con ilusión desbordante, montamos ligas de chapas en las que a veces, todavía hoy, juego en sueños, creamos carreras con esas mismas chapas en las que Marino Lejarreta se enfrentaba a un joven Perico Delgado en busca de fortuna y gloria mientras sorteaban montañas de arena saltereñas y escuchábamos de lejos, en la radio, el final de la jornada de liga. Sufrimos juntos cuando de niños la noche se alargaba y el miedo nos atenazaba después de escuchar a Pedro Pablo Parrado, casi dormirnos con José María García y volver a despertar con aquel Polvo de estrellas de Carlos Pumares; asustados porque Ricardo se diera cuenta de que la radio seguía encendida y nos dejara inmersos en el silencio de la noche eterna. Crecimos siendo los pequeños de nueve hermanos, viéndolas venir, observadores continuos de una familia que siempre se nos antojó extraña, ajena, fuera de nuestra longitud de onda. Fuimos espectadores estupefactos de la descomposición de un padre al que el paso del tiempo arrasó y convirtió en presente construido por pasado y mosto. Vivimos la España de los 80 comiendo tiburones comprados en “la borracha” para ver partidos de una selección que siempre perdía. Y comenzamos los 90 como socios infantiles de un Betis tan solo legendario en nuestras memorias sentimentales. Fuimos niños felices aunque, por supuesto, siempre estuviéramos peleándonos. Nos convertimos en adolescentes con el paso cambiado, incapaces de entendernos, creciendo desacompasados, sabiendo que el otro estaba ahí, tan lejos aunque tan cerca, y convirtiéndonos en aliados, junto a "las niñas", en una pequeña guerra civil familiar tan cruel como irrelevante.

No podría explicar mi vida hasta los 22 años sin la presencia de Migue, mi hermano pequeño, mi aliado, mi amigo, mi enemigo ocasional. Todo termina girando en mi memoria en torno él, siempre está presente de manera decisiva, interpretando un papel protagonista mientras él mismo, a veces, creía ejercer de secundario. Incluso cuando la guerra fría con mi padre terminó por explotar y su extraña equidistancia acabó por desquiciarme.

Hace ya muchos años de todo eso. Muchos. Hace no tantos, en la oscuridad de esa terraza aljarafeña que ha asistido a tantas confidencias me aseguró, sin mostrar duda alguna, que a pesar de todo lo que hubiera sucedido, a pesar de todo lo que pudiéramos recordar, de los enfrentamientos, de las incomprensiones o de los abandonos, no había nada en nuestro pasado que pudiera reprocharme. Nada. Lo dijo tranquilo, como el que confirma una banalidad, como el que asegura algo indiscutible. Sentí como mi cuerpo se relajaba. Los hermanos pequeños nunca entenderán del todo la perspectiva que el tiempo nos da a los hermanos mayores, esa perspectiva que nos hace dudar de todo lo que hicimos, de lo que fuimos, de cómo nos comportamos con ellos... El tiempo se detuvo entonces, un segundo, y de repente avanzó, ya para siempre. Nos habíamos hecho adultos, nuestros caminos vitales nos habían llevado por caminos lejanos hasta ciudades distantes, la puerta del pasado se cerraba para siempre y, sin notarlo, nos estábamos despidiendo. Nuestras vidas separadas auguraban un futuro que jamás nos depararía la intimidad de la que habíamos disfrutado, la conexión emocional que habíamos tenido, la relación que nuestra infancia construyó.

Hace dos días, el 12 de julio, mi hermano pequeño, Migue, se convirtió en padre. De esta preciosa niña, la de la foto, mi sobrina. Olivia. Y el padre es él, Migue. Increíble. Y estoy muy contento, mucho, muy feliz por él, y también muy sorprendido. Y me río solo, a veces, pensando sobre ello. Porque sé que ahora mismo él, a ratos, cuando se para, estará tan sorprendido como yo. Pensando que sí, coño, que sí, que aquel niño, el de las gafas, el que quería jugar a todas horas, el socio de mis trastadas, ese tipo siempre tan tranquilo, es ahora el padre de esa criatura tan pequeña. Migue. Mi hermano pequeño. Tan diferente a mí. Tan necesario. Creo que sabe lo mucho que lo quiero. Pero por si acaso, por si más tarde vienen mal dadas, aquí se lo dejo escrito.
 

04 junio 2016

Las 30 peores películas que vi: 2010-2015

Tras seleccionar las 30 mejores películas que vi entre 2010 y 2015 ahora llega el momento de recordar las 30 peores películas que vi durante esos años. Están elegidas entre las casi 500 que vi y tengo comentadas en ese intervalo de tiempo. Están ordenadas de manera cronológica según las fui viendo, desde el año 2010. Cuando escribo (cine) es que esa película la "disfruté" en pantalla grande. Estas son las elegidas:
  • Up in th air (2009) - Jason Reitman (cine). Es una película que me irrita. Mucho. Me molesta su pátina de cine independiente y comprometido cuando despide un hedor conservador insoportable.
  • LOL (2010) - Lisa Azuelos. Una basura francesa irritante y estomagante. Una película de pijos y para pijos, mal realizada y pésimamente interpretada. Una lamentable pérdida de tiempo. Joder, qué mala.
  • Transformers (2007) - Michael Bay. Un truño infumable, una sucesión de despropósitos sin sentido. Narrativa y visualmente confusa sin pretenderlo y sin que tenga algún tipo de significado. Aún teniendo perfectamente presente lo que se puede esperar de este tipo de cine esta película resulta infame. Aquellos a los que les haya gustado deben hacérselo mirar. Empecé la segunda parte y la tuve que quitar a los diez minutos. Y no es algo que suela hacer.
  • Diamantes de sangre (2006) - Edward Zwick. Con un planteamiento interesante que alude al tráfico de diamantes, la película se autodestruye en minutos quedando convertida en un inverosímil y coñazo viaje redentor del personaje que interpreta Di Caprio. Una cosa lacrimosa y deplorable
  • Next (2007) - Lee Tamahori. Con los años habrá que asumir que las ideas de Philip K. Dick no han hecho demasiado por el cine. O que el cine ha sido muy descuidado con la fértil imaginación de este escritor. Otra buena idea tirada a la basura. Interpretación penosa de Cage, nula personalidad en la puesta en escena y en la dirección y aburrimiento continuo desde el minuto diez. Ah, y por supuesto, otro papel de mujer florero, histérica y llorona, de esos con los que Hollywood honra a la mujeres.
  • Buried (2011) - Rodrigo Cortés. No entiendo el fervor de tanta gente con esta película. Y menos que el mérito que resalten es que mantiene la tensión durante el metraje. Faltaría más. Pero a pesar de eso no deja de ser un tío metido en un ataúd (del que no parece poder salir) durante hora y media. Sin trasfondo, sin reflexión, sin nada que reenfoque lo que se cuenta, que le dé otro valor. Nada, el vacío. Y el ataúd, claro.
  • Prometheus (2012) - Ridley Scott (cine). El desastre de aquel año, la peor película que vi en relación a las expectativas formadas. Interpretaciones planas, una dirección sin pulso y sin rumbo. Un guión de chiste que acumula referencias sin sentido y preguntas sin respuesta casi en cada plano. Personajes del tebeo pésimamente construidos, confusión, una historia pretenciosa con cierto tufo a religiosidad barata… Un desastre. Basura.
  • Men in black 3 (2012) - Barry Sonnenfeld. ¿Hay algo peor que una película concebida para la risa, para ser un mero entretenimiento liviano, y que aburra desde el primer minuto? ¿Y que además todo parezca extremadamente estúpido, desde la estúpida  trama hasta los estúpidos personajes? Pues eso es lo que es esta cosa. Qué horror.
  • La educación prohibida (2012) - Germán Doin. Basura. Absoluta. Sólo así se puede definir el documental que llegó en 2012 para revolucionar el mundo de la educación (cuando no era más que un carrusel de clichés sin sustancia), llenar de verborrea inútil dos horas y media de aburrimiento existencial, presentar como expertos educativos a los que no son más que charlatanes y representantes del pensamiento mágico y llenar la cabeza de tonterías peligrosas a demasiados espectadores despistados. Investigar a los supuestos expertos que se atreven a denostar la educación pública estatal y las formas de enseñar “tradicionales” desde unos presupuestos ideológicos que no exponen es algo absolutamente trascendental para aquellos que realmente quieran comprender el trasfondo de este documental. La educación y los modos tradicionales de enseñanza deben seguir evolucionando, pero hemos de tener cuidado y no aceptar como alternativas viables soluciones mágicas e intelectualmente anoréxicas. Lo dicho, pura basura.
  • The Amazing Spiderman (2012)- Marc Webb. Y de pronto Peter Parker de nuevo es adolescente (me temo que no será la última vez). Y de nuevo sufre mogollón hasta que acepta su destino. Y de nuevo asistimos a unas clases de psicología barata para explicar el carácter de nuestro superhéroe. Y de nuevo se enamora (ahora de Gwen) y el chaval lo pasa mal (normal). Y todo está ya muy, muy visto; y es muy, muy cansino; y termina siendo muy, muy coñazo. De nuevo.
  • La vida de Pi (2012) - Ang Lee (cine). La historia de cómo un adolescente tarado por un chute demasiado fuerte de religión(es) elude la realidad para sobrevivir a un naufragio se convierte en un bodrio esteticista, cansino, reiterativo, infantil y pesado, muy pesado, que extrañamente se coonrtió en un éxito para esa crítica y ese público que cada año esperan como idiotas esa película de prestigio a la que adorar. De fácil consumo y espiritualismo de saldo gustará a seguidores del pensamiento mágico y del rollito "todo vale" propio de la new age.
  • Sombras tenebrosas (2012)Tim Burton. Lo de Burton ya es preocupante. Se ha convertido en una parodia de sí mismo, su universo se derrumba película a película, desgastado por el tiempo y la repetición de fórmulas ya manidas. Esta película es un auténtico despropósito. Mala hasta molestar.
  • Lo imposible (2012) - Juan Antonio Bayona. Sensiblera, aburrida,  artificiosa. No sólo aburre sino que también abochorna. Sigo sorprendido por su enorme repercusión. Tal vez sea cosa mía pero me pareció un auténtico truño. Inaguantable. De principio a fin. Qué cosa más mala.
  • Fin (2012)Jorge Torregrosa. Pura cochambre. Lo peor del cine español expuesto ante los ojos del espectador. Pésima elección de casting, una historia idiota basada en un libro que tuvo en su momento cierta repercusión, una puesta en escena pobre y una evidente falta de pericia para manejar los resortes de tensión que la historia, al menos, demandaba. Mala de narices.
  • La jungla de cristal 5 (2013)John Moore. Es culpa mía, lo asumo… ¿A quién se le ocurre? Pues yo qué se, nostalgia ochentera por un personaje icónico que tuvo una primera película excelente…. Aun no esperando nada de nada de la película he de reconocer que me sorprendió. En serio. Era difícil, muy difícil, casi imposible que pudiera ser aún peor, mucho peor de lo que yo ya esperaba que fuera. Basura infinita. Truño absoluto. Mierda cósmica.
  • Idiocracia (2006) Mike Judge. Una propuesta subversiva: un idiota de nuestra época se despierta en el futuro convertido en el tío más inteligente de un mundo involucionado en el que la imbecilidad prevalece y se extiende como la peste. Lo que más me jode de todo es que una idea tan interesante y divertida, con tantas posibilidades, termine derivando en una película tan vulgar, tan idiota y tan intrascendente como ésta. Qué pena.
  • A Roma con amor (2012)Woody Allen. Infame. En serio, que alguien le diga a Allen que ruede cada dos años, que pula un poco más sus guiones y que no dirija como si le importara todo un carajo. Y por favor, que alguien convenza a sus fundamentalistas fans que películas como ésta, así como muchas otras de los últimos años ( ¿Vicky Cristina Barcelona? ¿Midnight in París?) son pura cochambre, desechos de tientas, por mucho que se las mire con simpatía por ser el director que es
  • Elysium (2013)Neil Blomkamp (cine) Podría limitarme a decir que es mala de cojones (lo que significa que me ha molestado hasta su visión) pero las expectativas que había generado este director después de la prometedora Distrito 9 merecen que diga algo más: un guión de chiste con una pretendida preocupación social infantiloide, unos personajes construidos a brochazos, una puesta en escena digna que se diluye a medida que avanza el metraje y uno de los finales más lamentables del año sitúan a esta película entre las que se disputan el lamentable honor de mayor truñaco de ese año.
  • Linterna verde (2011) - Martin Campbell … ¡Pero esto qué es! ¡Pero esto qué es! ¡Quién dio el visto bueno a este engendro del demonio! ¡Pero qué hace ese tío ahí vestido con unas ridículas mallas verdes y sosteniendo ese farol de farero en la mano! Ya en serio, centrémonos... No, paso. Es tan mala que duele sólo recordarla
  • Her (2013)Spike Jonze (cine). Venga, va. El hipsterismo y los modernitos adoptaron a esta película como su himno cinematográfico del año. Es inexplicable. A pesar de lo mucho que me gustaron anteriores película de Jonze, Her es una auténtica bazofia, de principio a fin, sin nada que la salve. Desde la propuesta de un futuro con una sociedad sin conflictos en la que el tedio impera y las emociones se dibujan con trazo grueso, hasta la falta de verosimilitud en el desarrollo de una inteligencia artificial tan idiota, superficial y vacía como el personaje que interpreta Phoenix. Y con secuencias que provocan vergüenza ajena, como ese "momento de sexo" con final fundido a negro. Superficial, grandilocuente e intrascendente a pesar de sus penosos deseos de parecer profunda. Un producto que define nuestro tiempo. Ideal para amantes de Apple y para hipsters en proceso de encontrar un sentido a su vida.
  • Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013)David Trueba. Para mí resulta inexplicable ciertos consensos artificiales que a veces consigue cierto tipo de cine español. La película de Trueba no sólo es aburrida sino que es deslavazada y absurda. Cine de buenas intenciones, blandito y difuso, que nada puede transmitir porque en el fondo poco hay tras el ornamento (también en la fotografía, de una calidez artificiosa y molesta). Más que aburrir irrita, por insustancial
  • After Earth (2013)M. Night Shyamalan. Aburrimiento colosal. No digo que sea una basura completa porque a la película la salvan destellos de dirección y una música eficaz. Pero lo cierto es que estamos ante un auténtico peñazo intragable a mayor gloria de los Smith (padre e hijo), con demasiados fallos, sin emoción y sin grandeza. Con una secuencia final entre padre e hijo que provoca molestias intestinales durante horas. Joder, vale, sí: menuda puta mierda.
  • Estación lunar 44 (1990)Roland Emerich. Madre mía, menudo engendro. Lo único bueno para Emerich es saber que ya era muy malo cuando empezó, que no fue que Hollywood le convirtiera en un  director de mierda, que siempre fue así. Ciencia ficción de serie Z que intenta colocar todos los clichés del género que tan bien habían funcionado en la década anterior en un batiburrillo sin ton ni son donde nunca se entiende la trama del todo y que en el fondo pronto reconoces que te importa un carajo. Basta con fliparlo ante la "calidad" de las interpretaciones, de la puesta en escena, de la historia y del montaje de ciertas secuencias. El momento del ascensor, ya al final, está entre lo más bochornoso que jamás vi en película alguna. Basura cósmica.
  • The amazing Spiderman (2014)Marc Webb. Indescriptible. Menudo truño se marcaron los de la Sony con el reboot del viejo superhéroe. Si ya la primera apestaba esta no hay por donde cogerla. Penosa por patética. Patética por mala. Y mala, es muy mala, pero de las que hacen daño.
  • Trascendence (2014)Waly Pfister. Indescriptible. Recomiendo ver esta película porque pocas veces en una producción millonaria de Hollywood (en la que al menos siempre parece estar garantizado un acabado impecable) se encuentra uno con tal cantidad de despropósitos. No solo en el montaje (que es auténticamente de traca) sino que somos testigos de una atribulada interpretación de grandes actores que nunca terminan de saber por qué y para qué están haciendo y diciendo lo que hacen y dicen, dentro de una historia sin sentido, mal narrada, pésimamente dirigida y que termina de manera surrealista. Mala de solemnidad
  • Lucy (2014)Luc Besson. Basura infinita. Hace ya mucho tiempo que Besson solo dirige y produce basura. Queda ya muy lejos aquella original y divertida El quinto elemento. En este caso además, al sopor que genera la primera parte de la película (la parte de acción, manda narices), hay que unir una segunda parte donde la historia se detiene en elementos pseudocientíficos y absurdos para tratar de dotar de una trascendecia imbécil a una historia que no se sostiene desde el primer minuto. Horrible. 
  • Divergente (2014)Neil Burger. Un absoluto "pa qué". No es solo que sea mala, es que molesta. Distopía adolescente que desaprovecha algunas buenas ideas para conformar un espectáculo sobrecargado y desmañado en el que prima el ruido, la acción mal narrada y el romance intensito.
  • Hombres, mujeres y niños (2013)Jason Reitman. Lo mío con Jason Reitman empieza a ser puro vicio. Sí, veo las peliculas de Reitman porque odio visceralmente su cine. Y, sorprendentemente, este tío jamás me "decepciona". Su cine es un absoluto fraude, una basura fraudulenta que juega siempre a la provocación más hipócrita, para finalmente terminar masacrando a aquellos personajes de sus películas que intentan pobremente convertirse en alternativa a la moralidad dominante. Rancio conservadurismo social envuelto en celofán indie y alternativo que vuelve a estomagar en esta película de relaciones familiares modernas. Asco.
  • San Andreas (2015)Brad Peyton. Qué cosa más mala, joder. Copiando el viejo esquema que tan ridículo ya pareciera en Parque jurásico 3, nada mejor que una crisis (un hijo perdido entre dinosaurios entonces, una hija perdida en una ciudad en la que se produce un terremoto ahora) para que el hombre de la familia marque sus huevazos y vaya recuperando el respeto y el amor de su ex mujer, mientras el nuevo novio de esta se comporta con un gañán, cobarde patético sin matiz alguno. Personajes principales que actúan como idiotas, idiotas que actúan como idiotas secundarios y un fuerte hedor a idiocia generalizada en la producción. Mala hasta hacer daño.
  • Sin límites (2011) Neil Burger. Sin límite de hedor. Basura infinita. Una droga que expande la mente le sirve al personaje encarnado por Bradley Cooper para convertirse en alguien aun más gilipollas de lo que ya era anteriormente. Sus nuevas capacidades intelectuales le sirven, fundamentalmente, para follar, ganar pasta y hacer el imbécil. También escribe un libro. Además, tenemos que aguantar a un director con ínfulas que pretende ir de innovador en lo visual, en una película mal contada, con una trama ridícula y un guión al que se le notan demasiado las costuras.
Bola extra: 

  • Young adult (2011)Jason Reitman.  Basura infecta. Reitman une sus fuerzas de nuevo con Diablo Cody para, en este caso, construir un personaje femenino desagradable, egoísta, ambicioso, envidioso y superficial. Revestida con el falso disfraz de comedia, la película es otra muestra más del tipo de cine que nos ofrecen estos dos "creadores". Tras la aparente subversión se esconde el más rancio conservadurismo moral. Y, por supuesto, la única explicación posible que se les ocurre para explicar el carácter miserable de esta mujer es una maternidad frustrada convertida en trauma irresoluble. Vomitiva.

28 mayo 2016

Las 30 mejores películas que vi: 2010-2015

Los que siguen este blog saben que, desde hace tiempo, mantengo la costumbre de escribir un post cuando acaba el año donde comento todas y cada una de las películas nuevas que he visto. Cuando digo nuevas significa que anteriormente, hasta ese momento, nunca las había visto. De las casi 500 que tengo comentadas entre 2010 y 2015 he recopilado las 30 que más me han gustado durante todos estos años. Están ordenadas de manera cronológica según las fui viendo, desde el año 2010. Cuando escribo (cine) es que esa película la vi en pantalla grande. Estas son las elegidas:
  • La cinta blanca (2009) - Michael Haneke (cine). De lo mejor que vi ese año en el cine. Mediante una pulcra y elegante fotografía en blanco y negro se hace un retrato demoledor de los efectos de la represión en la educación de los niños. El plano final es antológico.
  • El año pasado en Marienbad (1960) - Alain Resnais. Cine con mayúsculas que introduce al espectador en un laberinto onírico de salas, pasillos, espejos y personajes extraños. El silencio perturba tanto como la átona y redundante voz en off. El resultado es una de las películas más misteriosas, inextricables y fascinantes de la historia del cine.
  • Hasta que llegó su hora (1968) - Sergio Leone. Desmesurada, maravillosa, hipnótica, apabullante y genial. Leone es el primer posmoderno del cine. En su cine (y especialmente en esta película) referencia continuamente a los más grandes del género para homenajearlos y al tiempo subvertir su mensaje. Nadie como Ford había retratado los grandes espacios de Monument Valley hasta que llegó Leone con esta película. Personajes desgarrados, a los que la civilización alcanza, que ven como su mundo se acaba mientras ajustan cuentas entre ellos.
  • El desencanto (1976) - Jaime Chávarri. Una de las joyas ocultas del cine español. Las fronteras entre el cine documental y el de ficción se derrumban ante obras como ésta. Poética, sensible, hermosa, decadente, la historia de los Panero avanza entre retazos de nostalgia y despreocupación social y familiar hasta que la irrupción de Leopoldo, el mediano de los hijos, arrambla con todo y sirve para desenmascarar las ficciones y las máscaras de una de tantas familias que vivieron cómodamente en el franquismo, para así, desde lo particular hasta lo general, componer un retrato de la España franquista de clase media (ésa que cierto político vasco afirmó que “vivía con enorme placidez”) que desaparecía.
  • Take shelter (2012) - Jeff Daniels. Apasionante e inquietante película en la que un ciudadano de la América profunda comienza a tener visiones que adelantan el fin del mundo. Una de las mejores películas de aquel año que utiliza la historia como excusa para investigar en la psique colectiva del pueblo norteamericano y en su transformación en un país atemorizado por todo tipo de amenazas (imaginarias o no) procedentes del exterior.
  • Arrebato (1979) - Ivan Zulueta. Impactante, arrebatadora, sugestiva, extraña y subversiva. Una película fantástica, un testimonio fílmico de amor pasional al cine, un historia sugerente sobre el poder destructivo de las drogas y sobre la necesidad del cine, entendido éste como una forma de vida. Imprescindible.
  • Moonrise Kingdom (2012)- Wes Anderson (cine) La penúltima película dirigida por Anderson sea tal vez su obra maestra hasta el momento. Vuelve a usar con inteligencia alguna de las constantes más evidentes de su universo particular, como esos niños con modos de adulto sin por ello dejar de parecer niños, y esos adultos desorientados que terminan aceptando la brújula vital que los niños le muestran. Además, la construcción del relato es más compacta que en otras ocasiones y el drama se cuela con naturalidad en esa visión agridulce del mundo que este director nos ofrece. Fantástica. Extraordinaria.
  • El último tango en París (1972) - Bernardo Bertolucci. Qué decir de una película de la que se ha dicho ya todo. Sólo destacar por tanto la importancia brutal que tiene la interpretación de un Marlon Brando en estado de gracia que es el que eleva la historia hacia cotas inimaginables. El misterio que lo envuelve lo hace al espectador tan atractivo como a su amante y la revelación final de la cruda realidad mediocre de su condición hace que entendamos perfectamente la resolución final a la que se ve abocada ella. Indispensable.
  • Holy motors (2012) - Leos Carax (cine) Una película fascinante y cautivadora. Con multitud de puntos de fuga posibilita múltiples lecturas mientras asistes a las dolorosas transformaciones de un inmenso Dennis Levant en los diferentes personajes a través de los que el director reflexiona sobre la historia y futuro del cine, sobre el ser humano y el paso del tiempo y sobre los sueños, lo que somos y lo que quisimos alguna vez ser.
  • Diamond flash (2011) - Carlos Vermut. Rareza que ya se ha convertido en película de culto de minorías. Estrenada inicialmente sólo a través de la red, es una extraña deconstrucción del mito de los superhéroes sustentada a través de diferentes y duras historias de corte social mínimamente entrelazadas. Impacta, seduce, sorprende. Merece mucho la pena.
  • La puerta del cielo (1980)Michael Cimino (cine). Una obra mayor. Muy grande, tan grande y tan desmesurada. La leyenda negativa la persigue, la hace la responsable final de la destrucción del cine de autor americano de los setenta. Por megalómano y consentido. El último cine para adultos que Hollywood produjo. Hay que verla sin prejuicios, despojada de esa aura de fracaso y malditismo que arrastra. Western crepuscular, moderno, social y maravilloso. Fantástica.
  • The master (2012)Paul Thomas Anderson (cine). Una de las mejores películas que vi en 2013. Compleja, sutil, ambiciosa, profunda y apasionante. Interpretaciones increíbles para la historia de amor y rencor entre dos tarados. Uno que construye lentamente una secta que gira alrededor de su supuesto carisma y otro que trata de encontrarse a sí mismo y dar sentido a su vida desde sus evidentes limitaciones mentales. Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix bordan ambos papeles. Genial. No se puede dejar de ver.
  • Amor (2012) Michael Haneke (cine). La enfermad y la muerte. El paso del tiempo. El amor, la cotidianeidad. Haneke en estado de gracia. Contiene una de las frases más hermosas de la historia del cine. La dice la protagonista, ya con evidentes problemas de memoria y movilidad por culpa de una enfermedad degenerativa. Mira un álbum de fotos antiguo. Mientras lo hace, sentada junto a su marido, musita: "qué bonita la vida… y qué larga". Impresionante.
  • Old boy (2003)Park Chan Wook. Sorprendente, impactante, retorcida y con secuencias que quedan para siempre en la memoria. Un despiporre visual y argumental. Absolutamente recomendable.
  • Los amantes del Pont Neuf (1991)Leos Carax. Qué película más bonita. Qué historia de amor tan desesperada, tan miserable, tan humana. Un gozo para los ojos, cine de extraordinaria calidad. El baile enloquecido y desquiciado de los dos protagonistas en la noche de fin de año es una de esas secuencias que corta la respiración y detiene el tiempo, en la que el cine se hace arte y alcanza una dimensión diferente. Extraordinaria
  • Después de mayo (2012)Oliver Assayas. Narración con tintes autobiográficos en la que se cuenta la convulsa juventud militante de algunos jóvenes antisistema en la Francia de los setenta, en plena resaca histórica del mayo del 68. Humana y contradictoria, tan realista como amarga, destila un cierto derrotismo imposible de superar ante la necesidad de rechazar los ideales para construir los cimientos de una vida personal y profesional. Algo tan lógico y comprensible como al tiempo egoísta y miserable. De lo mejor del año.
  • La caza (1965)Carlos Saura. Un calor que enloquece, el erial, los conejos, la muerte, el pasado tan presente. El sudor, tanto sudor, la rabia hipócrita que consume a los personajes, la envidia, el rencor y el paso del tiempo. Una película extraordinaria que sigue viva más allá del paso del tiempo, que se mantiene joven y que transmite a sus espectadores una podredumbre moral que resulta útil para comprender los lodos sobre los que está edificado la España moderna
  • El lobo de Wall Street (2013) ­– Martin Scorsese (cine). Un Scorsese pata negra. Su mejor película en muchos años, tal vez desde Casino. Absolutamente frenética y con un Di Caprio volcado. El espectador queda apabullado ante el cinismo que destila la historia, el desenfreno, el descontrol y la falta de escrúpulos y de raciocionio de cierta parte del mundo de las finanzas. Un apunte: como siempre pasa con el cine de Scorsese, a pesar de la dudosa moralidad de los personajes y de los delitos que cometen defraudando tanto a ciudadanos individuales como al fisco, el director parece no poder evitar sentir simpatía por estos hijos de puta individualistas, miserables y egoístas, y conseguir que nosotros hagamos otro tanto. Al final terminamos convertidos los simples mortales en meros espectadores patéticos de las andanzas de "los que se arriesgan" a vivir de otra manera.  Y Scorsese "nos filma". Dos veces. Cuando muestra al tipo del FBI en el metro. Y como asistentes imbéciles de la charla motivacional que al final imparte el personaje que interpreta Di Caprio. 
  • La gran belleza (2012) Paolo Sorrentino. Una auténtica gozada. Sorrentino, transmutado en un Fellini del siglo XXI nos traslada con mano firme la decadencia y el vacío que rodean a las élites presuntamente intelectuales de una Roma desconcertante y onírica. Peliculón
  • Snowpiercer (2013)Bong Joon-Ho. Una inteligente distopía enmascarada tras una convencional película de acción con toques asiáticos. Una de las películas más recomendables del año cuya carga política pasará desapercibida porque ni los unos, creadores y distribuidores, se atrevieron a explicitarla mejor, ni los otros, los espectadores, estarán dispuestos o capacitados para ver más allá de la acción convencional y reflexionar sobre un final violento que apuesta por una solución radical al viejo conflicto marxista.
  • Boyhood (2014)Richard Linklater (cine). Tal vez la mejor película de ese año. Brillante propuesta de un Linklater obsesionado con mostrar el paso del tiempo en la vida de un niño, desde la infancia hasta la mayoría de edad. Y lo hace a través de retazos (rodados durante más de una década, mientras los actores crecían al ritmo de sus personajes) que se alejan de los momentos de trascendencia para centrarse en los supuestamente irrelevantes, en algunos de los muchos que pueblan la vida de todos nosotros, mediante los que nos cuenta el difícil tránsito desde la dependencia emocional infantil hasta la primera lucidez adolescente previa a la mucho más gris vida adulta; donde todos sobreviven sin brújula, perdidos. Imprescindible. Maravillosa.
  • Magical girl (2014)Carlos Vermut (cine). Una de las películas más importantes de ese año. Vermut confirma todo lo que apuntara en su excelente opera prima (Diamond flash) y nos ofrece una película de extraordinaria calidad: dura, difícil, delicada por momentos, con unos personajes extremadamente frágiles a través de los cuales, de manera sutil, se adentra en las tinieblas del alma humana, construyendo un relato coral en el que de manera inevitable, y por mucho que intenten evitarlo, seres extraordinariamente dañados por la vida sólo sobreviven y tienen un respiro a base de hacer daño a otros que están tan jodidos como ellos. Fabulosa.
  • Dos días y una noche (2014)Hermanos Dardenne (cine). La película que mejor ha retratado los devastadores efectos de la crisis en los trabajadores no cualificados nos llega desde Bélgica. Marion Cotillard, en uno de sus mejores interpretaciones, se transforma en una empleada que justo al reincorporarse a su puesto de trabajo, tras una larga baja por depresión, se encuentra con que su empresa obliga a sus empleados a elegir entre mantener su paga extra o despedir a uno de ellos. Tras una primera votación en la que se deciden por su paga y por tanto aceptan el despido del personaje interpretado por Cotillard, esta tendrá dos días y una noche para hablar uno a uno con sus doce compañeros, y así intentar hacerles cambiar de opinión en la votación definitiva. La película nos muestra de manera dolorosa como la evolución del capitalismo y la destrucción de los lazos (también sindicales) entre los trabajadores sólo nos ha llevado hacia una soledad alienante en la que, tras el cuento del individualismo competitivo, solo se esconden un derrota perpetua y una pérdida de autoestima que entronca con la pérdida de identidad y la corrosión del carácter de las que hablara el sociólogo Sennet. El tono final es a pesar de todo optimista: tal vez debido a la tormenta que nos devora uno a uno nos tendremos que dar cuenta de que solo desde el combate político y social en defensa de nuestros derechos podremos recuperar nuestras vidas. Imprescindible.
  • Interstellar (2014)Christopher Nolan (cine). Ambiciosa, irregular, emocionante, demasiado discursiva en ocasiones, un McConaughey genial, visualmente espectacular. Película de ciencia ficción con tintes filosóficos en la que, junto a decisiones argumentales cuestionables (e incluso chapuceras), se encuentran algunos de los mejores minutos de cine del año. A ratos, soberbia.
  • Dos semanas en otra ciudad (1962)Vincente Minelli. Es tan buena que hace daño. Una de esas películas-testamento con las que el viejo Hollywood se desnudaba y mostraba por fin su alma cínica y corrompida, sabedor de que su tiempo, por fin, ya había pasado. Minelli había filmado anteriormente Cautivos del mal, otra obra maestra que también mostraba las entrañas de la industria del cine de Hollywood pero con otro filtro, igual de cínico tal vez, pero con la potencia de los que se saben en plena forma y pueden aun disfrazar sus miserias tras la satisfacción final del éxito conseguido. Aquí, en cambio, Minelli ha envejecido, tal vez empieza a verse fuera del sistema, como sabe que les está ocurriendo a otros grandes como Ford, Lang o Hawks. Y ya no esconde nada: traslada al anciano director, interpretado magistralmente por Edward G. Robinson, todo el dolor de una generación de directores que veía cómo se derrumbaba su universo a su alrededor mientras ellos aun se veían capaces de alumbrar grandes películas (que sabían, por otro lado, que ya nadie quería ver). Traslada a un maduro Kirk Douglas la tortura que para un actor supone que las luces de neón empiecen a alumbrar a aquellos que vienen por detrás a sustituirlo, mientras sufre la soledad y la deslealtad de aquellos en los que confió. Y el dolor, el dolor de la vieja industria traspasa la pantalla. Peliculón imponente.
  • Mad Max, Road Fury (2015)George Miller (cine). Brutal. Increíble. Una experiencia adrenalítica, visualmente apabullante. Miller con setenta años le da una lección a todos esos jóvenes directores que confían en los efectos digitales y en un montaje epiléptico para construir un ritmo desenfrenado. La nueva película de Mad Max fue uno de los acontecimientos cinematográficos de 2015 y con seguridad la mejor película de acción de lo que llevamos de siglo. No se puede dejar de disfrutar.
  • The fake (2013)Sang-ho Yeon. Tal vez el personaje principal de esta película animada coreana sea uno de los más complejos y ricos de los que he visto en el cine de los últimos años. Una película despiadada que aprovecha la animación para sobrepasar los límites habituales de las ficciones cinematográficas. Una historia sobre la fe, la ira, el poder y el control. Fantástica.
  • Ex machina (2015)Alex Garland. Una joya. Una de la mejores  películas de ese año. Ciencia ficción de calidad. El acceso a los sentimientos humanos de un robot está contado con enorme inteligencia y perturbadora verosimilitud. Un Oscar Isaac desatado vuelve a dejar muestras de lo enorme actor que es en un rol solo secundario sobre el papel.
  • Deliverance (1972)John Boorman. Extraordinaria. Una reflexión terrible sobre el equivocado y ensoñador romanticismo que envuelve siempre a la idea de la vuelta a la esencia del hombre, del retorno a la naturaleza, dejando atrás una civilización pretendidamente alienante. Los actores colaboran con unas interpretaciones excepcionales a una película en la que, desde el principio, el espectador siente que algo va a ir muy mal en ese viaje "artificial" por la salvaje naturaleza. La tensión crece de manera imparable hasta desembocar en una brutal muestra de salvajismo y animalismo humanos, rodada con una frialdad lacerante. A partir de ese momento, ese grupo de amigos se enfrentarán de verdad con la naturaleza y comprenderán finalmente por qué el ser humano tuvo que buscar mejores (y más civilizadas) formas de convivencia. Un clásico imprescindible.
  • El club (2015)Pablo Larraín  (cine). Tal vez sea la película más dura jamás filmada contra la iglesia católica. Porque no ataca a su ornamento, ni a las altas jerarquías de sus estamentos, sino a su propia esencia. El terrible retrato de las miserias humanas de esos sacerdotes que conviven en una casa de retiro, tras ser expulsados de los hábitos por comportamientos delictivos, y que no dudarán en hacer lo que sea para sobrevivir, no es menos demoledor que el de esa nueva iglesia que representa el cura joven que viene a evaluar su situación, cuyo acto final lo convertirá en el mayor hipócrita de todos, haciendo imposible cualquier atisbo de salida digna para ninguno de ellos. La sutileza en el tratamiento formal (despojado por completo de artificios), el feísmo de las imágenes, las difíciles interpretaciones, el tono aséptico y la critica acerada a la doble moral tanto de la vieja como de la nueva iglesia, convierten la visión de esta descarnada película en una experiencia desoladora. Impresionante.

16 abril 2016

Contramanifiesto: contra el "gobierno del Cambio" de los que pretenden que todo siga igual

Esta semana se hizo público un manifiesto promovido por relevantes personajes públicos de la sociedad española que defendía la necesidad de un "gobierno del Cambio". Difundido por medios como El País lo firmaban, entre otros, Joaquín Estefanía, Soledad Gallego, Juan Cruz, Jiménez Villarejo, Ana Belén, Víctor Manuel, Serrat, Cristina Almeida o Ángel Gabilondo. A continuación trato de desentrañar un texto inicialmente abtruso que termina mostrando las miserias de la que muchos ya denominan Cultura de la Transición.

El 20 de diciembre pasado la ciudadanía española cumplió con su deber cívico al elegir un nuevo Parlamento. El mensaje fue claro: queremos un cambio en las políticas que se han venido practicando en los últimos años y la obligación de los partidos es elegir un Gobierno que sea capaz de llevar a la práctica dicho cambio. Partidos que representan a más del 70% de los ciudadanos son partidarios de abrir una nueva etapa en la política de nuestro país.

Un clásico de estos apolillados manifiestos: comenzar con grandilocuencia y tono afectado. ¿"Deber cívico"? ¿En serio? Primera apelación al orgullo huero del lector progre para que baje la guardia y así poder colarle esa primera afirmación, tan cierta como absurda en términos de democracia parlamentaria: "partidos que representan a más del 70% de los ciudadanos quieren que se abra una nueva etapa política en el país". Una advertencia, importante: todo el manifiesto está escrito con esa calculada ambigüedad que suele usar la Cultura de la Transición para manipular los afectos ideológicos de la sociedad progresista española. Se evita nombrar hasta al final a partidos o a políticos para conseguir (re)construir un imaginario social progresista en el que la clave sea que el receptor se identifique con sentimientos superficiales y no ceda a la tentación de una interpretación racional de la realidad. Traduzcamos esa afirmación, pues: más del 70% de los ciudadanos no quieren que gobierne Rajoy porque no han votado al PP. Pues claro. Es cierto. La mayoría de los votantes españoles no votaron al PP el 20D. Pero no nos hagamos trampas al solitario. También en 2011 una mayoría de españoles no quería que gobernase Rajoy (un 55% de los votantes). Y en 2008 otra mayoría, un 56% de los votantes, tampoco quería que gobernara Zapatero... ¿Pillamos la falacia? No les importa. Les da igual utilizar un argumento tan inconsistente como éste para empezar a construir la realidad que les interesa. No les perturba apropiarse tanto de los votos de toda la izquierda que, por supuesto, no desea que gobierne Rajoy (ni que sus políticas económicas se mantengan bajo un pátina estéticoprogre, por cierto) o, aun más ridículo, contabilizar los votos de esos independentistas catalanes que no solo no quieren que gobierne Rajoy, sino que no quieren gobierno alguno que represente a España.

La voluntad democrática de los electores ha sido el configurar un Parlamento plural en el que ningún partido goza de mayoría y, en consecuencia, sólo es posible formar un gobierno en base a acuerdos entre diferentes fuerzas políticas. La incapacidad de estas de lograr una investidura de cambio supondría un grave fracaso, un desprestigio de la política y de los partidos, e incluso un desprecio a la ciudadanía pues sería tanto como decirnos que nos hemos equivocado al votar.

Atentos que estamos ante los cimientos de la perversión intelectual que este maniqueo manifiesto pretende hacer pasar por reflexión honesta y comprometida. Se otorga todo el crédito al votante anónimo para atacar con inusitada dureza a unos partidos políticos incapaces de llegar a acuerdos para que España tenga un Gobierno. ¿Por qué ese ataque visceral? ¿De verdad el desprestigio de la política española es debido a que no se alcanzan esos acuerdos y no a su servilismo y corrupción al servicio de los poderes financieros? Y, por cierto, ¿acuerdos? ¿Pero qué tipo de acuerdos? ¿Todo vale para llegar a esos acuerdos? ¿Deben traicionar los partidos el espíritu del voto de aquellos que los apoyaron para así ayudar a la formación de un nuevo gobierno? ¿El que sea? ¿O el que le interesa al sistema? Esas dudas se resolverán muy rápido. Los firmantes del manifiesto está a punto de tener que enseñar sus cartas. 

Las opciones en presencia no son infinitas:
  • Un acuerdo liderado por el PP, en cualquiera de sus formas, no supondría ningún cambio por cuanto significaría la continuidad de las políticas que han conducido a la actual situación y que son las que hay que cambiar.
  • Tenemos tres partidos que abogan por el cambio y la reforma, dos de los cuales han suscrito un acuerdo que ha suscitado el apoyo de 131 diputados lo que, obviamente, no es suficiente para investir a un presidente del gobierno. No obstante, puede significar un inicio para sentar las bases de un programa de cambio que aborde los acuciantes problemas de los ciudadanos.
No seré yo el que niegue que un gobierno liderado por el PP no es deseable para ese 70% de votantes a los que apela el manifiesto, pero... ¿El problema es el PP o sus políticas? Porque lo que va vislumbrándose a partir de lo que leemos es que el problema de los que promueven este manifiesto es más estético que ideológico. ¿Por qué digo esto? Es el momento de centrarnos en la tesis central del manifiesto. ¿Cuál es la alternativa a ese "indeseable" gobierno del PP? De repente la historia esa del "70% de los votantes" se esfuma y todo queda reducido a tres partidos... Tres partidos sin nombre, por cierto. ¡Ay, qué misterio! ¿Quienes serán? Ya es mala suerte que, al contrario de lo que pasó con la clara mención al PP, los promotores del manifiesto hayan olvidado especificar los nombres de estos tres partidos. No pasa nada, tirémonos al vacío (modo ironía on) y especulemos con que son el PSOE, Ciudadanos y Podemos. Hemos pasado del 70% de los votantes al 56,6 %  de ellos pero por qué ser honestos y dejarlo claro cuando siempre fue tan fácil manipular a los biempensantes progres españoles. Total, qué más da. Ha llegado el momento. No se puede retrasar más. Toca mostrar al público el verdadero rostro de Dorian Gray: "dos de los [partidos] han suscrito un acuerdo que ha suscitado el apoyo de 131 diputados [...] y puede significar un inicio para sentar las bases de un programa de cambio que aborde los acuciantes problemas de los ciudadanos"...

¡Por fin! Lo sé, todo lector del manifiesto estaba a estas alturas inquieto, tenso, a la espera de la solución que aportarían tan insignes representantes de nuestra intelligentsia patria. ¿Y qué mejor que apostar por lo de siempre? ¿Por qué no apostar de nuevo por ese socialismo neoliberal, tan ampuloso en la retórica como inofensivo en lo económico? ¿Qué más da que hayan pasado de intentar hacer creer que defendían la posición del 70% de los votantes a proponer que se construya un Gobierno a partir de un acuerdo que tiene detrás menos del 40% de los votantes? Ellos son los intelectuales, amigo, y esos detalles son irrelevantes para mentes tan preclaras. El remedio a todos nuestros problemas era un acuerdo de ¿cambio social? liderado por el PSOE (vaya) apoyado por Ciudadanos (¿cómo?). Ese siempre fue el deseo (oculto) de los que se manifestaron en las plazas y participaron en las mareas: un socialismo inane disuelto en un neoliberalismo de rostro amable... ¿no?

Sería una irresponsabilidad que en los próximos días no fuesen capaces de lograr una mayoría suficiente que evite las elecciones y abra una nueva etapa política en España. Por ello entendemos que el PSOE, Ciudadanos y Podemos pueden y deben, mediante las oportunas negociaciones, complementar, mejorar o ampliar un acuerdo con el fin de recabar el suficiente apoyo que haga posible la investidura de un presidente del Gobierno. Lo que facilitaría que otras fuerzas se sumasen a lo pactado.

Anda, pues al final sí que conocían los nombres de los partidos políticos a los que se referían... ¿Por qué no les habrán puesto nombre cuando hablaban de los acuerdos conseguidos que había que "complementar, mejorar o ampliar"? Igual sería bueno empezar a traducir al lenguaje vulgar tanta pomposa parafernalia retórica. Sería algo así: "el acuerdo del PSOE con Ciudadanos mola mucho, joder, nos cargamos al PP y hacemos como que todo va a cambiar para que finalmente nada cambie. Podemos lo que tiene que hacer es apoyarlo de un puta vez...".

....

El manifiesto realmente acaba aquí. Todo lo que sigue, esos dos últimos párrafos que se pueden leer pinchando en el enlace inicial, no son más que una forma rastrera de volver al tipo de retórica insustancial, decadente y pretendidamente desinteresada con la que se iniciaba texto. Una defensa vacía de valores etéreos relacionados con la regeneración social y política. La última treta con la que intentar enmascarar la ya indisimulable posición conservadora de una intelectualidad cuya triste connivencia con el poder hace años que invalida sus intervenciones en la vida pública.
Pd: Puede que nuestra relevancia sea menor. Es indudable. Pero muchos hemos despertado y ya no volveremos a caer en idolatrías absurdas de intelectuales y famosos cuya fuerza, al final, resultó no estar basada en sus principios éticos sino en los poderes económicos que los promocionaban. Se equivocaron. Es su problema. Encontremos entre todos nuevos caminos.

09 abril 2016

Votantes de Podemos con nostalgia de redil

Mi padre era un tipo culto, muy culto. También bastante conservador. Intentaba asumir como propios ciertos tics progresistas que finalmente, incapaz de asimilarlos, solo le servían como coartada para presentarse ante los demás como liberal, cuando realmente su rigidez intelectual era una prueba inefable de ese intelectualismo nacionalcatólico (no practicante) criado en las faldas del franquismo. Había un detalle de su trayectoria ideológica que, antes o después, siempre aparecía en cualquier diatriba política: él había votado al PSOE en el 82, él no se movía (decía) por ideologías maximalistas, él era flexible y si ya no apoyaba a los socialistas era porque lo habían decepcionado. Lo decía tan tranquilo, ignorando sin pudor las miserias políticas de aquellos a los que ya por entonces no dejaba de votar. Mientras tanto, compró durante toda su vida el ABC, escuchó con avidez las tertulias políticas radiofónicas de los medios de derecha y votó una vez tras otra al PP mientras su vida discurría con placidez, fiel a una visión del mundo "confortablemente" conservadora. Pero eso sí, siempre mantuvo vivo en público el recuerdo de aquel voto en el 82 a Felipe González, un voto ya convertido en leyenda, descontextualizado históricamente, sin referencia alguna al miedo pasado con el intento del golpe de estado de Tejero, ni al estado de ánimo de un país que, tras la tensión sufrida, intentaba definitivamente tirar hacia delante con una democracia que solo podía identificarse con la renovación que significaba aquel PSOE. De esta manera ese voto a Felipe González en 1982 se convirtió así, para siempre, en su barco de salvación, en su justificación final, en su "ley de Godwin" particular, el arma definitiva con la que podía defender de manera ventajista su posicionamiento ideológico, eminentemente conservador, sin ensuciarse nunca con el fango de las políticas económicas y sociales que defendían aquellos a los que apoyaba con sus votos. Al fin y al cabo ya no podía hacer otra cosa porque, decía, "yo a estos, a los socialistas, a la izquierda, ya los apoyé una vez y me fallaron, no fueron lo que esperaba, ya no me engañan más...". 

En los tiempos acelerados que vivimos, y con una legislatura que parece que ha nacido muerta, empiezo a observar una actitud muy parecida a la de mi padre en ciertos simpatizantes y votantes de Podemos. Su voto a Podemos parece haber sido tan iluminador para ellos como aquel voto mítico al PSOE de mi padre. Como si algunos, en un arrebato místico, impelidos por una obligación moral imposible de eludir, casi como haciendo un favor a los jodidos de España, hubiesen votado a la formación morada solo debido al asfixiante hedor provocado por la corrupción, la mediocridad y el fracaso del putrefacto sistema bipartidista español. Pero ahora, pocos meses después, sin que nada haya cambiado, sin que haya un solo atisbo de que los viejos partidos de la casta se hayan regenerado lo más mínimo (parecen más que nunca enrocados en sus estructuras de poder partidista al servicio de los poderes económicos), es como si estuviesen poco a poco cimentando las bases de un relato personal que les permitiese liberarse de ese gran error. El voto a Podemos en las últimas elecciones puede ser el voto más fácilmente interpretable de nuestra democracia desde aquellas elecciones del 82. Si entonces se votó al PSOE como la única forma de terminar de arrancar y consolidar la democracia en España, los cinco millones de votos a Podemos y sus confluencias significaron un grito de rabia ciudadana destinado a finiquitar las putrefactas estructuras políticas del bipartidismo que habían terminado por fagocitar a nuestra democracia poniéndola al servicio de los poderes financieros. En nuestro país la Gran Crisis al final solo tuvo unos claros perdedores: los asalariados, los parados, los pobres. Los de siempre. Pero en muy poco tiempo, parapetados tras la manipulación grosera de los medios de comunicación, de la casta mediática, de los perros carroñeros de cierto periodismo español liderado por El País y su perro fiel, Metroscopia, ciertos votantes de Podemos muestran un indisimulable deseo de renunciar a ese cambio sustancial del sistema que dijeron defender, añorando el redil bipartidista y miserable del que apenas hace unos meses escaparon. Añoran volver poder votar al PSOE, ese partido de extremo centro capaz de renunciar a sus esencias teóricas para pactar con Ciudadanos, el Podemos de derechas construido al servicio del Ibex 35, o incluso, los más puros y castos, volver a votar a IU o a partidos anticapitalistas. Pretenden regresar a la lucha en la que realmente se sienten cómodos: la del discurso, la pose y el postureo. La batalla de salón con contrincantes imaginarios, ese reducto privado progresista (o revolucionario) que tanta gente de izquierda confundió hace años con el escenario de la batalla real, la que se desarrolla en las calles, en las plazas, en los puestos de trabajo y en los despachos donde se validan la políticas económicas que hicieron de manera abyecta cada vez más ricos a unos pocos mientras los de siempre quedaban a merced de los vaivenes de un Mercado en el que realmente jamás participaron.

Es absolutamente bochornoso intuir en ciertas conversaciones cómo algunos votantes de Podemos buscan encontrar excusas absurdas para poder justificar el abandono de la batalla. En el fondo, como le sucediera a mi padre, necesitan construir un artificio intelectual que les permita regresar a terreno conocido, a su lugar natural. Una cosa es construir discursos vacuos contra la derecha y el neoliberalismo criticando la corrupción intrínseca al sistema, y otra es aceptar que la llegada al poder de otra gente (¿de la gente?) realmente significaría un terremoto social cuyas consecuencias podrían, a corto plazo, afectarles a ellos y a su situación económica. Generarles miedo, indefensión contra la máquina capitalista y los mercados. En el fondo, para ellos, Podemos ya ha cumplido su misión: incomodar al sistema obligándole a ser más discreto, menos evidente, más taimado. Ahora debiera tocar pactar, adaptarse y someterse. Como siempre. Por eso se quejan de la arrogancia de Pablo Iglesias, de la inflexibilidad de Podemos, de que pretendan imponer al PSOE un gobierno proporcional (¡pero esto qué es!). No se paran a pensar realmente lo que dicen, no quieren ver que por mucha indignación que imposten su argumentación es basura, no se sostiene, es tan demagógica como los editoriales de El País de donde la consiguen. Es el PSOE el partido que impide intentar un gobierno relativamente de izquierdas por primera vez en la España moderna. Que enmascara su traición tras un pacto con un partido de centroderecha que serviría para desalojar del poder al otro partido de centroderecha. Porque hay que ver lo que cunde el centro político en nuestro país. Todo le cabe. Que todo cambie para que todo siga igual. Esa es la aspiración de todos los partidos que quieren llegar al poder desde ese asfixiante centro ideológico en el que la (in)decencia política sucumbe.

Mi padre votó una vez al PSOE y políticamente le salió tremendamente rentable. Pudo votar a la derecha toda su vida y encima practicar el postureo social. Una parte de los votantes de Podemos parece querer seguir su senda: utilizar su voto a Podemos el 20D como coartada para volver a votar a los partidos de la casta el resto de su vida con el pretexto de que ellos lo intentaron y aquello no funcionó. Sin que ni siquiera haya existido la posibilidad de fracaso.

No sé lo que pasará. Todo indica que habrá nuevas elecciones o gran coalición y que el sistema conseguirá por fin un gobierno afín a sus intereses (que nunca serán los nuestros). Yo les dejo un mensaje a ese votante de Podemos que reniega antes de intentarlo: "disfruta de tu tranquilidad dentro del sistema, campeón. Te la has ganado".